Buscar
Opinión

Lectura 7:00 min

Candidatas ¡Escuchen! Invertir en la Primera Infancia da Frutos 

A través de un programa de bajo costo que consiste en un acompañamiento educativo en los hogares de niñas y niños en su primera infancia, podemos abordar temas tan complejos como la desigualdad, y esto sin necesidad de buscar el “hilo negro”. Este enfoque sencillo pero efectivo puede sentar las bases para un futuro más equitativo y próspero en nuestro país.

Recientemente, tuve la oportunidad de escuchar una entrevista con el distinguido Profesor James Heckman, de la Universidad de Chicago, galardonado con el Premio Nobel de Economía en el 2000. Él ha centrado su investigación en temas cruciales como la desigualdad y la inversión en la primera infancia. Durante la entrevista, Heckman destacó la persistente desigualdad en los Estados Unidos, señalando que, en la actualidad, el 1% más adinerado posee más riqueza que en cualquier otro momento de los últimos cincuenta años. En este contexto, a lo largo de su carrera, Heckman ha demostrado que dirigir recursos hacia la primera infancia tiene un impacto duradero en los resultados a lo largo de sus vidas. Estos impactos se manifiestan en términos de mayores ingresos en la etapa laboral, reducción de la violencia e incluso la interrupción del ciclo de la pobreza.

En miras de las elecciones presidenciales de México en 2024, es esencial que quien encabecé el país sepa que existe un camino en el que con una inversión focalizada se puede tener un impacto multifacético en nuestro país. Lo anterior es justo y necesario conociendo que, en México, también impera una evidente desigualdad, ya que tomando en cuenta el Reporte Mundial Sobre la Desigualdad de 2022 se informó que el 10% más acaudalado de la población mexicana gozó del 78% de la riqueza total de los hogares.

La UNICEF señala que la primera infancia inicia desde la gestación hasta los 5 años y las experiencias en este periodo influyen en sus posibilidades en el futuro. Por ello es el mejor momento en el que se les debe dar las herramientas y el soporte para que sus cerebros se desarrollen plenamente para que estas capacidades les acompañen el resto de sus vidas. Retomando la entrevista, Heckman recordó un debate en los años sesenta sobre si el rendimiento académico simplemente reflejaba la capacidad intelectual innata de los estudiantes o si había otros factores en juego. En esa tesitura, él descubrió una serie de programas de las décadas de 1960 y 1970 que habían pasado desapercibidos durante mucho tiempo. Estos programas se centraban en niñas y niños de tres y cuatro años provenientes de entornos de bajos ingresos. Se analizó cómo la intervención y el apoyo en la primera infancia, a través de la enseñanza en el aula y de visitas domiciliarias, podían influir positivamente en el coeficiente intelectual de estas niñas y niños de bajos recursos.  Los resultados comenzaron a salir y notaron que cuando cumplían 10 años las niñas y los niños del estudio, su coeficiente intelectual no era diferente del de los niños del grupo de control. Pero en donde sí hubo un cambio importante, y gracias al análisis posterior de Heckman, es que estas niñas y niños cuando llegaron al bachillerato se graduaron en mayor proporción, se involucraban menos en actividades delictivas y lograban mejor desempeño en su futuro empleo. 

El seguimiento de estos individuos, ahora en sus 50 y 55 años, así como de sus propios hijas e hijos, reveló efectos beneficiosos duraderos: disminución de la delincuencia, mayores niveles educativos, mejor salud y estabilidad en la vida familiar, además de ingresos significativos. En resumen, si se focaliza en desarrollar un conjunto de habilidades sólidas en la actualidad, resultará más sencillo para las y los futuros jóvenes enfrentarse al futuro.

¿Cómo se logró esto? La clave radicó en el seguimiento y la participación dentro de los hogares, con la colaboración de las madres y padres durante el crecimiento de estas niñas y niños. El acompañamiento educativo en las casas dio pie a habilidades básicas durante la primera infancia, facilitando su aprendizaje posterior. Incluso cuando las niñas y niños comenzaban a mostrar problemáticas de aprendizaje iniciales, desarrollaron destrezas que les permitían enfrentar esas limitantes de una mejor manera durante su adolescencia y más allá. A partir de este descubrimiento, Heckman sostiene que por cada dólar invertido en educación de alta calidad durante la primera infancia puede generar un ahorro de más de siete dólares en el futuro. Esto se traduce en tasas de finalización educativa más altas, menor incidencia de embarazos adolescentes y una reducción de la delincuencia. 

Heckman además mencionó un estudio aplicado en Jamaica alrededor de 1985, llamado Reach Up and Learn realizado por Sally Grantham McGregor en el que se explica el efecto positivo que representa el acompañamiento educativo en los hogares. Este consistía en visitar a las madres y padres de las niñas y niños una vez a la semana, sin ni siquiera interactuar directamente con ellos. Durante estas visitas, se les proporcionaba materiales sencillos y conocimientos para utilizar esos materiales de bajo costo, y se les enseñaba el importante papel que desempeñaban al hablar y jugar con sus hijas e hijos. Un ejercicio típico sería hacer un álbum de recortes con ellos. Y así salir y mirarlos y decir: "Ahí está el Sr. Jones. El Sr. Jones está paseando por la calle con su perro. Así que haz un dibujo del Sr. Jones o haz esto". Y Heckman miró sus datos y encontraron beneficios sustanciales hasta los 35 años de las niñas y los niños que estaban en el programa frente a los que no. Concluyendo que parecía que esa era la salsa secreta, era la calidez de la crianza lo que deriva el progreso multifacético.

Para sumar a la simplicidad de este programa, quienes encabezan el acompañamiento en los hogares son personas que apenas y tuvieron más educación que las madres o padres que están visitando, y que por supuesto recibieron una capacitación para llevarlo a cabo. Ellos simplemente ofrecen consejo y siempre de forma voluntaria, respetando su autoridad como madres y padres. De esta forma evitando la percepción de que: "Aquí están los superiores enseñándome cómo educar a mis hijas e hijos, y nosotros sabemos más que tú". 

Es un hecho que para atender la complejidad detrás de la desigualdad no se cuentan con recursos ilimitados, pero podemos usar lo que se tiene disponible de la forma más eficiente. Por ejemplo, Heckman señaló que, en la ciudad de Chicago existe un programa llamado Educare en el que gastan entre 30 y 35 mil dólares al año en educar a cada niña y niño, siendo esto extremadamente caro. Sin embargo, en el caso de Jamaica, ellos invirtieron alrededor de 500 dólares por cada niña y niño al año, contrastando que estos programas de bajo costo logran resultados parejos en términos de desarrollo de habilidades sociales, emocionales y cognitivas comparados con los más costosos. Por ello, Heckman y su equipo han logrado ampliar el programa de visitas domiciliarias de bajo costo por todo el mundo, más recientemente en China, en donde también se enfocará a sus poblaciones rurales. 

Las visitas educativas en los hogares tienen un enorme potencial para cimentar un futuro más equitativo y próspero en nuestro país. Es un programa de bajo costo que beneficiaría a las más de 2,5 millones de niñas y niños en su primera infancia, logrando darles herramientas básicas para enfrentar los retos que presentarán durante sus vidas. Por ello, candidatas, ¡escuchen! Invertir en la Primera Infancia da frutos.

*El autor es Consultor en Asuntos Públicos - Candidato a Mtro. en Políticas Públicas, Universidad de Chicago.

LinkedIn

Twitter @Santi_Ginebra

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete