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Cerrar los paraísos fiscales será la verdadera prueba de determinación de Occidente
Durante años, los gobiernos y las instituciones financieras occidentales se han beneficiado gustosamente de los esquemas que permiten a los oligarcas rusos y otros esconder sus ganancias ilícitas en el extranjero. Su complicidad ha eliminado los incentivos que estas élites podrían haber tenido para controlar a los líderes autoritarios de sus países.
CAMBRIDGE – Aunque a Rusia su guerra en Ucrania no le esté saliendo como la planeó, lo peor todavía no ha llegado. Y aunque las sanciones financieras aprobadas contra instituciones y oligarcas rusos son más graves de lo que algunos esperaban, no apuntan a la base de sustento del régimen del presidente ruso Vladimir Putin en Occidente.
Igual que en muchos otros regímenes cleptocráticos, el poder de Putin se basa en un pacto entre un autócrata y los oligarcas. El autócrata gobierna el país como se le antoja y enriquece a sus aliados, que hacen inmensas fortunas con los recursos naturales locales o mediante monopolios aprobados por el régimen.
Pero hay un problema: conforme los oligarcas se llenan los bolsillos, comienzan a temer el poder del autócrata para expropiarlos o hacer daño a sus familias. Se les presentan entonces dos opciones. La primera es desarrollar instituciones formales y de facto que contengan al autócrata, sentando incluso las bases para una muy necesaria reforma estructural. La segunda opción es llevar sus bienes y familias al extranjero, para no correr la misma suerte de Mijaíl Jodorkovski, el mayor oligarca ruso, a quien Putin expropió y encarceló en los primeros años del siglo.
Muchos oligarcas rusos eligieron el segundo camino, que demanda dos ayudas esenciales de Occidente. En primer lugar, el sistema bancario occidental tiene que darles amplias oportunidades de lavar su patrimonio. Esta necesidad la suplen hace años Londres, Suiza, Luxemburgo, Chipre, Jersey, las Bahamas y muchas jurisdicciones más pequeñas como las Islas Caimán. Los bancos europeos también han sido participantes entusiastas en el proceso, y el sistema financiero estadounidense proveyó a todos la infraestructura crítica.
En segundo lugar, las capitales financieras de Occidente tienen que recibir a las familias de los oligarcas y permitirles comprar propiedades (a menudo a través de fideicomisos y empresas fantasma) y matricular a sus hijos en instituciones educativas de primer nivel. Ciudades como Londres y Nueva York han integrado a oligarcas y parientes al corazón de la alta sociedad.
Es de suponer que la capacidad de Putin para fundar una autocracia personalista hubiera sido mucho menor si las élites rusas no tuvieran estas puertas secretas para entrar a Occidente. Pero no es sólo Rusia. Los superricos de muchos otros países (incluidos los petroestados del Golfo, China, la India, Turquía, algunos países latinoamericanos y Ucrania en el pasado) también han protegido sus ganancias ilícitas con la complicidad de instituciones financieras y gobiernos de Occidente.
Estos esquemas no sólo ayudaron a sostener regímenes autocráticos en Rusia y otras partes, sino que también tomaron por asalto las economías e instituciones financieras de Occidente. El dinero de los oligarcas transformó los mercados financieros, con la inyección de enormes cantidades de liquidez, en un proceso que modifica la naturaleza de la intermediación financiera y contribuye a crecientes desequilibrios globales. Desde 1990, Estados Unidos, el Reino Unido y varios otros países occidentales han mantenido grandes déficits de cuenta corriente financiados por flujos de capitales del resto del mundo.
Tras tres décadas de este proceso, la cantidad de dinero en negro que circula por el sistema financiero internacional ha alcanzado proporciones gigantescas. Gabriel Zucman, de la Universidad de California en Berkeley, calcula que al menos el 8% del patrimonio financiero mundial (más de 7,5 billones de dólares) hoy está en paraísos fiscales; y la cifra no incluye otras formas de dinero en negro en lo profundo del sistema financiero de Occidente. Como es previsible, los regímenes autocráticos representan una proporción exagerada de estas actividades ilícitas. Según Zucman, alrededor del 52% de todo el patrimonio privado ruso está en cuentas offshore (y el porcentaje para los estados del Golfo es mayor).
Estos flujos ilícitos agravan problemas sociales y políticos en todo el mundo. La demanda de viviendas de lujo generó nocivos auges inmobiliarios en sitios como Londres, Nueva York y Vancouver. Como los inmuebles de primer nivel en estas ciudades ya estaban en general en posesión de familias ricas, el encarecimiento resultante aumentó la desigualdad. Y es probable que los flujos financieros ilícitos hayan contribuido al notable auge que experimentaron las bolsas de Occidente en años recientes (que también benefició a los ricos).
Pero los efectos más perniciosos pueden hallarse dentro de las instituciones financieras y fiscales de Occidente. La flexibilidad occidental para el dinero en negro aceleró una tendencia hacia estructuras de propiedad más opacas y fideicomisos complejos destinados a la evasión de impuestos, con el apoyo de una inmensa infraestructura bancaria, contable y jurídica en todo el mundo. Zucman y sus colegas analizaron datos de auditorías al azar, para determinar la escala de la evasión fiscal en Estados Unidos, y concluyeron que el 1% más rico de familias estadounidenses oculta más del 20% de sus ingresos, usando las herramientas que les provee esta industria nefasta.
En tanto, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación ha demostrado (con los Panamá Papers y luego los Pandora Papers) que la evasión fiscal offshore es mucho más sistémica y extendida de lo que se creía.
Miles de empresarios, políticos y famosos de todo el mundo están involucrados en el equivalente a una operación mundial de lavado de dinero.
Estos esquemas son una mancha para las democracias e instituciones financieras de Occidente. Mientras cleptócratas de todo el mundo amasaban inmensas fortunas ilegítimas (y las élites occidentales no se mantuvieron al margen), los gobiernos de Occidente no pudieron cobrar impuestos suficientes a los ricos. El resultado fue el recorte de instituciones y servicios de bienestar social y la profundización de las desigualdades ya existentes.
Conmocionados por la guerra no provocada de Putin, los políticos de Occidente respondieron enseguida con la aprobación de graves sanciones comerciales, la desconexión de la mayoría de los bancos rusos (pero no todos) del sistema de mensajería financiera SWIFT y el congelamiento de la mayor parte de las reservas de divisa extranjera del banco central ruso. Pero para atacar la evasión fiscal y el dinero en negro, ahora que se han vuelto aspectos integrales del sistema financiero actual, hará falta más coraje.
Sin embargo, si ha habido un momento para cambiar de rumbo, es ahora. Las autoridades occidentales pueden poner coto a un esquema de evasión fiscal injusto que lleva años beneficiando a magnates y a las corporaciones más poderosas del mundo.
Eso les permitirá obtener muy necesarios ingresos fiscales para sostener nuevos programas sociales y de infraestructura. Si Occidente quiere estar del lado correcto de la historia, no basta apuntar a Rusia: también tiene que limpiar sus propios establos de Augías.
El autor
Daron Acemoglu, profesor de Economía en el MIT, es coautor (con James A. Robinson) de Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty y The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty.
Traducción: Esteban Flamini
Copyright: Project Syndicate, 2020