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Opinión

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Conferencia en la UNAM (Economía)

De las entrañas de la Santa Inquisición emergió un iracundo Savonarola moderno, encarnado en la persona del profesor Juan Pablo Arroyo...

De haber sido un caso puramente académico, la salida civilizada se habría planteado sencilla. Por ejemplo, algo así expresado con serenidad: “Tu esquema explicativo no coincide con el que aquí manejamos, de manera que el desacuerdo es casi total. Pero muchas gracias por tu presentación”. Sin embargo, resultó imposible que ocurriera de esa forma. Se trataba de la intromisión de un reto herético. Y en aquella defensa a ultranza de la doctrina inmaculada, se produjo, con rudeza innecesaria, un daño humano al conferencista invitado.

Desde el principio de mi relación con aquel grupo de académicos que practican la Historia Económica, ellos sabían perfectamente que yo no comulgaba con su forma de pensar. Yo sabía que ellos sabían. Y aún con esos antecedentes me recibieron a dar la plática. Con esos antecedentes, no me extrañó que se suscitaran discusiones. Pero lo que sucedió a continuación estaba completamente fuera del alcance de mis pobres previsiones.

El problema no estuvo nunca en los desacuerdos de tipo intelectual, sino en el agitado estado emocional de mis interlocutores. El disgusto en el rostro de una compañera se hizo evidente cuando ose proponer que el gobierno cardenista había seguido una política de respaldar huelgas. Otro asistente se exasperó al oírme decir que ese mismo gobierno había autorizado la administración obrera de los ferrocarriles. Más adelante, la propia líder del seminario, la usualmente ecuánime y conciliadora profesora María Eugenia Romero, se puso literalmente enojada en razón de que me atreví a sugerir que en China, Mao había establecido un régimen comunista.

Pero la verdadera erupción del volcán Vesubio se produjo una vez que terminé mi exposición. De las entrañas de la Santa Inquisición emergíó un iracundo Savonarola moderno encarnado en la persona del profesor Juan Pablo Arroyo. Su ira flamígera se manifestaba en el tono de voz ronco, en su expresión corporal. Con una profunda indignación de inquisidor herido, acusó que mi enfoque explicativo era inservible; que no permitía la consideración del entorno externo, de las políticas de desarrollo sectorial y regional (acusaciones, todas ellas falsas).

Pero el problema no era del orden intelectual, sino de una naturaleza totalmente distinta: del orden cuasi religioso o si se quiere teológico. ¡Un hereje externo se había infiltrado para profanar las santas escrituras que deben ser salvaguardadas con toda beligerancia! El texto para la veneración exaltada es la Biblia del “nacionalismo revolucionario” (whatever that means, Cosió Villegas dixit). ¡Amen!

bdonatello@eleconomista.com.mx

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