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Corrupción, leitmotiv, leitjodiv
Sabíamos que la corrupción sería el leitmotiv, el tema guía, de las campañas electorales, pero ahora se convirtió además en el leitjodiv, la forma de joder al otro. Hemos oído bastante poco de sus propuestas para combatir la corrupción, pero en términos generales sabemos por dónde va cada uno de los tres principales candidatos: José Antonio Meade apuesta por el fortalecimiento de las instituciones y por la posibilidad de procesar al presidente de la República; Ricardo Anaya propone una comisión de la verdad, encabezada por organismos internacionales que revise, y en su caso procese a quien haya cometido actos de corrupción y pone el acento en una fiscalía independiente; Andrés Manuel López Obrador apuesta por una especie de renovación moral a partir del ejercicio correcto del poder y que contagie de arriba a bajo toda la estructura gubernamental. Excusados en la imposibilidad de hacer propuesta en tiempos de precampañas ninguno dice cómo se lograría semejante apuesta, pero todas, hay que decirlo, son perfectamente factibles, entre otras cosas porque ninguna está descubriendo el hilo negro.
Lo curioso es que, al mismo tiempo que oímos las brillantes propuestas contra la corrupción, asistimos a una guerra de señalamientos donde todos embarran a todos y lo que hasta hace unas semanas era una batalla por llegar a Los Pinos hoy parece una lucha por conquistar el Almoloya o Puente Grande. El resultado de los primeros golpeteos es que hoy los ciudadanos vemos a los candidatos en uniforme de rayitas. ¿Quién es más corrupto: el que dicen que lavó dinero y que su patrimonio no corresponde con su actividad de funcionario público; el que usa las instituciones para atacar a su enemigo y dice no ser corrupto, pero dejó pasar la corrupción por arriba y por abajo; o el que está dispuesto a negociar con cualquier corrupto con tal de ganar la elección?
Qué bueno que la corrupción sea el centro de la discusión de las campañas. Qué bueno que los candidatos sean capaces de denunciarse los unos a los otros, pues es la única manera que tenemos los ciudadanos de enterarnos de sus respectivos lados oscuros, pero al paso que van terminarán dándole la razón a quienes piensan que da igual quién gane, que la única diferencia entre los de la mafia en el poder y los otros es que no han llegado al poder; que ser del PRI, del PAN de MC o del PRD da exactamente lo mismo pues los partidos no sólo son intercambiables sino que la corrupción no les es ajena.
Ningún candidato o partido por sí solo va a combatir la corrupción. Esta es una batalla que durará años, será a nueve entradas y muy probablemente nos vayamos a extra innigs. Lo cierto es que no serán los candidatos ni quien resulte presidente el que llevará la carga de esta batalla, sino las instituciones de Estado que nos hemos dado a través del sistema nacional y los estatales anticorrupción y la sociedad civil.