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Opinión

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Crímenes absolutos y relativos

Israel cuenta con los medios suficientes para intentar aniquilar al grupo militante palestino Hamás como represalia por los ataques terroristas del 7 de octubre. Otra cosa es que la guerra tenga un desenlace satisfactorio y que, después de la batalla, pueda establecerse un equilibrio regional que garantice la seguridad futura. Para todo eso hace falta algo más que fuerza bruta. Pero habrá que meterse en ese berenjenal en otra ocasión. Lo que me interesa ahora es la justificación de la muerte de civiles en la Franja de Gaza como algo lamentable, pero “inevitable” en una cruzada impostergable contra las amenazas existenciales del Estado israelí. En cualquier conflicto, la elección de ciudades a bombardear, la imposición de medidas excepcionales o la estrategia para neutralizar al enemigo entrañan decisiones técnicas, pero justificar la barbarie contra la población civil o exculpar el reguero de cadáveres en ruinas de hospitales humeantes siempre es más complicado. En el conflicto palestino-israelí, uno de los argumentos más socorridos para justificar los excesos militares ha sido apelar al Holocausto. “Hamás son los nuevos nazis. […] Y al igual que el mundo se unió para derrotar a los nazis, al igual que el mundo se unió para derrotar a ISIS, el mundo tiene que permanecer unido detrás de Israel para derrotar a Hamás”, afirmó el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en un encuentro con el canciller alemán Olaf Scholz. En esta maniobra retórica, el gobierno alemán (y una parte de la sociedad alemana) han sido los aliados más fieles del gobierno israelí.

El Holocausto representó un quiebre radical en la historia occidental que puso en entredicho cualquier teleología del progreso. Ahora bien, tras la elaboración mítica de este acontecimiento histórico como crimen sin expiación posible, Israel emerge como víctima definitiva y los alemanes como victimarios perpetuos. Basta una caminata en la capital alemana para corroborar la vigencia del mito político: junto con la Puerta de Brandeburgo y el edificio del Reichstag, el Monumento a los judíos de Europa asesinados conforma un núcleo simbólico. El 9 de noviembre de 2023, para conmemorar el aniversario de la Noche de los cristales rotos, se proyectó sobre la Puerta de Brandeburgo una estrella de David y la frase “¡Nunca más es ahora!”. Esta elaboración mítica de la Shoah se ha interpretado de distintas maneras y ha servido para objetivos diversos. Con miras a obtener el reconocimiento internacional de la República Federal, el que fuera canciller de Alemania, Konrad Adenauer, acordó en 1952 con el entonces primer ministro israelí David Ben-Gurión, el pago de reparaciones a Israel y a la Conferencia Judía de Reclamaciones (JCC) mediante el Acuerdo de Luxemburgo. En los años noventa, el vicecanciller del partido verde, Joschka Fischer, justificó en un tono similar la intervención de la OTAN en la Guerra de Kosovo (1998-1999): “Nunca más guerra, nunca más Auschwitz, nunca más genocidio, nunca más fascismo”. Esta plegaria humanista permitió relativizar algunas muertes, “necesarias” para derrotar a un émulo de Hitler en Serbia.

En los últimos años, como atinadamente señaló Hans Kudnani en un texto del 15 de marzo, la élite alemana ha interpretado la culpa del genocidio nazi como una responsabilidad para defender exclusivamente al Estado israelí. En 2008, la entonces canciller Angela Merkel subrayó ante la Knéset la responsabilidad especial de Alemania con la seguridad de Israel y con la preservación de la memoria del Holocausto como atrocidad histórica única. En noviembre del año pasado, el vicecanciller verde Robert Habeck recordó que este compromiso es parte de la Staatsräson alemana. Desde estas coordenadas es posible colocar a ciertos muertos en una pira necesaria para derrotar a la penúltima reencarnación del nazismo. El crimen absoluto permite relativizar las atrocidades en la Franja de Gaza en aras de preservar la seguridad de las víctimas absolutas. Por otro lado, la elaboración del genocidio como crimen sin redención reserva a los victimarios la misión de sensibilizar al resto del mundo. Amparados en un excepcionalismo moral, los alemanes se convierten en la instancia superior para determinar si un acto es antisemita y censurar cualquier desacuerdo en torno a las acciones del gobierno israelí. La aspiración por convertirse en los campeones morales de la humanidad explica, por ejemplo, la facilidad para “cancelar” al pensador camerunés Achille Mbembe por “minimizar el Holocausto”, amenazar con retirar el premio Hannah Arendt a Masha Gessen por sus opiniones sobre el sionismo contemporáneo o desalojar a un grupo de estudiantes de la Freie Universität de Berlín en un acto de solidaridad con Palestina. Cualquier matiz, disenso o corrección es sospechoso de complicidad con el enemigo; cualquier intento de corroer el mito con historia, un ataque a los cimientos del Estado alemán. El excepcionalismo alemán ha mostrado sus derivas más peligrosas en el pasado, pero las posibilidades del crimen absoluto para legitimar atrocidades todavía no muestran sus contornos más abominables…

*El autor es miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión Europa+ del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi). Profesor del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), candidato a doctor en Filosofía Política y maestro en Ciencia Política y Filosofía por la Universidad de Heidelberg, internacionalista por el ITAM y estudiante de Letras Alemanas en la UNAM.

X: @lagarciniega

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