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Opinión

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¿Cuándo se justifica la corrupción?

Entra fácil en una sociedad que no sólo tiene esta incapacidad, sino que llega a justificarla; las rutas del confort nos hacen parte del sistema que despreciamos

Si la corrupción es hoy, en el mundo, el mayor problema, no es porque sea nueva, sino porque legiones de personas se incorporan al juego del poder y el dinero fácil. Inmensas son las parcelas invadidas por la corrupción.

La corrupción es un término tan amplio que se encuentra en todos lados, desde los escándalos financieros con sumas multimillonarias que enchilan hasta al más templado, hasta el lenguaje que nos importa a unos menos. ¡Ponte la del puebla, carnal!

En lo intangible del pensamiento, es un doloroso espejo de la corrupción moral. Nos asusta pensar que somos partícipes. Todos y cada uno de nosotros nos sentimos menos culpables que Carlos Salinas, Emilio Lozoya o los que vengan. Villanos sobran y sobrarán para asombrarnos. La cosa se pone más grave, la corrupción en realidad no sólo transgrede el derecho, también lo hace con los conceptos del bien y el mal. La corrupción entra fácil en una sociedad que no sólo tiene esta incapacidad, sino que llega a justificarla. Las rutas del confort y el dinero fácil nos hacen parte del mismo sistema que despreciamos.

No tenemos derecho a olvidar que a la corrupción la define la realidad de quien la sufre, no de quien la goza. Los sujetos de su desesperación desesperadamente pedimos auxilio. La corrupción existe donde el bien y el mal pasan de ser un asunto filosófico o de derecho a uno de opinión. Querido lector, no hay corrupción buena u opinable; es mala a secas.

Uno de los mayores errores en México en el combate a la corrupción es que las autoridades no saben cómo enfrentarla. Quieren desesperadamente atacarla en todos los frentes, auditorías a tontas y a locas que no tienen ningún sentido más que cumplir con metas, llenar números, así como justificar burócratas y apodos como, la Robespierre mexicana. Las leyes se vuelven inoperantes porque no están focalizadas. No entienden lo que se debe atender. Un mar de procesos y quejas inundan los expedientes burocráticos. No se trata de emitir lamentos derrotistas, ni de comparar desgracias; tampoco de entender los límites que soportan las sociedades. Además de la exigencia a las autoridades, el problema nos exige una discusión ética que aún no hemos tenido y cuando la intentamos tener lo hacemos mal. Debemos todos ponernos de acuerdo sobre qué tipo de país queremos. Cuando digo todos me refiero a todos. El que entendió, entendió.

Politólogo y abogado, académico, columnista, presidente de ciudadanos sin partido y orgulloso mexicano.

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