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Opinión

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De las musas al teatro: COP24

El Acuerdo de París se abre a las circunstancias diferentes entre países emergentes y desarrollados.

El cambio climático, como consecuencia de la actividad humana, es un hecho y también lo es su impacto en la economía y en el sistema financiero. En este último ámbito se ha evolucionado desde una perspectiva reputacional hasta el análisis sobre cómo gestionar los riesgos físicos (cambios en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos catastróficos) y de transición (pautas y normativa para que la actividad real y las finanzas sean congruentes con los recursos de la Tierra). De abogar por cuidar el medio ambiente de forma retórica a responder preguntas concretas: ¿Cómo clasificar activos financieros sostenibles? ¿Cómo medir riesgos, oportunidades e impactos? ¿Cómo conseguir recursos para mitigar su impacto? ¿Cómo llevar a cabo la transición para ser menos dependientes de energías contaminantes y/o potenciar las limpias? De las musas al teatro.

El Acuerdo de París (Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático del 2015 o COP21), firmado por 195 países, fue especialmente positivo porque abrió la puerta a velocidades y requisitos diferentes para países emergentes y desarrollados, distintos también en su responsabilidad sobre las causas del cambio climático. Se facilitó así llegar a acuerdos y fue una palanca para que cada país aumente su grado de compromiso, según sus capacidades. El COP 23, que concluyó hace dos semanas, resulta también provechoso porque ha abogado por un grado de ambición mayor, y ha puesto especial énfasis en los países más vulnerables.

La Cumbre del Cambio Climático de París del próximo 12 de diciembre será clave para seguir progresando adecuadamente en la contestación a las cuestiones anteriores. La respuesta práctica ha de considerar estas dos claves: las consecuencias del calentamiento global tienen un efecto directo en la función agregada de bienestar social de los países en los que las industrias operan; y la integración de los riesgos (y oportunidades) en el business as usual de entidades financieras y empresas ha de hacerse de manera progresiva y suave en su gobernanza, estrategia, desarrollo de negocio y gestión de riesgos.

Para lograrlo, hay que superar retos. En primer lugar, divulgar la información de manera adecuada y comunicar de manera clara y directa, para aportar valor añadido, y en aras de una correcta disciplina de mercado y formación de precios (que actualmente tiene más de arte que de ciencia). Además, se necesita una clasificación estándar, ampliamente aceptada y global, que permita comparar y cuantificar riesgos, oportunidades e impactos. También hay que asegurar un marco legal, regulatorio y supervisor que dé estabilidad y certeza durante toda la vida de los proyectos, que permita a oferentes y demandantes de financiamiento tener una perspectiva de largo plazo en su toma de decisiones, con expectativas racionales basadas en la información disponible a la que se aludía previamente.

En el estado incipiente actual, parece aconsejable ser prudentes e ir avanzando con pasos pequeños y firmes. Una estrategia demasiado ambiciosa, que pretenda hacer todo desde el principio y de manera simultánea, podría llevar a una parálisis e incluso provocar un retroceso como consecuencia de efectos no deseados. Por ello, un plan global ordenado y coordinado desde todos los frentes que evite solapamientos e incongruencias con las medidas existentes es fundamental. Por ejemplo, desde los ámbitos legislativo, fiscal, regulador y supervisor vía políticas de emisiones, a través de inversiones públicas y compartición de riesgos.

Además, la estrategia global común ha de permitir cierta flexibilidad entre jurisdicciones en función de sus diferencias en términos de desarrollo y capacidades (como acertadamente reconoció el COP21): un país emergente sin infraestructuras difiere significativamente de uno europeo con niveles de consumo y estado de bienestar mayores, que a su vez no se parece a China con un modelo de crecimiento intenso.

La última crisis evidenció que la cooperación y la coordinación global son imprescindibles para que las medidas implementadas consigan, o se acerquen, a sus respectivos objetivos, y que los compromisos han de ser creíbles y continuar en el tiempo, adaptándose correctamente a un entorno dinámico. Ojalá el COP 24, que tendrá lugar en diciembre del 2018 en Katowice (Polonia), confirme que si bien no fue “en horas veinticuatro”, (...) “más de ciento (...) pasaron de las musas al teatro”.

*Economista sénior de la Unidad de Regulación y Políticas Públicas de BBVA Research.

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