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Del neoliberalismo al neo-despotismo
El concepto de despotismo puede parecer un poco antiguo. Sin embargo, estudiosos de la realidad política contemporánea como el australiano John Keane han argumentado a favor de su recuperación.
Al poco tiempo de asumir la presidencia de la República, López Obrador declaró que daba inicio un cambio de régimen. “Declaramos formalmente desde Palacio Nacional el fin de la política neoliberal”, dijo al clausurar el foro para la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024. Prometió entonces que el cambio de régimen llevaría a la regeneración de la vida pública y que serviría de inspiración a otras naciones.
El trascendentalismo político del presidente López Obrador causó extrañeza a más de un analista. “¿Cambio de régimen?”, se preguntó José Woldenberg en un lúcido artículo publicado en El Universal. Alegó por el apego a lo establecido en el Artículo 40 de la Constitución. El nuevo gobierno debía respetar el régimen republicano, democrático, representativo, federal y laico, que México se había dado en ejercicio de su soberanía.
A cuatro años y medio del inicio del actual gobierno, se ha venido esclareciendo el significado del cambio de régimen que el presidente López Obrador pretende realizar. El enigma se puede despejar no sólo por sus palabras, sino también por sus propuestas de reforma constitucional –muchas de ellas, por fortuna, fallidas– y, sobre todo, por su actuación como gobernante.
No queda duda que el objetivo del presidente López Obrador ha sido terminar en los hechos con el pluralismo de partidos y destruir el régimen de contrapesos institucionales, construidos durante lo que él llama el periodo neoliberal. En su lugar ha buscado implantar un nuevo despotismo con tintes plebiscitarios.
El concepto de despotismo puede parecer un poco antiguo. Sin embargo, estudiosos de la realidad política contemporánea como el australiano John Keane han argumentado a favor de su recuperación. Sirve para explicar cómo funcionan y perpetúan en el cargo gobiernos como el de Rusia, China, Venezuela, Turquía, cuyos líderes han desarrollado una combinación formidable de herramientas políticas para concentrar el poder.
Montesquieu desarrolló el concepto de despotismo en el siglo XVIII, a partir de la observación de regímenes políticos de su época. “La naturaleza del despotismo, dijo, es el gobierno de acuerdo con la voluntad y el capricho de un solo hombre”. Puede haber leyes, pero la norma es siempre interpretada y aplicada a conveniencia del déspota. No existe un control externo a la voluntad del gobernante.
La concentración del poder se sostiene mediante el resorte motivador específico del despotismo: el miedo. Keane analiza la intimidación selectiva –en algunos casos acompañada de violencia– de opositores y críticos, como una de las herramientas favoritas de los déspotas modernos.
Montesquieu vio en el despotismo una tendencia natural que podía afectar y corromper a por igual a las monarquías y las repúblicas de su época. Keane, por su lado, advierte que los despotismos modernos pueden dominar la retórica de la democracia, ganar apoyo de la opinión pública y prevalecer en las elecciones. Lo consiguen mediante una variedad de instrumentos políticos.
Las tendencias despóticas han sido parte de la personalidad política del presidente López Obrador desde los inicios de su carrera. Algunos simpatizantes pensaron que al llegar a la presidencia se moderarían. El pragmatismo que desplegó durante la campaña presidencial parecía darles la razón.
Sin embargo, una vez que ganó el poder la tendencia despótica de la Cuarta Transformación se desató. Su gobierno se ha caracterizado desde un principio por la concentración del poder, así como la intimidación selectiva de críticos y opositores. No obstante, su proyecto de cambio de régimen quedará a la deriva una vez que concluya su sexenio. Nada garantiza su continuidad. Quizás eso explica su más reciente radicalización. Son los estertores de un despotismo agónico.
*El autor es profesor del CIDE.
Twitter: @BenitoNacif