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Opinión

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Desde 1971, pese a la captura o muerte de sus jefes, la delincuencia organizada crece y prospera

El jueves pasado, la Casa Blanca emitió un comunicado del presidente Joe Biden, en el que destaca la captura en Culiacán de Néstor Isidro el Nini Pérez, uno de los jefes del Cártel de Sinaloa. Biden señala que el evento marca un hito en la lucha contra el narcotráfico y resalta la sólida colaboración entre México y EU. Añade que atrapar al Nini no solo es un duro golpe al crimen organizado, sino que refuerza la imagen de una alianza efectiva entre ambos países en el combate a la delincuencia. Biden agradece a AMLO, al Ejército y a las fuerzas especiales mexicanas por capturar eficazmente al Nini, y a los valientes hombres y mujeres de las fuerzas de seguridad mexicanas que llevaron a cabo esta exitosa operación para detenerlo.

En México, AMLO también destacó la importancia de la captura y presumió la felicitación que le envió su contraparte estadounidense.

Por el tenor de las declaraciones de ambos, podría suponerse que la caída del Nini representa un duro golpe contra el Cártel de Sinaloa. Sin embargo, desde 1971, cada vez que un importante narcotraficante ha sido capturado o ha muerto, se han difundido comunicados similares, tanto en EU como en México, y en nada se han afectado las actividades de la delincuencia organizada en su conjunto.

La realidad nos indica que la muerte o captura de un poderoso delincuente puede causar la desaparición de su organización criminal, pero no de los negocios de ésta, que tarde o temprano serán controlados por otra organización.

Los números corroboran lo arriba escrito. Desde 1971, cuando el presidente estadounidense Richard Nixon lanzó su guerra contra las drogas, hasta hoy, fueron capturados o murieron decenas de jefes criminales pertenecientes a los cárteles de Guadalajara, Sinaloa, Ciudad Juárez, el Golfo, Noroeste, Tijuana, Jalisco Nueva Generación, Santa Rosa de Lima, Beltrán Leyva, Los Zetas, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios y otras organizaciones, sin que haya sido debilitada la delincuencia organizada. Es más, ésta ha ampliado sus actividades a todo tipo de negocios lícitos e ilícitos y demostrado una gran resiliencia.

Nixon lanzó su guerra contra las drogas preocupado por las muertes por sobredosis de drogas que se registraban en su país. Por esta causa murieron 6,771 personas en 1971. El número anual de muertes se mantuvo más o menos en este nivel hasta 1995, en que llegaron a 8,000. A partir de ese año fueron en aumento: 17,415 en 2000, 29,813 en 2005, 38,329 en 2010, 52,404 en 2015, 91,799 en 2020, 109,179 en 2021 y 105,573 en 2022.

El incremento de las muertes por sobredosis a partir de 1995 se debe, en gran medida, a la prescripción médica excesiva de opioides en los 90 y luego por la aparición del fentanilo, un opioide sintético más potente. La restricción tardía en la prescripción de estos fármacos llevó a un mayor consumo de heroína. Este problema se ha complicado por factores socioeconómicos y la escasez de servicios de salud mental y de tratamiento para adicciones, profundizando la crisis de salud pública.

Y el número de muertes va en ascenso, sin importar el número de líderes del narcotráfico que hayan sido capturados o muertos, o los mensajes de felicitación que se envíen mutuamente los presidentes de México y EU.

Facebook: Eduardo J Ruiz-Healy

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ruizhealytimes.com

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Opinador, columnista, conferencista, media trainer, 35 años de experiencia en medios de comunicación, microempresario.

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