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Después de mí, el diluvio
Esta frase, atribuida a Luis XV de Francia, puede ser aplicada a López Obrador. Sin embargo, a diferencia del monarca, el presidente mexicano vive su último año de gobierno con un buen nivel de popularidad. Muchos de sus opositores han buscado una explicación razonable de algo que les parece misterioso. Algunos señalan que sus votantes son los más ignorantes de la población mexicana. Otros afirman que están manipulados por la fuerza de la demagogia y una narrativa simplona en la cual se entrelaza el patrioterismo, la historia nacional para dummies y un aire de justiciero en favor de los pobres.
Muchos opositores lo son porque en realidad les cae mal el personaje, no por razones políticas. Es un buscabulla, divide a la sociedad y a las familias y su lenguaje se parece al de los “comunistas” de Cuba y Venezuela. Hay algo peor, desprecia a los analistas, columnistas y periodistas en general. Si para Fox, Calderón y Peña los medios eran una pesadilla, ahora se da el caso inverso, un presidente que no sólo desprecia “la opinión pública”, sino a las leyes y a las instituciones que lo limitan.
La misma oposición ha exagerado la popularidad de AMLO, convirtiéndolo en un misterio, pero no lo es. Se preguntan: ¿cómo es posible que este presidente sea tan popular? La verdad, su popularidad no está fuera de los parámetros. Según Polls.mx, Zedillo tenía una popularidad mayor (64%) que López (63%) al entrar en su último año de gobierno.
La verdad es que es difícil imaginar un presidente más diferente a AMLO que Ernesto Zedillo. Afrontó la crisis de 1995 y el enfrentamiento con Salinas de Gortari, terminó con los conflictos postelectorales, impulsó la autonomía del Poder Judicial y del Instituto Federal Electoral e intentó una reforma de Estado. Su peor error fue FOBAPROA, pero incluso con esto terminó su gobierno con buenos números de aprobación. No recurrió a la demagogia y se puede decir mucho de él, pero de ninguna manera que tenía una personalidad carismática. Fox y Calderón tuvieron cifras de popularidad un poco menores que el actual mandatario. El único notable fue Peña Nieto: en su último año su popularidad era bajísima.
He leído y seguido las opiniones de muchos opositores a AMLO. Algunos se perciben a sí mismos como “gente de razón” y emiten opiniones cargadas de clasismo y racismo. Veamos un repaso rápido a algunas de las acusaciones contra López Obrador: fomentar el rencor, utilizar a la gente pobre e ignorante y manipular a las personas.
AMLO no inventó el rencor dentro de la sociedad mexicana. Si alguien suponía que vivíamos en la buena y cordial sociedad mexicana de las películas de Amparo Rivelles de los 60, se equivoca. El rencor nació de la impunidad de las élites, de la desigualdad, de los abusos de poder y un largo etcétera. AMLO supo sacar provecho de esta situación. Se podrá cuestionar sus intenciones y métodos, pero ha sido un maestro en este abominable arte.
Se dice que lo sigue sólo la gente pobre e ignorante. Hay que empezar diciendo que esto es una falsedad. Existen muchas personas de clases medias y altas, con estudios, que apoyan a AMLO o parte de lo que representa. Son personas cansadas de los vicios de una clase política abusiva. Por lo demás, la utilización de la gente más pobre y con menos estudios fue una práctica común del PRI durante décadas. AMLO retomó, con una siniestra habilidad, una práctica que el Tricolor había abandonado.
Los abusos contra las personas más golpeadas de nuestra sociedad son reales y durante mucho tiempo fue así, ¿por qué sorprende que un presidente dador, que subió los salarios en términos reales y, sobre todo, que reparte dinero en efectivo sea popular? Que proteja la corrupción, desobedezca las leyes y haya fracasado en rubros importantes es parte del paisaje normal de la política mexicana.
AMLO ha hecho lo que varios presidentes antes, pero su lenguaje no es el de sobrios abogados o economistas, es un lenguaje directo, básico y fácil de entender. Su planteamiento de “ellos” y “nosotros”, el pueblo, aprovechó viejos vicios existentes en la vida pública. El éxito de López Obrador está montado en las prácticas más arraigadas de los viejos partidos políticos.
Su éxito personal está acompañado del fracaso de su gobierno en casi todo, en el derrumbe de nuestra incipiente democracia. Es cierto que repartió mucho dinero e hizo sentir a muchas personas parte de algo, de un proyecto justiciero, pero esta tal vez no sea la palabra, es un proyecto que no ofrece justicia sino la posibilidad de cobrarse las afrentas, reales o supuestas.
López se va siendo un presidente fuerte, pero deja al país más frágil de lo que lo encontró.