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Opinión

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Directores de orquesta

Curioso que el escándalo de Enrique Batiz coincida con un certamen para nuevos concertadores.

Sabemos que la vida cultural mexicana tiene zonas oscuras. Territorios prohibidos. Dimes y diretes no aptos para la cobertura informativa e incluso para la atención de la comentocracia. Hay reservas que imponen los intereses. O aquello de que “perro no come carne de perro”. Otros dirán que la falta de abordaje de asuntos de interés público del sector cultural, tienen tantos matices institucionales, personales o corporativos, que mejor ni asomarse. De hacerlo, los riesgos son letales: van de la descalificación al maltrato que, en las redes sociales, puede ser brutal.

Uno de esos campos minados está en los conjuntos orquestales. En ese escenario se sitúa lo que atraviesa el maestro Enrique Bátiz. Es evidente que superará el difícil episodio que marca su retiro de la OSEM. No reniega de su leyenda: la de un director talentoso, complejo, carismático y complicado. Ni el primero, ni el último con esas peculiaridades en la historia de los concertadores. Pero el escándalo tiene otras aristas. Una de ellas refiere a los mecanismos de elección y permanencia de los directores. ¿Qué razones además de las artísticas le permitieron a Bátiz cubrir tantas décadas al frente de la orquesta? ¿Cuáles son los metapoderes de los que goza un titular y su jefe inmediato?

En otros bordes ¿tiene sentido discutir las condiciones en las que deja el conjunto? ¿Podrían hablar los integrantes sin temor a la censura de las autoridades y de sus huestes sindicales? ¿En verdad los públicos están conformes con la OSEM? ¿Cómo se miden los resultados, además de los aplausos o la sala llena? Y por extensión ¿en qué situación se encuentran los demás conjuntos orquestales del país? ¿La música de concierto goza de cabal salud en México? ¿Cuánta inversión pública y privada implica sostener estas organizaciones? ¿Nuestros músicos y los venidos de fuera, viven bien de su trabajo? ¿Tenemos educación artística musical de calidad?

Más cortes ¿tiene sentido que la OFUNAM convoque a un concurso de directores de orquesta? ¿Y además con la consigna de evaluar el estado internacional, cuando no se tiene lo que ocurre a nivel nacional? Si como señalaron las autoridades universitarias, su antecedente es el Premio Eduardo Mata ¿por qué no lo refundaron en lugar de crear uno “nuevo”? ¿Es accesible el diagnóstico que fundamenta la decisión de Massimo Quartas, Fernando Saint Martin y Juan Ayala? ¿El monto del premio es competitivo? ¿No saldrá más caro el Jurado que todo el certamen? ¿Es la OFUNAM la orquesta que más directores, solistas y compositores mexicanos programa, como para sustentar su interés?

Vamos, muchas de estas preguntas nos recorren como fantasmas desde hace años. Como las que envuelven la vida sindical de los músicos, las formas de contratación de los artistas extranjeros, los salarios de los directores artísticos, los criterios de selección de obras de temporada (diré “minutas creativas”) y la de atrilistas eventuales que cubren algunos conciertos. Tanto y más donde por lo general, las respuestas que se llegan a brindar suelen ser escurridizas, encerradas en cláusulas contractuales, en argumentos endulzados por el criterio estético o por el deber institucional, o ya sea por referencias a un pasado que pocos recuerdan…

Así las cosas, espero que la cruda exhibición del caso Bátiz termine lo mejor posible y que a la OFUNAM le vaya bonito con el concurso. Y por cierto, como asiduo a la sala Neza, dos sugerencias. Retomar el formativo aviso al público de guardar silencio al final de las obras, y que el comentarista Roberto Ruiz Guadalajara aleccione sobre directores y solistas, se merecen también algunas sabias palabras…

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