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Opinión

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El Aeropuerto y la Ciudad

Casi siempre ocurre que cuando se construye un aeropuerto, se buscan los lugares donde es posible tener operaciones aéreas pero alejados de zonas urbanas o al menos no rodeados de ellas y con acceso expedito a los centros de demanda. Lógicamente, estas infraestructuras traen desarrollo, negocios, empleos, crecimiento, pues, y con ello la infraestructura urbana va rodeando el polígono aeroportuario.

Luego vienen las quejas del ruido y demás, pero en todo caso el intento original era cuidar esos aspectos y a veces el terreno donde estaba ubicado el aeropuerto se ve “estrangulado” por el desarrollo urbano y ya no es posible crecerlo. De esta forma han surgido los aeropuertos complementarios, como Charles De Gaulle en París; Dulles en Washington; Heathrow en Londres; O’Hare en Chicago, etc., pero, salvo excepciones, el aeropuerto “original”, el que sirve a la Ciudad, se queda y una de las cosas más importantes es mantenerlo en óptimas condiciones y siguen utilizándose para segregar tráficos y mantener conectada a las ciudades.

En el caso del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) las cosas no han resultado tan bien. Se ha tenido que hacer diversas obras con muy pocos recursos y aún falta mucho para que nuestro aeropuerto capitalino se vea y esté en las mejores condiciones.

Uno de los factores que más ha influido para que no se invierta lo suficiente ha sido la deuda de los bonos que fueron colocados para construir el nuevo aeropuerto en Texcoco, para lo cual se comprometieron los ingresos de Tarifa de Uso del aeropuerto (TUA’s). El esquema financiero es impecable, lo malo es que Texcoco no se construyó y el que sí fue construido tiene sus TUA’s comprometidas en otros usos (las pensiones de la Sedena, según se dijo).

No obstante, el AICM hoy en manos de la Secretaría de Marina, ha tenido que salir adelante y aunque no luzca mucho, lo cierto es que se han ido haciendo las labores de mantenimiento requeridas (como el reencarpetado de las pistas, el cambio de luces de pista; el desazolve y cambio de instalaciones de drenaje; el equipamiento para revisiones de pasajeros, equipaje de mano, maletas, carga en las panzas de aviones, etc) con lo poco que hay.

Desde luego que “lo poco”, no es tan poco (este año tuvieron un presupuesto adicional de 1,500 millones de pesos) pero para el tamaño de las obras requeridas sí queda muy corto. No obstante, es claro que al menos en el funcionamiento diario y en las formas como hoy se coordinan las distintas autoridades bajo el mando único de Semer, las cosas han mejorado y, merced al recorte de operaciones por hora -de 61 a 43- hasta se tienen records de puntualidad, aunque el recorte no haya ayudado al AIFA a crecer lo suficiente.

Sin embargo, hay que reconocerle a la Marina y a los directores Carlos Velázquez Tiscareño, hasta marzo pasado y el actual, José Ramón Rivera Parga, que han realizado un excelente trabajo.

Falta mucho por hacer (ellos mismos lo reconocen) porque un aeropuerto es casi como una ciudad, donde hay de todo (el lado luminoso y el lado oscuro) pero al menos se vislumbra que vamos por buen camino. Ojalá se mantengan así en el futuro.

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