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El Brexit se devora a sus hijos
Nunca en la muy larga vida parlamentaria británica un partido había obtenido una mayoría tan aplastante dentro del parlamento tras la celebración de unas elecciones generales. El Partido Laborista ganó 412 de un total de 650 escaños en la Cámara de los Comunes, esto a pesar de haber sido humillados hace cinco años al sufrir su mayor derrota desde 1930. Lo ha conseguido gracias al liderazgo poco brillante pero efectivo de Kier Starmer, el ya nuevo primer ministro del país, quien supo poner orden en la casa tras años de liderazgos raquíticos y desorden interno. No obstante, lo hizo sin ofrecer ilusión, sin entusiasmar, sin comprometerse a nada sustancial y asumiendo el grueso de las políticas económicas del gobierno saliente. Este apabullante triunfo mucho difiere de la victoria abrumadora de Tony Blair en 1997, cuando el Partido Laborista obtuvo más del 43 por ciento del voto popular y aprovechó a cabalidad el entusiasmo por su proyecto del “Nuevo Laborismo”. Los laboristas registraron en los comicios celebrados la semana pasada solo un 1.7 por ciento más de votos respecto a la votación previa, la del 2019, cuando el conservador Boris Johnson arrolló al entonces jefe de los laboristas, el radical Jeremy Corbyn. Pero el sistema electoral británico (mayoría simple en distritos uninominales a una sola ronda sin proporcionalismo) premia masivamente al partido más votado y castiga a las organizaciones capaces de obtener muchos votos a nivel nacional pero incapaces de concentrar sus sufragios lo suficiente para ganar en los distritos uninominales.
El Brexit se comió a sus hijos, de ahí la principal razón del triunfo laborista. Seis años después es notable como se han debilitado tanto a la economía como al sistema constitucional del Reino Unido. Alrededor del 62 por ciento de los británicos describe al Brexit como un fracaso, según encuestas de YouGov. La inflación ha sido de más de un 25 por ciento desde enero de 2021 provocada, sobre todo, al considerable incremento en los costes de los alimentos consecuencia de las barreras comerciales adicionales derivadas de la salida del mercado único. El crecimiento del PIB va a la deriva, los niveles de inversión empresarial se han reducido dramáticamente y, para colmo, la crisis migratoria se ha agravado, en sentido contrario a los ofrecido por los campeones del antieuropeísmo (Johnson, Rees-Mogg, Michael Gove) quienes, por cierto, están hoy casi todos fuera del Parlamento.
Pero no es el caso de Farage, el demagogo antieruropeista más activo desde la extrema derecha. El sí estará en el Parlamento, electo bajo la etiqueta del recientemente formado Partido Reformista. Porque en buena medida el triunfo laborista es un espejismo. En apariencia, el resurgido Partido Laborista llevará al Reino Unido hacia la izquierda a contrapelo del fortalecimiento de la extrema derecha de la Europa continental. Pero su mayoría está construida sobre cimientos poco profundos, con una escasa proporción de votos a niel nacional del 35 por ciento detrás de la cual surge una imagen matizada. El nuevo Partido Reformista arrebató a los conservadores el 14 por ciento de la votación nacional, aunque debido al sistema electoral solo contará con cuatro escaños parlamentarios (uno de ellos el de Farage). A pesar de lo limitado de su representación en Westminster, los “reformistas” están muy bien posicionados y con estupendas perspectivas de crecimiento en los próximos años. Por ello el Partido Conservador deberá tomar ahora difíciles decisiones para determinar su rumbo ¿Pondrá el timón apuntando al centro o se dejará llevar por los vientos racistas y xenófobos tan en boga en el resto de Europa?