Lectura 4:00 min
El Metaverso
En su famoso ensayo de 1936 “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, Walter Benjamin analiza la pérdida del valor ritual de las obras de arte ante su reproducción masiva. La experiencia estética, para él, se profundiza ante la presencia de lo único, lo irrepetible, aquello que trasciende la cotidianeidad en un afán de permanencia. El arte es así un pequeño instante de eternidad. La reproducción masiva de la obra de arte la despoja del aura de aquello que es único para transformarla en un simple objeto de consumo. La actitud de nuestra sociedad frente a las obras de arte reproducidas en masa traspasa la esfera de lo estético para incorporarse en la consciencia humana como una incapacidad para identificar aquello que es irrepetible. Hemos llegado a ser tan únicos y auténticos que todos somos iguales.
La fotografía y el cine, las grabaciones de audio y de video, almacenan y reproducen nuestra imagen y nuestra voz, pero en una vuelta de tuerca a las ideas de Benjamin, Adolfo Bioy Casares en “La invención de Morel” de 1940, imagina una serie de máquinas receptoras, almacenadoras y reproductoras de todo aquello que se pueda captar con los sentidos humanos. Las reproducciones de Morel son imágenes tridimensionales, sonidos que acompañan a la imagen mientras se desplaza en el espacio, olores y sabores nítidos que hacen imposible distinguir a la mujer de su reproducción artificial, igualmente tersa al tacto más febril. Morel no sólo nos priva de la capacidad de distinguir lo único e irrepetible sino que al reproducir todas las manifestaciones de nuestra presencia en el mundo nos despoja también de nosotros mismos. Los personajes de Bioy Casares tienen corporeidad pero reproducen cíclicamente la misma semana en que Morel los capturó en su invención. Es posible que la consciencia misma de estos haya sido también reducida a un pequeño espacio de almacenaje en la máquina infernal de Morel.
En lo que me parece un acercamiento a la ficción de Bioy Casares, Mark Zuckerberg anunció recientemente su proyecto del Metaverso, concebido como una fusión entre la vida real y la digital, en la que cada usuario tendrá un Avatar con sus mismas facciones y que repetirá en tiempo real sus mismos movimientos y gestos. El acceso al Metaverso será a través de unos anteojos y un brazalete que también proyectará imágenes holográficas en tercera dimensión con las que se podrá interactuar en el mundo real (o aquél que aún consideramos real). El Metaverso permitirá trabajar, entretenerse, comprar, leer, escribir, reunirse con los amigos o pelear con monstruos y villanos de infinitos universos, o, si usted lo prefiere, ser ese monstruo o ese villano, todo sin necesidad de salir de su casa o siquiera moverse de ese sillón en el que está sentado desde que su vida se encuentra almacenada en servidores protegidos con la más alta tecnología.
Con una muy fina ironía, el nombre Metaverso hace referencia a la novela ciberpunk de 1992 “Snow Crash” de Neal Stephenson, en la que gigantescas empresas privadas han sustituido al gobierno en múltiples niveles, tanto geográficos como por actividades, incluyendo aquellas que hasta el día de hoy seguimos considerando esenciales de un estado. De esta novela proviene también la palabra Avatar para designar al personaje que representa al usuario en el mundo virtual.
Comparto las inquietudes y preocupaciones de Benjamin y Bioy Casares sobre la despersonalización del individuo y nuestro aislamiento respecto de los grandes mitos fundacionales, y aunque no espero vivirlo ni formar parte de ese mundo, me parece que es imposible de contener y habrá que encontrar espacios para la simple y cálida convivencia humana alrededor del fuego de una hoguera antes de volver a la Matrix.
@gsoriag