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El acoso no está a debate II/II
En la cultura occidental, por no hablar de otras, la violencia sexual se ha ocultado y normalizado tradicionalmente bajo el velo de la seducción. La figura de Don Juan Tenorio es sólo uno de los ejemplos más conocidos. En este sentido, la minimización del acoso en contextos laborales o educativos forma parte de una tendencia a la que desde hace más de una década se ha buscado poner freno en distintos países. El movimiento #MeToo es sólo uno de ellos.
Afirmar que acoso y violencia sexual no son seducción sino imposición en un sistema de relaciones de género desiguales no implica negar el juego de la seducción sino sacar a la luz los usos sesgados y malintencionados que se han hecho de ésta. Seducir implica atraer, convencer y persuadir, desde lo emocional no desde lo racional – aunque esto no tiene por qué quedar fuera. Se trata por tanto de un intercambio en que las dos personas, en principio, aceptan el juego. Esto no impide que se use la seducción con fines perversos, como sucede, según se ha documentado, en casos de trata con fines de explotación sexual. Sin embargo, en términos más generales, la seducción en sí no es lo que se ha cuestionado desde #MeToo. Como afirmó Natalie Portman en la Marcha de las mujeres de este año, querer un mundo en que las mujeres puedan, “expresar [su] deseo sin temer por [su] seguridad y reputación … es lo opuesto al puritanismo”.
Las acusaciones contra las feministas como “puritanas” no es nueva. Lo ha planteado bien la historiadora Geneviève Fraisse, quien en una entrevista en torno al actual debate francés (Franceinfo), recordó que desde la revolución francesa las reivindicaciones de las mujeres por la igualdad han sido denostadas como atentados contra las relaciones amorosas y amistosas entre los sexos. Lo que en el sistema patriarcal no se soporta es el cuestionamiento del statu quo que ha situado a las mujeres en una posición subordinada, en la política, el trabajo, la casa y la cama. Así lo indican, por ejemplo, las críticas a las mujeres que lucharon por el derecho al voto en México, a quienes igual se acusó de querer destruir la paz de la familia que de ser marimachas.
La búsqueda de la igualdad no ha destruido instituciones como la familia o la escuela, las ha resignificado y ha modificado algunas de sus prácticas más inicuas. Oponerse hoy al acoso y denunciarlo implica reivindicar una verdadera igualdad de trato y oportunidades, demandar las mismas posibilidades de desarrollo personal, intelectual y profesional. La participación en la política y la entrada masiva de las mujeres en los ámbitos educativos y laborales han puesto en cuestión prejuicios naturalizados y han contribuido a hacer visible la violencia y el acoso que aún persisten en muchas instituciones. Lejos de destruir, la actividad y la lucha de las mujeres por la igualdad son indispensables para alcanzar una sociedad más justa.
Por otro lado, cuestionar los prejuicios sociales que sostienen los privilegios masculinos (aunque no todos los tengan por igual) y hacerlo desde distintas perspectivas y diversos matices, como lo han hecho los movimientos feministas, contribuye a ventilar los problemas de millones de mujeres y niñas sujetas a la mentalidad patriarcal y sus excesos. Hoy como ayer, medios y personas proclives a la caricaturización, han querido configurar las diferencias de opinión como “guerra” entre mujeres o “pleitos” personales. La falta de originalidad de esta representación ridícula no le quita su intención corrosiva; manifiesta una vez más la resistencia a reconocer que la crítica social feminista no es ni tiene por qué ser homogénea.
Con todo y sus diferencias, los movimientos actuales coinciden en su condena de la violación y del acoso, que afectan a mujeres de todas las clases sociales y de todas las edades. Exigir no sólo la aplicación efectiva de las leyes existentes sino la corresponsabilidad de las instituciones públicas y privadas, y de la sociedad, en la prevención y sanción del acoso es una demanda común con un enorme potencial para alcanzar la igualdad.