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Opinión

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El costo de construir muros y barreras

Ni el Muro de Berlín ni la Línea Maginot lograron cumplir los objetivos de su construcción

En la madrugada del 13 de agosto de 1961, Robert Lohner, director de la estación de radio del sector americano en Berlín, recibió una llamada sorprendente: varios grupos de trabajadores y soldados de Berlín Oriental iniciaron la construcción de bardas y alambradas que en los meses siguientes se convertirían en el Muro de Berlín.

En el periodo 1948-1961, alrededor de 3 millones de alemanes orientales habían pasado por Berlín para emigrar al Oeste. Walter Ulbricht, dirigente de la RDA, como era conocida Alemania Oriental, decidió frenar la migración a Occidente. Para Ulbricht, quien había participado en el Partido Comunista Alemán (KPD) desde los años 20, el régimen Comunista era el Paraíso del Proletariado . Estaba convencido de que la RDA estaba en el camino de una mayor prosperidad económica que la RFA (Alemania Occidental), por lo que no estaba dispuesto a permitir que su población emigrara.

El muro tenía una longitud de casi 160 kilómetros, contaba con 186 torres de vigilancia y 31 puestos de control. El costo de construcción en sus diferentes fases fue de alrededor de 8,250 millones de euros actuales, pero el mayor costo fue la división de muchas familias alemanas y el estancamiento resultante del aislamiento que sufrió la economía de Alemania Oriental.

Aun cuando los dirigentes Walther Ulbricht y su sucesor, Erich Honecker, presumían del gran desarrollo de su economía, años después se descubrió que el crecimiento de la RDA era un mito, ya que las cifras económicas se habían manipulado por décadas para poder recibir préstamos del exterior. La realidad es que Alemania Oriental tenía graves problemas económicos desde los años 60, que fueron agravándose en las décadas siguientes.

En 1989, casi tres décadas después de la construcción del muro, cuando la Perestroika y Mijail Gorbachov estaban cambiando los paradigmas del bloque comunista, las protestas de la población de Berlín Oriental y la falta de apoyo económico de la Unión Soviética a Alemania Oriental, cuya situación económica era claramente insostenible, provocaron la caída del Muro de Berlín y la posterior unificación de las dos Alemanias.

La efectividad de la imposición de muros ha sido nula en la historia. Los muros sólo provocan una falsa sensación de seguridad y un aislamiento, lo que acaba siendo contraproducente para el país que se aísla.

Otro ejemplo muy claro de la inutilidad de los muros es la linea de defensa que construyó Francia para evitar un ataque de Alemania en el periodo de entreguerras. La Línea Maginot se construyó entre 1930 y 1936, tuvo un costo equivalente a 5,000 millones de euros actuales, tenía una longitud de 150 millas, una profundidad de 20 metros y unía 108 fuertes a través de una infraestructura que contenía túneles, búnkeres, puestos de comando, líneas telefónicas y trenes eléctricos subterráneos. Esta gran inversión impidió que Francia invirtiera en armamento moderno.

Francia no hizo caso a las advertencias del joven coronel de artillería Charles de Gaulle (quien cobraría fama como líder de la Francia Libre en los años 40 y se convertiría en el presidente de Francia al concluir la Segunda Guerra Mundial), que afirmaba que las guerras en el futuro no serían estáticas y que requerían de tanques y aviones, no de murallas. El alto mando militar francés seguía teniendo la mentalidad de la Guerra de Trincheras de la Primera Guerra Mundial, donde Francia pudo revertir sus derrotas iniciales después de defender exitosamente la fortaleza de Verdún en 1916.

La estrategia defensiva tuvo otros graves errores; la Línea Maginot únicamente cubría la frontera de Francia con Alemania, asumiendo erróneamente que los alemanes no atacarían por Bélgica, debido a la impenetrabilidad del Bosque de los Ardennes. Fue por ese paso por donde los alemanes invadieron Francia, rodeando y sitiando la Línea Maginot que no sirvió de nada. Francia fue derrotada por Alemania en sólo cuatro semanas.

En este contexto, cabe señalar que las barreras no necesariamente son construidas con concreto y varilla, existen además barreras comerciales, leyes migratorias y barreras a la movilidad de los flujos de capital.

La discusión sobre las barreras al comercio internacional no es nueva. El debate inició hace más de dos siglos con los economistas clásicos como Adam Smith y David Ricardo, que rechazaban las políticas proteccionistas del Mercantilismo, cuya visión del comercio internacional era la de un juego suma cero donde el país exportador ganaba a costa del país importador. En contra de esa corriente, Smith y Ricardo argumentaban que con el libre comercio, los países se logran especializar en los productos en donde tienen ventaja comparativa, resultando en una asignación más eficiente de los recursos, lo que beneficia a la economía global en su conjunto.

A veces parece como si el libre comercio y la globalización (caracterizada por los flujos libres de bienes, capitales y personas) fueran algo nuevo. A principios del siglo XX, el mundo se había integrado a través del ferrocarril, las líneas marítimas y el telégrafo. La apertura del Canal de Suez en 1869 y del Canal de Panamá en 1913 acortaron los tiempos de transporte, abaratando los costos del comercio internacional. En esa época, la migración era un fenómeno creciente. Decenas de millones de europeos y asiáticos emigraron a América, Siberia, Manchuria, Asia Central y a Australia. En 1910, uno de cada siete habitantes en Estados Unidos había nacido en el extranjero. En esos años Londres era el principal centro financiero, desde donde se financiaban plantaciones de caucho en Malasia, campos de algodón en Egipto, fábricas en Rusia, minas en Sudáfrica, así como redes de ferrocarriles y puertos en diversos lugares del mundo. En pocas palabras, el mundo estaba totalmente globalizado a principios del siglo XX.

El comercio internacional y la inversión entre los principales países florecía. De 1890 a 1913 se triplicaron las importaciones de productos ingleses en Alemania y se duplicaron las exportaciones de bienes alemanes a Inglaterra. Francia, por su parte, importaba productos tanto de Alemania como de Inglaterra y exportaba hierro a Alemania.

La Primera Guerra Mundial, como toda guerra, impuso barreras a los flujos de bienes, de capitales y de migrantes. El impacto que dicha guerra causó es ampliamente conocido. Una década después del fin de la Primera Guerra, las economías europeas apenas iban saliendo a flote. Sin embargo, en octubre de 1929, con el desplome de Wall Street que desencadenó una crisis financiera a nivel internacional, los bancos empezaron a restringir los créditos y a exigir los pagos de deuda a los países europeos. Esta crisis financiera afectó al sector agrícola, bancario e industrial en Estados Unidos y Europa, lo que desembocó en la construcción de otro tipo de muros: las barreras comerciales y migratorias.

Estados Unidos promulgó la Ley Hawley-Smoot (llamada Tariff Act) en el año 1930. Esta política proteccionista detonó una guerra de incrementos de tarifas a las importaciones y una serie de devaluaciones cuyo objetivo era abaratar las exportaciones y encarecer las exportaciones, que se conoció como Beggar Thy Neighbor (empobrece a tu vecino). Además de la guerra arancelaria, se inició en Estados Unidos una política de restricción a la migración encabezada por los opositores al presidente Roosevelt, como el senador Wilkie y el aclamado piloto Charles Lindbergh, quien era sumamente racista. Este movimiento no era nuevo, ya que desde principios del siglo XX hubo movimientos antimigrantes como el del candidato demócrata William Jennings Bryan, que contendió por la Presidencia a principios de siglo. Esta política antimigratoria de principio de los años 30 fue copiada por la mayoría de los países, incluyendo a México.

A pesar de la expectativa de que frenar la migración disminuiría el desempleo y que la imposición de tarifas a la importación eliminaría los déficits comerciales, las barreras migratorias y arancelarias agravaron aún más la situación, lo que ente otras causas provocó que una crisis financiera desembocara en la Gran Depresión, que duró hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Es importante señalar que los muros contra la migración que en el corto plazo podrían reducir el desempleo local a mediano plazo imponen restricciones al crecimiento de las economías, ya que limitan la capacidad de importar talento, que de otra manera toma mucho tiempo desarrollar. Como lo señala Ricardo Hausmann, director del Center for International Development de la Universidad de Harvard: Es más fácil mover cerebros con conocimiento productivo que introducir este conocimiento en los cerebros .

La construcción de muros a lo largo de la historia, sean éstos físicos, comerciales o migratorios, ha demostrado ser totalmente ineficaz. Los discursos nacionalistas, antimigratorios y anti libre comercio en zonas afectadas por la reducción de empleos (ya sea porque la producción fue llevada a otro país o por la automatización de los procesos industriales) son muy llamativos para la gente que ha perdido su empleo y sin duda atraen votos, pero a nivel económico estas barreras han resultado ser muy poco efectivas.

Tal vez el mayor riesgo de los discursos proteccionistas que se escuchan cada vez con mayor frecuencia, además de la polarización que se provoca en la sociedad, es la construcción de barreras o muros mentales que inhiben la búsqueda de soluciones creativas e innovadoras a los problemas actuales. La solución a los problemas actuales no es una mentalidad de Guerra de Trincheras .
 

*Director general de Banca Privada y Mercados, Monex Grupo Financiero

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