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El futuro de la competitividad mexicana
Con la apertura comercial de los años noventa, México modificó su modelo económico. Eso cambió, al mismo tiempo, la estructura productiva nacional y los hábitos de consumo de la población. Se redujo la dependencia entre la actividad económica y la acción del gobierno, lo cual le dio una relativa estabilidad a ambas, que también dependió de otros cambios institucionales, como la independencia del Banco de México y la transición democrática.
Pero eso no fue suficiente. Fueron ingenuos –en el mejor de los casos– quienes creyeron que la apertura comercial bastaba para que México creciera sin freno alguno. Faltaron estrategias para que la transferencia tecnológica fuera más profunda, para que más empresas mexicanas se integraran a las cadenas de proveeduría global, para que el desarrollo del talento mexicano desembocara en más innovación.
En el fondo y más allá de ciertas posiciones ideológicas, una política industrial conlleva el reconocimiento de que los mercados no surgen por generación espontánea, sino que son interdependientes con otras instituciones políticas y sociales y que pueden ser promovidos y modificados de diferentes formas.
Tienen razón quienes dicen que la política industrial se volvió a poner de moda en occidente. La muestra más clara son ciertas acciones de apoyo a la re-industrialización en Estados Unidos, sobre todo durante la administración Biden, aunque no solamente.
También, en estos días se publicó un reporte de la Unión Europea, titulado “El futuro de la competitividad europea”, dirigido por el economista italiano Mario Draghi, en el que se delinean tres estrategias clave para impulsar su crecimiento económico: la innovación, la descarbonización y la seguridad económica, que implica sobre todo reducir dependencias y ciertos riesgos asociados con las tensiones geopolíticas actuales.
Si combinamos la necesidad de impulsar el crecimiento económico en México, las tendencias globales y que en nuestro país no estamos exentos de los riesgos geopolíticos, resulta normal y en mi opinión deseable que se impulse una política industrial nacional.
Pero México no puede implementar cualquier política industrial. Por capacidades y por tendencias que se han construido durante décadas, es importante que, primero, tal política no se conciba como un simple predominio del Estado en la actividad económica y, segundo, que un impulso a la actividad industrial sirva para que México sea más competitivo y económicamente seguro en el contexto de cambios tecnológicos y de tendencias comerciales.
Con una política industrial que responda a los tiempos que corren en mente, el IMCO acaba de publicar el reporte “Política Industrial para un nuevo sexenio”, en el que propone una serie de acciones que detonen más crecimiento y bienestar para la población.
De acuerdo con el documento mencionado, el desarrollo de una política industrial integral y robusta que fomente industrias clave al mismo tiempo que crea un entorno competitivo y sostenible debe sostenerse en los siguientes diez pilares:
- Innovación: Es esencial para impulsar la productividad de las empresas mediante nuevas tecnologías, investigación y desarrollo científico.
- Digitalización: Requiere infraestructura y regulaciones para lograr que la economía tenga la capacidad de adaptarse constantemente a los cambios tecnológicos.
- Encadenamientos productivos: Se debe fortalecer el tejido productivo nacional para crear más vínculos entre las cadenas de valor globales y las empresas nacionales de proveeduría.
- Acceso a financiamiento: Diversificar e incrementar las fuentes de financiamiento es necesario para impulsar proyectos de infraestructura, inmobiliarios y empresariales.
- Infraestructura y logística: La modernización y construcción de infraestructura física facilita la conectividad y permite la optimización de procesos productivos.
- Sostenibilidad ambiental: Cada vez más, los factores y regulaciones ambientales se toman en cuenta para garantizar el uso sostenible de los recursos naturales.
- Estado de derecho: Garantizar la aplicación de leyes y la certidumbre jurídica es imprescindible para fomentar la inversión y el desarrollo económico del país.
- Política fiscal: La implementación de medidas fiscales debe tomar en cuenta las capacidades fiscales del país.
- Política comercial: Consolidar vínculos con mercados internacionales y ampliar la red de tratados comerciales puede generar beneficios para el sector productivo.
- Capital humano: Mejorar la educación del talento mexicano y sus capacidades para adaptarse a los cambios en los procesos productivos es crucial para atraer inversiones.
Por supuesto que entre tales pilares hay encuentros y cruces, pero vistos en conjunto, si se establecen adecuadamente, en coordinación con las entidades federativas y mirando las oportunidades que ofrecen los profundos cambios políticos, económicos y tecnológicos de estos años, se puede renovar una senda de crecimiento para México que esté centrada en mejorar la calidad de vida de la población.
Mucho se ha escrito sobre cómo las instituciones pueden producir diferentes resultados cuando aparecen nuevas tecnologías. Recientemente, el libro de Daron Acemoglu y Simon Johnson: “Power and Progress: Our Thousand Years Struggle Over Technology and Prosperity”, nos permite reflexionar sobre el poder transformador de la digitalización y la inteligencia artificial con una perspectiva histórica interesante.
Al final de cuentas, como lo insinuaba anteriormente, los mercados no son mágicos. Ni obra de la naturaleza. Ni tampoco hay una mano invisible que todo lo acomoda bien. Los mercados son instituciones que, si bien tienen una lógica y características propias, se pueden diseñar, formar, modificar y destruir porque tienen interdependencias con la vida social y política, puesto que producir, distribuir y consumir constituyen en sí mismas actividades sociales y políticas.
Así pues, hay que reconocer el papel de la política pública en la transformación económica. Por lo mismo, hay que resaltar también el valor y los límites de la técnica para que los cambios económicos sean en beneficio de todos. Construir un país más competitivo puede ser la diferencia para que millones de vidas humanas se vivan con más libertad y alegría.