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Opinión

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El trastorno de atención del déficit de Estados Unidos

 

 

Donald Trump y sus compañeros republicanos están cometiendo un gran error al obsesionarse con el déficit comercial. Un problema mucho más apremiante, que ni el Partido Republicano ni los demócratas quieren abordar, es el déficit presupuestario del gobierno estadounidense y la rápida acumulación de deudas que las generaciones futuras deberán pagar.

BERKELEY. Donald Trump cree, erróneamente, que el déficit comercial de Estados Unidos es un problema económico urgente. Peor aún, su correctivo preferido –aranceles de importación de amplio alcance– perjudicaría a Estados Unidos y a las economías mundiales, desviaría, además, la atención del déficit de Estados Unidos que realmente importa.

La balanza comercial externa es la cantidad que gana un país a partir de sus exportaciones menos la cantidad que gasta en sus importaciones. En 2023, el déficit comercial de Estados Unidos equivalió al 2.9% del PIB, o alrededor de 799,000 millones de dólares de gasto en importaciones no cubiertas por ganancias por exportaciones. A título comparativo, el déficit comercial promedió el 2.82% del PIB durante el segundo mandato del presidente Barack Obama y el 2.78% en los tres años subsiguientes de la administración Trump (a pesar de las guerras comerciales que dice haber ganado). Luego se infló durante la pandemia (2020-22) antes de volver a aproximarse a los niveles prepandémicos.

Una intuición común es que un arancel, que es un impuesto a las importaciones, reducirá el déficit comercial al inducir a la gente a importar menos. Pero esto ignora el hecho de que la implementación de aranceles generalizados (como los que ha propuesto Trump) afectará muchas otras cosas en la economía, con repercusiones en las importaciones y en las exportaciones por igual.

Para tener en cuenta estos efectos, una mejor manera de pensar en la balanza comercial es como la diferencia entre todo lo que producimos y vendemos en todo el mundo, que es nuestro PIB y todo lo que compramos. Si nuestras compras totales exceden nuestras ventas totales, nuestras compras en el exterior deben superar lo que estamos vendiendo al exterior y esa diferencia debe ser igual a nuestro déficit comercial. Visto de esta manera, los aranceles achicarán el déficit sólo si hacen subir la producción total o si inducen a los hogares, a las empresas y al gobierno a recortar el consumo y la inversión.

Sin más inversión, lo que aumentaría el déficit, la producción total se incrementaría sólo si los trabajadores actualmente desempleados o desanimados deciden volverse activos. De hecho, los defensores de los aranceles –como el candidato a vicepresidente republicano, J. D. Vance– creen que los aranceles harán que esto suceda. Su razonamiento es que habrá más y mejores empleos si Estados Unidos produce para sí mismo más productos de los que hoy importa del exterior. Sin embargo, en una economía que ya está casi en el pleno empleo (según las mediciones convencionales), este es un gran acto de fe, que recuerda las promesas incumplidas de la economía del lado de la oferta.

Asimismo, los aranceles incrementarán los costos y harán que la economía sea menos eficiente. Un arancel obliga a los hogares a pagar más y aumenta los costos de los insumos intermedios para las empresas. También reduce la necesidad de que las empresas domésticas compitan, lo que perjudica la innovación y a los consumidores. Los aranceles, por lo tanto, probablemente debiliten el consumo, la inversión y la propia producción. Reducirán la productividad en lugar de desencadenar el auge de productividad que prometen sus defensores.

Un argumento común para los aranceles es que son herramientas de negociación para obtener concesiones comerciales de otros. Pero los países grandes tienen las mismas probabilidades de tomar represalias que de rendirse, especialmente si se considera que Estados Unidos está violando los acuerdos comerciales globales. Aparte del perjuicio económico resultante, los efectos favorables en la balanza comercial de Estados Unidos no están garantizados. El historial de la primera administración Trump lo deja bien en claro.

Si resulta improbable que los aranceles aumenten la producción, ¿tiene sentido comprimir el consumo y la inversión simplemente para reducir el déficit comercial? Los analistas conservadores señalan que cuando los estadounidenses pagan por importaciones no con exportaciones sino con bonos y acciones, se comprometen a aportar un flujo perpetuo de pagos de intereses y dividendos a los extranjeros. Estados Unidos, concluyen, no es previsor para el futuro, de la misma manera que un hogar derrochador que se endeuda para gastar más allá de sus posibilidades.

Pero este argumento tiene tres fallas importantes. Primero, si los hogares de Estados Unidos ahorran demasiado poco (lo cual es posible) o las empresas invierten demasiado, herramientas de política más focalizadas y menos disruptivas que los aranceles pueden corregir estos problemas. Segundo, parte del déficit comercial es financiado por un ingreso de inversión extranjera directa que, por lo general, es considerada algo bueno, como cuando Hyundai construye una planta de vehículos eléctricos en Georgia. Una analogía mejor que un hogar imprudente puede ser una empresa creciente que recauda financiamiento externo para inversiones productivas.

Finalmente, si bien los datos sobre los retornos de la inversión internacional son imperfectos, Estados Unidos sigue siendo un ganador neto en cuanto a sus transacciones financieras internacionales. Aunque el país, en términos netos, se ha endeudado en el exterior a través de sus déficits comerciales, tiene una gran cantidad de activos extranjeros junto con sus pasivos con los extranjeros, muy parecido a un fondo de cobertura.

Es verdad, a diferencia de un fondo de cobertura, los pasivos de Estados Unidos superan sus activos. Pero, por ahora, los costos de endeudamiento internacional de Estados Unidos son lo suficientemente bajos como para que Estados Unidos gane más gracias a su enorme stock de activos extranjeros de lo que paga por sus deudas externas aún mayores. Según las estadísticas nacionales de la balanza de pagos, la ganancia neta para Estados Unidos de su posición de inversión internacional totalizó 15.120 millones de dólares en el primer trimestre de 2024. Si bien Estados Unidos, efectivamente, no puede tener déficits comerciales para siempre, los costos actuales de esos déficits difícilmente justifican medidas drásticas y, mucho menos, aranceles poco efectivos y perjudiciales.

El problema más acuciante para Estados Unidos, del que ninguno de los dos partidos políticos se está ocupando, es el déficit presupuestario del gobierno estadounidense y la rápida acumulación de deuda que las generaciones futuras tendrán que pagar. La plataforma del Partido Republicano de 2020 lo mencionaba sólo porque todo el documento venía acarreado de 2016. El Partido Republicano desde entonces ha guardado silencio sobre la cuestión, mientras que denunciaba los déficits comerciales y respaldaba los aranceles. La plataforma demócrata de 2020 estaba en un estado de negación similar, y si bien la plataforma de 2024 aún no está terminada, no deberíamos esperar demasiado.

Aun así, la conclusión es que el déficit del gobierno es un motor importante del déficit comercial. Las políticas para llevar la deuda federal a un equilibrio sostenible mejorarían directamente la balanza comercial al reducir el gasto del gobierno y al gravar el poder de gasto del sector privado. Pero el principal beneficio no sería un déficit comercial más bajo, sino una carga reducida para las generaciones futuras, con un menor riesgo de una crisis de financiamiento del gobierno en el camino. Inversamente, si la deuda pública de Estados Unidos continúa en su trayectoria actual, haciendo subir los costos de endeudamiento del gobierno, una deuda externa creciente en efecto se volverá mucho más costosa y problemática.

Sin embargo, por ahora, el déficit que importa es aquel del que ningún partido político quiere hablar.

El autor

Maurice Obstfeld, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional, es miembro sénior en el Instituto Peterson de Economía Internacional y profesor de Economía emérito en la Universidad de California, Berkeley.

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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