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Opinión

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El valor de las asociaciones de la sociedad civil

La opinión negativa sobre las asociaciones de la sociedad civil y su papel en México se puede justificar en el caso de algunas asociaciones y de las agendas que impulsan. Pero, más allá que existan algunos casos en los que hay excesos o malas prácticas, se equivocan quienes ponen en la misma cubeta a toda la sociedad civil por igual. Tal vez existan algunos casos muy concretos que habría que revisar, pero en su inmensa mayoría las asociaciones civiles son muy positivas para México.

En lo personal, he tenido la oportunidad de colaborar en el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, en el patronato del Museo Tamayo, y en Fundación Avina, además de contribuir con asociaciones que se especializan en temas de niñez y derechos humanos. He tenido así la oportunidad de ser testigo de primera mano de los beneficios concretos que estas asociaciones significan en el país.

En 2012, Sergio Aguayo y Rodrigo Peña publicaron el Almanaque de la sociedad civil en nueve estados, en el cual proporcionaban una excelente radiografía sobre el alcance de las actividades de estas asociaciones. Sería muy útil actualizar y ampliar dicho estudio, ya que quienes se dedican a trabajar desde este sector aportan un enorme valor y experiencia para atender los retos más importantes de México.

Sólo por citar unos sectores, en temas de género la labor de ILSB, Gire, Intersecta o Equis, por citar algunos ejemplos, ha sido indispensable para avanzar la agenda de equidad y derechos de la mujer. En lo ambiental, el CEMDA fue pionero en promover una agenda a favor del cumplimiento de la Ley y la sustentabilidad, donde hoy participan WWF, TNC, Canopia, entre muchas otras, y hoy sigue siendo referente obligado en la materia.

En temas de agua, la Fundación Río Arronte es una de las asociaciones más emblemáticas; en derechos humanos el Centro Fray Bartolomé, el Centro Pro, Artículo 19, Propuesta Cívica o Serapaz; Fundar y Avina tienen agendas más amplias, con un enorme bagaje de experiencia y mejores prácticas. En salud hay un inmenso número de asociaciones que realizan una labor inconmensurable con los pacientes y sus familias: Fundación Ale, Asociación Mexicana de Diabetes, la Federación de Hemofilia de la República Mexicana, y las de VIH son tan sólo algunos ejemplos. Destaca también la Red de la Primera Infancia, que aglutina a más de 500 asociaciones dedicadas al desarrollo infantil (físico y mental) en los primeros mil días.

En temas de seguridad vial, los familiares de accidentes fallecidos han creado la Coalición por la Movilidad Segura, que impulsa leyes y regulación en todo el país a favor de esta causa.  Y ni qué se diga de las asociaciones de madres buscadoras, como ¿A dónde van los desaparecidos? o Fundación para la justicia, que suman esfuerzos en el incansable infierno de encontrar alguna información sobre sus seres queridos.

Lo que se aprende a partir del trabajo de la sociedad civil, en muchas ocasiones se convierte en políticas públicas de mayor escala e impacto, que tienen la enorme aportación de que se forjaron con la visión de quienes están en las trincheras de estas causas. Se trata, entonces, de políticas públicas o legislación que no nace en un escritorio, sino en el trabajo directo con las familias afectadas y que, por ello, es mucho más cercana a la realidad y en muchos casos a las soluciones.

Las asociaciones no son ricas en recursos: tienen que dedicar una parte muy importante de su labor a recaudar fondos que se van directo a las comunidades y temas en que trabajan. Muchas de las personas de quienes ahí laboran lo hacen de manera voluntaria. Quienes reciben una remuneración por su labor saben que ésta es muy probablemente menor a la que obtendrían en el sector público o privado y que, además, es precaria, pues depende de los donativos. Y todos, voluntarios y colaboradores, sin excepción, trabajan ahí con un verdadero compromiso de servir y la mayoría de las veces porque un ser querido ha vivido de primera mano las situaciones de la agenda particular de la asociación en la que prestan sus servicios.

Es decir, las asociaciones son un motor de talento, un multiplicador de recursos, una voz valiente a la hora de denunciar abusos e injusticias y, sobre todo, una alternativa que llega a donde no alcanzan en ocasiones a llegar el gobierno o el sector privado. Sin duda hay áreas de oportunidad para mejorar su trabajo y su transparencia, pero las asignaturas pendientes en la materia no deben apartarnos de una verdad fundamental: millones de personas en México y en el mundo que no encontraban eco a sus problemas encontraron una puerta siempre abierta.

El reto más importante es, entonces, ver cómo sector privado, público y sociedad civil pueden redoblar, y no disminuir, el compromiso conjunto en estas causas que tanto requieren de nosotros.

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Julio es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, con maestría en políticas públicas de la Universidad de Georgetown.

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