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Opinión

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Empatitis

Cambiar de opinión es una cosa muy complicada. Parte de la buena dosis de estupidez que todos tenemos (unos más, unos menos) radica en nuestra tendencia a aferrarnos a lo que creemos es lo correcto.

Todos hemos vivido la desagradable experiencia (jeje) de pedir a un amigo un consejo para que nos salga con que no coincide con lo que pensamos, ¡qué descaro! Eso es muy molesto y desesperante, ya que generalmente pedimos un consejo para reafirmar lo que nosotros ya decidimos y que venga el tal amigo a decirnos que estamos equivocados… es de menos inaguantable.

Sin embargo, la vida a madrazo limpio nos va enseñando que no somos ni de lejos perfectos y que la capacidad de escuchar otros puntos de vista generalmente enriquece nuestra toma de decisiones. Aquí me detengo para hacer esta salvedad: existen algunos individuos tercos, inmaduros y narcisistas que se niegan a reconocer sus errores y prefieren rodearse de una camarilla que festeje siempre lo que hacen, aunque sean puras burradas. ¡Que maravilla!

Ahora bien, encontrar incondicionales no es cosa fácil, se necesita un don especial para seleccionar a lo largo de la vida a aquellos cuyas ambiciones sean mayores que sus principios, que carezcan de pensamiento crítico y decidan que es tan valiosa la amistad del susodicho supernecio que vale la pena consecuentarle todo, absolutamente todo. En el mundo de la política (y en otros también, claro) se han visto situaciones así de delirantes como esta… al menos eso me han contado. Me resisto a creerlo, pero eso me dicen.

El asunto funciona más o menos así. Ante todo, el que quiere siempre tener la razón se acerca muy poco a personas de talento. Sus mejores, subalternos e incluso seguidores, son los que carecen de iniciativa o tienen (eso es excelente) un entrenamiento previo que les hace obedecer sin rechistar, aunque se trate del plan más absurdo o descabellado. Todo lo que se les propone les parece bien, aunque no tengan la más remota idea de lo que les están hablando. El sí señor, es su respuesta automática. Cuando les dice el jefe por aquí… ellos se enfilan y siguen adelante en modo terminator y desde luego no les pasa por la cabeza cambiar de rumbo, aunque vayan derechito al precipicio. Otra característica de estos personajes es que están apegados a tradiciones obsoletas y no aprenden de experiencias previas. Nada de que así nos salió mal y mejor le vamos cambiando…no, eso sería una muestra de debilidad, dicen con la mirada perdida. Su mantra es seguir ciegamente a su líder y desechar cualquier idea fresca o novedosa que se oponga a sus ideas preconcebidas o prejuicios. Voy derecho y no me quito, ya dejen de molestar, avisan. Y bueno, parte de su estrategia para justificar sus desaciertos es tener siempre a la mano una buena cantidad de chivos expiatorios (hay que tener cerquita de menos una o dos docenas) o atribuir a la suerte o a poderes místicos si algo ha salido mal.

Pero no puedo olvidar en este modesto análisis de los hipernecios algo muy importante: se requiere una actitud de insensibilidad total, una ambición a prueba de abrazos y de plano ser capaz de no preocuparse nunca por las necesidades o el dolor ajeno.

Después de reflexionar sobre todo esto no deja de darme vueltas en la cabeza si un solo ser humano, por sus malas decisiones y unos cuantos segundones obedientes, son capaces de generar una catástrofe. Mi conclusión es que no, que para que suceda un desastre irreparable se necesitan muchos, pero muchos cómplices. Yo al menos estoy al margen de convertirme en uno de ellos, gracias a un mal progresivo, incurable y de necesidad mortal que contraje desde niña: empatitis, le dicen. Bendita enfermedad.

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