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Opinión

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En defensa de un peso fuerte

Si hay libre flotación, sobran juicios sobre si el peso está subvaluado o sobrevaluado; el tipo de cambio lo determina el mercado: Ernesto Zedillo (1997).

Ha sido divertido presenciar los debates recientes sobre la apreciación del peso contra el dólar, tanto por los llamados (¿aullidos?) cambiarios de los empresarios que reclaman una paridad competitiva , como por los comentarios de personalidades del tema.

Ello incluye, por supuesto, al exgobernador del banco central Guillermo Ortiz, quien regresa a su posición original de suponer que el mercado cambiario requiere la intervención de alguna mano iluminada, con el fin de evitar apreciaciones excesivas del tipo de cambio. O el flamante secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, quien responde que todavía existe un margen en la depreciación que sufrió el tipo de cambio hace dos años, por lo cual no debemos meter la mano.

O sea, parecería que la defensa del peso es en favor de la devaluación de la moneda, más no de la revaluación de la moneda. Vamos bien, porque en materia cambiaria estamos peor que antes; sin embargo, si recordamos los momentos donde el tipo de cambio ha sufrido depreciaciones (1995, 1998 o el 2008), todos ellos han coincidido con una dramática pérdida de competitividad de la economía y una fuerte contracción del crecimiento.

Ello no es más que lógica del sentido común. Tal como nos sugiere Godofredo Rivera, en una estupenda colaboración al respecto, una moneda fuerte es resultado ceteris paribus de toda una gama de buenos resultados económicos, mismos que se reflejan en una revalorización de la paridad frente a otros regímenes de inversión.

Rivera dice que las razones por las que una moneda se vuelve fuerte, se valora mucho frente al resto del mundo son, entre otros, arquitectura institucional sólida, existencia de bienes públicos de calidad, altos niveles de inversión productiva, educación de alta calidad, fuerte inversión en tecnología, balance fiscal equilibrado, impuestos bajos y parejos, apertura comercial, en fin, todo aquello que permite mejorar y no empeorar el entorno económico.

Bajo esta misma lógica, si lo que se busca es subsidiar las exportaciones por la vía cambiaria, bastaría con recomendar una expropiación de empresas grandes o cerrar las fronteras o imponer un control de capitales, para así estimular una fuga de pesos hacia otras monedas, logrando así la tan deseada devaluación competitiva .

Bien decía Robert Bartley, quien fuese editor del Wall Street Journal, esta idea de devaluación competitiva es la peor idea que tuvimos en el siglo XX después del comunismo . Pero con todo y todo sigue viva...

rsalinas@eleconomista.com.mx

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