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Opinión

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Escuchando a los expertos en tecnología

La oportunidad de reunir en una sala a algunos de los principales expertos en telecomunicaciones y tecnologías de información y comunicaciones (TIC) de América Latina durante varias horas es un privilegio que pocos pueden disfrutar. Yo he sido uno de esos afortunados. Apenas hace una semana pude participar de un evento en el que más de veinte especialistas de diez países analizaban a la región desde diferentes prismas.

Algunos se centraban en el aspecto técnico y las posibilidades reales que algunas tecnologías podrían tener a corto y mediano plazo en el crecimiento del sector. Otros, se enfocaron en los aspectos económicos, intentando ver el impacto en la productividad de las innovaciones tecnológicas que llegan a América Latina. La triada de perspectivas principales la culmina la visión politóloga, cómo las políticas públicas impactan y definen lo que a fin de cuentas sucede en cada uno de los mercados regionales.

Todo lo anterior contemplado frente al filtro de la regulación, ese marco tan asimétrico en América Latina donde leyes innovadoras para TIC y telecomunicaciones comparten terreno con jurisdicciones donde lo único que sobresale es la ausencia de una norma nacional para el sector.

De esta forma, se hacia el repaso de 5G y de la inteligencia artificial, se comentaba la falta de territorios verdaderamente inteligentes en este lado del mundo y de la primacía que tiene dar buenas noticias convirtiendo los foros de desarrollo en fútiles eventos de relaciones públicas donde la agenda de un par de empresas supedita a las necesidades de esa tercera parte de los latinoamericanos que viven, según la Comisión Económica para América Latina, bajo niveles de pobreza. Desgraciadamente es más factible acercarse a la vida con la filosofía de Leibniz y pregonar el gran progreso realizado que detenerse, evaluar, corregir y continuar. Los peores regímenes de la historia son aquellos que entendieron que la mejor forma de dominar era publicando solamente buenas noticias.

El diálogo trataba de disipar espejismo y enfocarse en lo que indicaban los datos. Las conclusiones no eran prometedoras, pues muy mal ubicadas están las ciudades de la región en su inteligencia si se cree al Índice Ciudades en Movimiento que publica la escuela de negocios IESE de la Universidad de Navarra. La apropiación tecnológica por parte de los gobiernos latinoamericanos tampoco provoca orgullo según cifras del Foro Económico Mundial.

Estar en la sala era observar cómo los analistas efectuaban una taxonomía minuciosa del sector, clasificando las posibilidades de crecimiento, determinando el aparente futuro de la innovación digital, la lejanía generación de conocimiento digital y la apropiación de este insumo por las autoridades regionales. A veces parecía que el diagnóstico era simplemente los resultados de una autopsia.

Lo que sí se identificaba de forma positiva eran los grandes avances en la generación de datos, pero datos relevantes que han ido evolucionando al ritmo de la tecnología. La cantidad de información existente, en algunos mercados como México a nivel estatal, supera ampliamente la que figuraba por los entes de gobierno hace apenas un par de décadas. El desafío es que esos datos no se pierdan, que sean ignorados al revelar un presente lejano al de las promesas de campaña. No puede ser casualidad que la recopilación de información estadística tenga tan baja prioridad en la mayoría de los mercados de la región.

Todo iba bien hasta que desde lo más profundo de esa vorágine tan latinoamericana surgía el comentario, recordando, como grito amargo, que hablamos de lo mismo, pero no buscamos soluciones. Sí, conocemos que se anda mal desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego, llevándonos en el camino algunas indecisiones surrealistas de Costa Rica y Puerto Rico. Nos olvidamos de que en Colombia hace poco más de una década se perfilaban a las TIC como un elemento esencial e inherente del crecimiento social y económico, que en Perú se siguen buscando fórmulas para conectar la selva y los Andes, que en Chile y Brasil se intenta impulsar desde el gobierno la creación de aplicaciones locales que sirvan para atender falencias locales. Que Uruguay trata de convertir a la exportación de software en un porcentaje mayor el PIB nacional. O que la cantidad de especialistas y expertos que posee la Argentina supondrían un mejor presente para las tecnologías digitales.

Sin embargo, la viabilidad de todo lo anterior depende no tanto de los planes de trabajo a largo plazo. La aprobación de un documento no garantiza nada, el crecimiento del sector digital depende de los resultados de las elecciones legislativas y ejecutivas de cada país. Es allí donde se entierran proyectos que fueron creados por la oposición, para que resuciten como zombis con un nuevo nombre. En manos de quienes muchas veces no conocen nada de tecnología está la decisión de aquello que más debe beneficiar al sector. Los que saben, no deciden. Una realidad.

Mientras más se hablaba de cómo se ignoraban los datos, la falta de visión a largo plazo o la necesidad de un proyecto país, paulatinamente los expertos se iban afligiendo por las oportunidades perdidas, por encontrarse viviendo en un sector que se piensa bolero, tango o bachata. Sí, con una mezcla necesaria de promesas de amor, desilusiones y traición.

Tal vez todos seamos heterónimos de un mismo ser y como Álvaro de Campos existamos en intervalos entre lo que deseamos y lo que nos imponen los otros. Deseamos progreso, elegimos carnaval. Deseamos desarrollo, elegimos demagogia. Deseamos bienestar, elegimos populismo. Difícil caminar así.

Al final, como crepúsculo, surge la frase: solo queda seguir trabajando. Esto porque muy adentro, en el interior de ese corazón que se proyecta áspero y en ocasiones sarcástico, lo que realmente hay es dolor de estar comprometido en tratar de impulsar el bienestar de lo propio, de los vecinos, de la gran familia de compatriotas que nos rodean. Sí, muchos de estos expertos son idealistas románticos que viven y respiran deseando encontrar, como Peter Pan, la tierra del nunca jamás

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