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Geoingeniería, ¿será posible controlar el clima?
Algunas estimaciones consideran que el producto interno bruto global podría caer hasta en 18% para 2050 si las medidas de mitigación del clima no tienen el éxito esperado.

Durante décadas, el papel de invertir en “geoingeniería” -considerada por muchos científicos cómo una pseudociencia- fue en la industria de los combustibles fósiles conocida cómo “oil & gas” (algunas de esas compañías obtuvieron enormes utilidades contaminando irresponsablemente la atmósfera durante prácticamente un siglo). Escudados en el pretexto de invertir en proyectos de investigación y desarrollo en geoingeniería con el cuestionable objetivo de “enfriar el planeta”, las autoridades ambientales de muchos países -especialmente los de tercer mundo- les permitieron continuar sus actividades con una regulación ambiental excesivamente laxa.
Tim Kruger, exdirector del Programa de Geoingeniería de la Universidad de Oxford y cofundador de Carbon Gap, un Think Tank sin fines de lucro explicó: "Los modelos que nos han presentado esas corporaciones son engañosos; dan una falsa sensación de seguridad de que estamos en un camino gradual y sostenido hacia la reducción de emisiones. Estamos subestimando completamente la magnitud del desafío que enfrentamos, y debido a eso, estamos muy mal preparados."
Hasta ahora, el mundo ha respondido al reto del cambio climático con una nueva oferta económica y bursátil “verde”: bonos de carbono, impuestos ecológicos, inversión en energías renovables, tecnologías de captura de carbono, incentivos fiscales para proyectos sustentables, corporaciones certificadas como ESG (Environmental, Social, and Governance por sus siglas en inglés) y otros etcéteras. La idea es que ese motor financiero enfocado a la sostenibilidad pero impulsado por la competencia y el lucro, fomentará la innovación manteniendo a raya la crisis climática. Sin embargo, hasta el momento ese no ha sido el caso.
La geoingeniería se describe a menudo como un audaz esfuerzo tecnológico -quizá desesperado, y empleado cómo último recurso- diseñado para alterar alguna función de los sistemas naturales del planeta. Y el objetivo es enfriarlo o modificar el clima. Algunas intervenciones acaso serán plausibles, mientras que otras resultarán francamente distópicas por su naturaleza invasiva y disruptiva con el ambiente.
No es lo mismo sembrar nubes con yoduro de plata para provocar lluvia en una localidad específica, que intentar capturar dióxido de carbono del aire mediante filtros gigantes, lo cual podría influir en la atmósfera del planeta. A pesar de lo anterior, la captura directa de carbono del aire se considera -al menos actualmente- menos invasiva que otros métodos potenciales más “novedosos”. Por ejemplo: alterar la química del océano para aumentar la absorción de carbono en sus aguas, utilizar tecnologías de gestión de la radiación solar que incluyen propuestas cómo esparcir material reflectante sobre el hielo marino del ártico para evitar que se derrita, o liberar dióxido de azufre a la estratosfera para reflejar la luz solar.
Durante los últimos años, intereses privados han invertido cientos de millones de dólares en encontrar maneras de revertir el daño causado por la emisión de aproximadamente 2.5 billones de toneladas de carbono en la atmósfera desde la Revolución Industrial. Y en ese intento, han creado una nueva “moda” en Wall Street.
Toda vez que el mundo académico se ha mostrado reacio a respaldar la investigación en geoingeniería, la mayoría de las patentes de esta naciente corriente tecno-científica están en manos de un pequeño número de grandes corporaciones. Y en la medida en que el cambio climático avanza alarmantemente, ha habido una explosión en la solicitud de nuevas patentes. La organización anticorrupción, Transparency International, ha calificado la carrera por reclamar la propiedad de este nuevo sector como una "apropiación de patentes". Y el fenómeno conlleva graves implicaciones éticas.
Los propietarios de las patentes referidas, podrían llegar a controlar cómo y dónde se implementa su tecnología y obtener cuantiosas regalías por su uso -y porque no decirlo, también causar graves estragos ambientales o en la salud de las personas-. Actualmente, no existe ningún organismo internacional y apenas se tiene una nimia regulación que rija a la geoingeniería.
¿Funcionará la “economía verde” en el tiempo necesario para evitar lo peor de la crisis? Algunas estimaciones consideran que el producto interno bruto global podría caer hasta en 18% para 2050 si las medidas de mitigación del clima no tienen el éxito esperado. Según John Moore, un glaciólogo británico, “un aumento del nivel del mar de siete pies costaría al mundo 100 billones de dólares al año”.
¿Estamos corriendo el riesgo de depender demasiado de soluciones tecnológicas que podrían tener consecuencias imprevistas? ¿Estamos ante una solución viable o simplemente amplificando los problemas con un enfoque tecnológico apresurado? Son preguntas aún sin respuesta.
X:@EduardoTurrentM