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Opinión

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Germán Dehesa. Hoy toca

Disciplinado, puntualísimo, con un rigor impresionante y de muy mal humor cuando me comía una coma, un espacio, un punto... Así conocí a Germán Dehesa, pues fui la editora que recibió por primera vez su primera colaboración de la Gaceta del Angel del periódico Reforma. Mientras trabajé allí, de lunes a viernes tuve el honor de ser responsable de ese espacio y de disfrutar antes que todos la columna más leída del país.

La mayoría sólo conoció a Dehesa por su excelente humor pero a mí me tocó verlo encabritado con los errores de sintaxis, puntuación u ortografía.

No me voy a justificar, pero les platicaré que después de recibir el fax lo pasábamos a las capturistas quienes, a su vez, lo enviaban a mi computadora para otra revisión; de allí pasaba a la máquina del diseñador quien la formateaba y la acomodaba en su espacio con fondo amarillo suave. Con tanta gente en el proceso la posibilidad de error era muy grande. Por supuesto que todo eso se acabó cuando llegó el mail pero eso fue varios años después.

La mano detrás del fax era Nelly, la rubia misteriosa, y la colaboradora, voceadora y asistente más amable, cálida, comprensiva que nadie haya tenido jamás. Cuando tenía una duda, o el toner del fax no había impreso bien una letra o, nomás para no regarla, yo le marcaba a la rubia misteriosa para garantizar que no fallara nada y leíamos juntas palabra por palabra para que todo estuviera tal cual lo había enviado Germán. Incluso, cuando por algún duende o dedazo había un error claro de ortografía, yo llamaba a la oficina de Dehesa para preguntar si lo podía cambiar o había sido a propósito.

En la Gaceta del Angel, Dehesa me enseñó que para hacer periodismo de a deveras, es fundamental hablar de las cosas que le importan a la gente; que en la cotidianidad está la noticia, y que los grandes temas siempre, siempre tienen eco en nuestras casas. En eso él fue el maestro. Ahora, súmenle que tenía un humor finísimo, negro y ácido, que era súper culto, jarocho y dicharachero, ¡bueno! era la delicia.

Don Germán escribía siempre, desde donde estuviera y como estuviera. Cuando iba de vacaciones a Estados Unidos, o Europa, o a la playa; escribía convaleciente de un infarto, con dolor de muela o resfriado. Escribía de sus hijos, de su ex, de su esposa y de su suegro de Mexicali. Recuerdo con cariño que me tocó organizar la cobertura del parto de la Hillary y el nacimiento del Bucles ... Muchos decían que eso no era periodismo, que cómo le daba portada a ese tipo de cosas pues sí, lo hice. Era muy divertido y Dehesa era cómplice y partícipe.

El reconocimiento a Don Germán se hizo aún más fuerte por su infinita solidaridad. Casi un año después de que salió Reforma, surgió el conflicto con la Unión de Voceadores y, aunque éramos cientos los que salimos a vender periódicos a las calles de la Ciudad, quien se mantuvo y puso su centro de distribución por días y días fue él. Su puesto estaba en Insurgentes Sur, frente a Radio Mil.

Tempranito llegaba a bavocear , pues se decía bavoceador . Los capitalinos que pasaban por allí se detenían a comprar periódicos o sonaban su claxon en señal de apoyo. Ya por la tarde, Germán Dehesa llegaba a la redacción y armaba un escándalo en el patio central de Reforma echaba unos gritos, cantaba, y sacaba bolsas llenas de monedas para depositarlas en una urna que colocamos con la leyenda El fruto de la libertad .

Cuando nació mi primera hija, me dedicó dos líneas para anunciar en la Gaceta que yo había dado a luz. Eso se convirtió en una avalancha de flores en mi cuarto de la maternidad, pues la cantidad de gente y amigos que gracias a eso se enteraron, y la cantidad de llamadas y regalos que recibí fueron inmensas. Así era su arrastre y su popularidad Al principio me rebelaba, pero luego me acostumbré a presentarme como la que trabajaba en la sección de Dehesa.

Hoy es viernes, hoy toca. Me da mucha tristeza que le haya tocado a él, al Charro Negro. Lo voy a extrañar. Gracias Don Germán. Quiero agradecerle su humor, su entusiasmo, su rigor, su profesionalismo, su solidaridad, sus Gacetas y su Angel.

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LA PRIMERA COLUMNA

Transcribo aquí la primera Gaceta publicada el 22 de noviembre de 1993 la cual, por cierto, vuelvo a leer y no encuentro dónde me comí la coma.

Gaceta del Ángel

Cuando se podía mirar, la Ciudad de México se miraba muy bien desde el Ángel de la Independencia, me consta. Yo no estuve en 1910, cuando El Oso Rivas Mercado, tras prolongada estancia en París, le entregó a la ciudad (o a Don Porfirio, que era equivalente de la ciudad y del país) la magnífica columna rematada por un ser alado, dorado, ostensiblemente femenino, decididamente victorioso y angélico por voluntad popular. Mi primer recuerdo del Ángel es de principios de los años 50. De la mano de mi padre, ascendí la tenebrosa escalera -leve olor amoniacal- y me asomé a una ciudad que todavía no desmentía a José María Velasco y que todavía podía ser abarcada por la vista. Me sentía Don Joaquín de la Cantoya y Rico. Cinco años después, mi padre y yo fuimos de los primeros en llegar y ver el Ángel-Ángela tirado en el suelo, víctima de uno más de nuestros ya tradicionales temblores. Fue tristísimo. Del mismo modo, fue un júbilo verlo de regreso en su pedestal. Años después, yo era estudiante de Letras y trabajaba por las noches como botones y milusos en el Hotel María Isabel. Por ahí de las tres de la mañana, en plena depresión hotelera, no tenía más consuelo que salir a la calle, alzar la vista y mirarme con el Ángel. Como es su costumbre, los años siguieron pasando y, en menos de lo que tarda un tratado en aprobarse, ya estaba yo, ahora en calidad de padre, llevando a Viruta y Colima, los dos frutitos de mi vientre, a que conocieran el Ángel. Recuerdo que Juana Inés, (A) Viruta, me preguntó: Oye, papá ¿el Ángel está llegando o se está yendo? Es la fecha que no tengo una respuesta. Quizá este diálogo que hoy iniciamos tú y yo, caro lector, nos ayude a encontrar una respuesta. Veremos, si me acompañas, la vida y el argüende de nuestra ciudad, a vuelo del Ángel.

Temblor y temblor:

Martes, 16 de noviembre. Serían las seis, serían las siete de la tarde. Hablando de sismos. En dos o tres estaciones radiofónicas sonó la alarma sísmica. Con el antecedente de que no hace mucho tembló de manera considerable y la alarma sísmica tranquila como Hank ante la sucesión. Ahora no, ahora sí sonó ¡Tienen 50 segundos para desalojar ordenadamente! Mi amigo Motita, que estaba oyendo el radio, decidió permanecer en su casa para probar la cimbra. No hubo oportunidad; no tembló. Extraoficialmente avisaron que, en vista de su irregular y pelado comportamiento, la alarma iba a ser desconectada. ¡Qué falta de tolerancia! Si San Andrés, siendo santo, tuvo fallas, cuantimás una humilde máquina. El caso es que para sustos no ganamos.

Desdoros del Vaticano

Mientras la alarma sonaba, lo mejor de la sociedad capitalina (es un decir) se trasladaba a San Ildefonso para la inauguración de la muestra de los Tesoros del Vaticano. Los acarreados de lujo se apretujaron en patios y pasillos. Llegó la comitiva político-académico-eclesiástica. Tovar y de Teresa estuvo a punto de decir Vatinaco y se repuso en un palmo de terreno. Don Carlos no saludó de mano a Prigione, ni a Corripio (hecho comentadísimo) y, mis reporteros, tuvieron que retirarse sin ver la muestra, porque primero la tenían que ver los meros chipocludos. Ta’güeno. En la tienda de souvenirs (palabra odiosísima) vendían unas playeras con La Creación de Miguel Ángel impresa. ¿Se acuerdan? El dedo todopoderoso señala a un postrado mortal que también alza su tímido dedito y ¡zaz! la Creación se consuma. Dígame si no es simbólico.

Cualquier alabanza, retobo o comentario con esta inaugural y volante columna, comuníquelo al teléfono

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