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Opinión

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Gestión o legalidad

La elección del 2 de junio mostró que la transición democrática construyó un sistema claro para el poder, pero no fomentó una cultura democrática ni mejoró la vida cotidiana de la población.

Leí en la semana que acaba de pasar, y al calor de las reflexiones poselectorales, una frase que me dejó el alma tranquila. Explica y aclara. Dice en su sencillez lo que debemos pensar respecto de nuestra sociedad, nuestros votantes y nuestra tradición democrática.

Platón decía “las leyes están escritas en arena y las costumbres en granito o piedra”. Es decir que, aunque las leyes se acuerden, se publiquen o se impongan, siempre hay un espacio, una verdad en el que las costumbres se imponen o, por lo menos, atentan contra aquello que los que construyen la ley no pueden vencer: las costumbres y la tradición.

La elección del 2 de junio dejó enseñanzas y reflexiones que deben atenderse. Una central es que la generación que luchó y promovió la transición hizo muy bien en darle certeza a la construcción democrática del poder y el acceso a éste. No hizo nada por fomentar y construir una cultura democrática. La ausencia de esta reflexión generó un sistema muy claro para la construcción del poder democrático, pero sin demócratas convencidos en la calle y en la sociedad.

Pero la falla no acaba ahí. La promesa de la democracia no trajo alicientes o beneficios concretos a amplios sectores de la población. Allá por los años 80 y 90, el discurso público se llenaba la boca diciendo que, con democracia, mejoraría la vida cotidiana, los ingresos y la convivencia en paz para la sociedad. Nada de eso sucedió. Sí construimos legitimidad del poder, pero el poder no enfocó sus baterías en resolver del todo, lo más elemental, de ahí el resultado.

No me detengo en ello. Mi reflexión apunta a otro lugar. ¿Por qué le fue tan bien a la Iniciativa Privada en este sexenio? ¿Por qué no hay un reclamo de la clase empresarial y, al contrario, reciben a Claudia Sheinbaum con vítores en las recientes sesiones con grupos empresariales? La respuesta es simple y, al mismo tiempo, compleja si queremos ir a otro lado. La clase empresarial aceptó e, incluso, en su mayoría se ha beneficiado de la globalidad, pero no ha aprendido, detesta, por razones culturales, y por desconfianza en el imperio de la ley, su administración y su prevalencia. Los empresarios y la sociedad creen sencillamente en la gestión. Es mejor tener un conecte que te resuelva y te ayude, que interponer una demanda o una queja. Es mejor no meterse en un pleito y resolver por fuera porque lo demás es engorroso, caro y tardado. Es mejor ponerse de acuerdo, que dejarle a un tercero (juez, magistrado o ministro) la resolución de tu asunto, que iniciar y llevar el caso hasta las últimas instancias que regulan las leyes.

El discurso que mi generación defendió sobre la pluralidad democrática fracasó, porque no había quién resolviera rápido y con anuencia o en contra del poder. El discurso de Xóchitl fracasó porque en el fondo a nadie le importa la legalidad, la pluralidad, la democracia o las vías institucionales, esos conceptos son parte del 40% de los mexicanos. Los demás prefieren la gestión ante la autoridad, interés real o poder, que meterse en los vericuetos de las soluciones legales, institucionales o jurisdiccionales. Nos falta mucho. Nada más, pero nada menos también.

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Ensayista e interesado en temas legales y de justicia. actualmente profesor de la facultad de derecho de la UNAM.

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