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In Memoriam para Melchor Ocampo
Se le atribuyen las Leyes de Reforma y el Tratado McLane-Ocampo con EU.
Hace 157 años, el 3 de junio de 1861, murió Melchor Ocampo, abogado, político, escritor y llamado por algunos el “filósofo de la Reforma”. Sus orígenes son inciertos, tanto en la fecha como en su lugar de nacimiento y hasta en el nombre de sus padres. Algunos juran que nació en 1810 en la Ciudad de México, otros que en 1812 pero ya es oficial e históricamente comprobado que nació un 5 de enero de 1814, en Pateo, Michoacán. En cuanto a sus padres, Nicolás León, uno de sus biógrafos, señala que Melchor Ocampo fue “hijo natural del doctor Antonio María Uraga, cura de Maravatío” y de Francisca Xaviera Tapia, “opulenta ranchera” dueña de la hacienda de Pateo. Ángel Pola, en cambio, sugiere, fina pero malévolamente, que Ocampo provino de un “tropiezo amoroso” de Francisca, quien ocultó a su hijo durante dos años tras los que regresó “a su hacienda de Pateo, con un niño adoptivo, de apellido escogido al azar”. Por su parte, Valadés señala que, según documentos de archivo, en septiembre de 1812 una mujer entregó a María Josefa Ocampo un niño a quien bautizó y de quien fue madrina, y termina contando que lo envió con el sacristán mayor de la parroquia de Maravatío para que se educara. Después sería enviado a la ciudad de México a realizar la educación primaria, donde “estuvo sujeto a la férula de un maestro de escuela a la antigua”; lugar en el que además de su talento, muy pronto afloró su espíritu de justicia: a decir de Ángel Pola, “el niño Ocampo reclamó a su profesor el haberlo golpeado, acusándolo de un acto anticonstitucional y amenazando con denunciarlo”. (No es raro entonces, lector querido, que cuando fue gobernador de Michoacán prohibiera el uso de la palmeta como método educativo en las primarias bajo pena de multa).
En 1824 Ocampo se trasladaría a Morelia para ingresar al Seminario Conciliar. Allí estudiaría Retórica, Lógica, Metafísica, Ética, Matemáticas, Derecho, Física, Latín y Teología hasta graduarse de bachiller en Filosofía en 1827. Fue donde comenzó a formarse su pensamiento político y cuando leyó a los filósofos franceses con sus descripciones sobre las ideas del espíritu. Años después se le describiría como de excepcional conducta moral, acendrada religiosidad e infatigable estudiante. En marzo de 1830 murió Francisca Tapia -su madre o madrina- dejándolo como heredero universal. Y así con solvencia económica Melchor Ocampo pudo dedicarse al estudio. Ingresó al Colegio Seminario de México para dedicarse a aprender derecho civil, primero y después todo lo necesario para cursar la carrera de leyes. A su corta edad Ocampo “era un brillante y destacado estudiante y además de que la Física, Química e Historia Natural fueron sus más preciados objetos de estudio. Hacia 1833, aún como estudiante, trabajó en el bufete del licenciado José Ignacio Espinosa Vidarte, ministro de Justicia en la administración del presidente Anastasio Bustamante. Además, se dio tiempo para publicar en El Filógrafo periódico liberal. Ya en la Nacional y Pontificia Universidad, una vez más Melchor Ocampo demostró sus inquietudes y su inconformidad cuando, tras defender el examen que le otorgaría el título de abogado, lo rechazó porque su carácter pugnaba “con la pícara manera de ejercer la profesión” y aquello le parecía poco ético. Y decidió dejar la abogacía. El mismo Ocampo dijo: “Dejé la carrera para ir a cuidar mis bienes” y una vez declarado aquello regresó a la hacienda de Pateo, se dedicó al campo, inició estudios de ingeniería rural, perdonó deudas a los peones, barbechó tierra, empezó nuevos cultivos y tuvo varios hijos. Viajó por Europa durante 1840 y a su regreso inició su carrera política. En 1841 fue electo diputado por Michoacán al Congreso Constituyente de 1842 y propuso crear una nueva carta magna a la altura de las ideas modernas. Fue gobernador interino de Michoacán, del 5 de septiembre de 1846 al 13 de marzo de 1848, día en que renunció. Antes de irse, exaltó al pueblo mexicano a resistir a los invasores norteamericanos y se negó a firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Político valiente y de ideas liberales, tuvo muchos problemas con Santa Anna; tantos que fue primero encarcelado y después desterrado.
Durante su exilio en La Habana y Nueva Orleáns, conoció a Benito Juárez del que fue leal amigo e incondicional partidario. De vuelta a México fue parte de la Asamblea que redactaría la Constitución Política de 1857 y durante el gobierno de Juárez, ministro de Gobernación, de Guerra, Marina, Hacienda y Relaciones Exteriores. Participó activamente en la formación de las Leyes de Reforma, fue firmante del controversial Tratado MacLane-Ocampo y autor de la famosa epístola que lleva su nombre – que se leyó en todos los matrimonios civiles hasta 2006-, que es en realidad el artículo 15 de la Ley del Matrimonio Civil expedida por Juárez en 1859 y que, sobre el matrimonio, dice así:
“Que éste es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Que éste no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Que los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí. Que el hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar, y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando éste débil se entrega a él, y cuando por la sociedad se le ha confiado. Que la mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo. Que el uno y el otro se deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, confianza y ternura, y ambos procurarán que lo que el uno se esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse con la unión”.
Sin comentarios. Volvamos a la vida de Melchor.
Tras el triunfo de los liberales Ocampo le manifestó a Juárez su deseo de renunciar y se retiró a su hacienda de Pomoca. No sabía que el fin de su vida se acercaba. El 1 de junio de 1861, estando sentado a la mesa, pues era hora de comer, fue sorprendido por una fuerza conservadora y aprehendido en su propia casa. Montado a caballo y custodiado, llegó a Tepeji del Río donde se enteró que lo iban a fusilar. El 3 de junio solicitó escribir su testamento y así lo hizo: “Me despido de todos mis buenos amigos y de todos los que me han favorecido en poco o en mucho, y muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno”, fueron sus últimas palabras por escrito.A las tres de la tarde lo fueron a sacar para matarlo. Repartió todo lo que tenía entre los soldados y, segundos antes de morir, dijo. “Que me peguen aquí”, señalándose el pecho. Inmediatamente después, su cuerpo, de las axilas, fue colgado de un árbol.
Pocos saben y recuerdan la vida de Melchor Ocampo, a no ser de su rechazada epístola que nada tiene ya que ver con el amor y sus maneras. Pero suya es una frase inolvidable: Es hablándonos, no matándonos, como habremos de entendernos”.