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Opinión

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India: hacia el "autoritarismo electoral"

El pasado viernes los 968 millones de ciudadanos de la India (todavía considerada la democracia más grande del mundo) comenzaron a votar en sus elecciones parlamentarias. El proceso durará seis semanas porque no se hace simultáneamente en todo este colosal país, se realizará en siete fases para garantizar la seguridad de los colegios electorales y facilitar la logística. Los resultados finales se darán a conocer hasta el próximo de primero de junio, pero nadie duda de un nuevo arrollador triunfo del popular primer ministro Narendra Modi y su Partido Bharatiya Janata (BJP). Esta conclusión no será una victoria para la democracia india. A lo largo de su década en el cargo, Modi ha trabajado diligentemente para subordinar las instituciones, centralizar y personalizar el poder político y orientar a la sociedad hacia la uniformidad religiosa y cultural. Sería la tercera consecutiva de Modi. En términos históricos ello podría significar el fin de la India “nehruviana” con la extinción (o casi) del Partido del Congreso, principal artífice de la independencia nacional.

El Partido del Congreso gobernó la India durante más de medio siglo como un movimiento de centroizquierda, laico y multicultural. Sin embargo, su subordinación respecto a la familia de Nehru le está pasando factura. Su actual líder es Rahul Gandhi, hijo de Rajiv y nieto de Indira. Su liderazgo ha sido ineficaz y en estas elecciones se le augura un resultado mísero, el cual podría dejarlo hasta con menos del 10 por ciento del total de la representación parlamentaria. Ciertamente las condiciones de la competencia electoral no son parejas. El BJP es una maquinaria electoral enorme y cuanta a su favor con un amplio andamiaje clientelar paraestatal. Además, el gobierno ha intimidado a los medios de comunicación y acosa a los opositores. Pero ello es solo parte del problema. Modi es un político dotado con una excepcional capacidad de conectar con la gente común, mientras Rahul aparece como un heredero privilegiado líder de un partido incapaz de ofrecer un relevo generacional y sin ideas viables para gobernar al país más poblado del mundo.

Al BJP le encantaría mandar a la irrelevancia absoluta al Congreso porque reforzaría su visión de una India exclusivamente hinduista. Y aunque el oficialismo ha encarado recientemente fuertes oposiciones en algunos estados importantes, por su propia naturaleza los partidos regionales no tienen mucho electorado fuera de sus estados de origen. La cuestión del liderazgo es parte de un problema mayor. La oposición regionalista, después de casi década de Modi y el BJP en el poder, sigue unida exclusivamente por su aversión al premier y tampoco parece tener un plan alternativo en caso de una aniquilación del Congreso. Y sin una oposición efectiva, Modi podrá sacar adelante cambios profundos a la Constitución de la India para consolidar el establecimiento de un nuevo tipo de régimen, un “autoritarismo electoral” donde se celebren elecciones periódicamente pero siempre bajo la sombra de un partido hegemónico. Bajo esa lamentable perspectiva, por cierto, también están muchos países gobernados por populistas de corte autoritario.

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