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Opinión

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Iniciativa Mérida: muerta para México, viva para Estados Unidos

La Iniciativa Mérida es todo y es nada. La primera expresión tras escuchar su nombre es: polémica.

La iniciativa Mérida es Felipe Calderón, pero también López Obrador, pese a que su gobierno le dedica los peores comentarios.

“No queremos helicópteros artillados, no queremos recursos para otro tipo de apoyos militares, lo que queremos es producción y trabajo”, comentó el presidente López Obrador el 7 de mayo de 2019.

“La Iniciativa Mérida está muerta. No funciona, ¿de acuerdo? Ahora estamos en otra era”. Así lo expresó el secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard al periódico The Washington Post el pasado 29 de julio.

El presidente López Obrador, por la mañana, no tiene interés público en hablar sobre temas de seguridad. Durante sus interacciones con el presidente Biden, públicamente explica que el contenido de las mismas se ha enfocado en solicitarle al estadounidense visas de trabajo y ayuda económica para el desarrollo centroamericano.

“Acuérdense de que hubo un ofrecimiento de que iban a invertir cuatro mil millones de dólares en el país y cinco mil millones de dólares en los países de Centroamérica, yo ya tomé nota”, reveló el presidente mexicano esa mañana del 7 de mayo.

Es evidente que detrás de la estrategia de “abrazos y no balazos” se encuentran dos visiones diferentes. La del presidente Biden, el tema del narcotráfico sí pertenece a un territorio punitivo. En la agenda mañanera del presidente López Obrador, no tiene cabida. 

En el informe “Evolución de la Iniciativa Mérida, 2007-2021”, elaborado por el Congreso de Estados Unidos, reconoce que el presidente López Obrador rechaza considerar como una “guerra” los objetivos que subyacen en la Iniciativa Mérida.

Sin embargo, el documento apunta que “López Obrador respaldó las reformas constitucionales para permitir la participación militar en la seguridad pública durante cinco años más”, siguiendo los objetivos de la Iniciativa Mérida.

Es claro que el enfoque del informe no embona con la táctica del presidente mexicano.

La Iniciativa Mérida no está muerta ni actualmente envía helicópteros artillados. Lanzada desde Washington en 2007, Estados Unidos ha desembolsado 3,300 millones de dólares hasta el pasado octubre en apoyos que han evolucionado a lo largo de los años.

La Iniciativa Mérida nació con una clara orientación hacia temas de seguridad. Entre otros objetivos, señala el informe del Congreso, pretendía “desmantelar las redes de las organizaciones criminales”. Además, “el gobierno mexicano se comprometió a combatir la corrupción. El gobierno de Estados Unidos se comprometió a abordar la demanda de drogas y el tráfico ilícito de armas de fuego y divisas a granel hacia México”.

Es claro que los resultados contemplados en la Iniciativa Mérida no se han obtenido, sin embargo, con la llegada de Joe Biden a la presidencia, la Casa Blanca emitió un comunicado previo a la primera interacción con el presidente López Obrador, con el que establecía el tipo de relación que buscaría tener con el Gobierno del presidente López Obrador:

Está fechado el 1 de marzo. En materia de seguridad dice: “Los gobiernos de México y Estados Unidos coinciden en la importancia de trabajar juntos contra la amenaza común que representa el crimen organizado transnacional. A través de la Iniciativa Mérida, Estados Unidos ha asignado más de US 3.2 mil millones en equipos, capacitación y desarrollo de capacidades desde el año fiscal 2008 al año fiscal 2020. Cooperamos regularmente para detener el flujo de personas, narcóticos ilegales, armas y otro contrabando”.

Para el presidente Biden, el programa Iniciativa Mérida está vivo. Para el presidente López Obrador, está muerto.

¿Habrá reconciliación?

@faustopretelin

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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