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Opinión

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It’s not the economy, stupid!

Una versión de esta frase se convirtió en el slogan de campaña de Bill Clinton en 1992. Acuñada originalmente sin el negativo y en un contexto de recesión económica, se ha utilizado desde entonces en relación directa con el paradigma neoliberal, uno de cuyos postulados es que el crecimiento económico favorece el desarrollo y bienestar de naciones democráticas y un sistema internacional en paz.

Hoy ese paradigma parece ser cuestionado desde varios frentes. En el ámbito de la política comercial, se trastoca la lógica de la economía globalizada que busca reducir costos y maximizar ganancias.  Ya no se trata de producir u obtener insumos allí donde es más eficiente, sino en donde es más seguro. Y la seguridad a la que países occidentales aluden no es otra que su seguridad nacional.

Esta tendencia se ha exacerbado a raíz de la pandemia del Covid-19 y la guerra en Ucrania. Las afectaciones en las cadenas globales de suministros y la puesta en evidencia de la dependencia de algunos países (occidentales) de recursos y componentes provenientes de países como Rusia o China han (re)introducido conceptos como la geopolítica, el near o ally shoring, el desacoplamiento de las cadenas de valor, la autonomía estratégica y el renovado impulso a políticas industriales nacionales.

Obtener recursos aquí, producir allá y vender más allá ya no es necesariamente la premisa de operación de muchas empresas, aunque cabe preguntarse si el viraje es por convicción o por presión política. En el segundo supuesto, un ejemplo reciente es la presión ejercida por Estados Unidos sobre Países Bajos para limitar las exportaciones hacia China de las máquinas EUV de la empresa neerlandesa ASML, que permiten producir microprocesadores de última generación (con posible uso militar).

El asunto fue incluso tema de conversación entre el presidente Joe Biden y el primer ministro Mark Rutte en un encuentro bilateral en enero. Aunque defendiendo su autonomía para determinar su política comercial, el gobierno neerlandés aceptó imponer restricciones a las exportaciones de esta maquinaria, a pesar de que el mercado chino representa el 15% de las ventas de ASML. Los analistas neerlandeses coincidieron en que al ser Estados Unidos un aliado político y militar, era ingenuo pensar que el gobierno neerlandés pudiese negarse.

La securitización de la política comercial, es decir, basar la toma de decisiones económicas y comerciales en argumentos de seguridad nacional, tiene serias implicaciones para los individuos, las empresas y los estados. Como en todo cambio de paradigma, necesariamente habrá ganadores y perdedores. Para los individuos o consumidores finales, la división estará entre quienes puedan asumir costos más elevados de bienes producidos en un mundo desglobalizado y quienes no puedan darse el lujo. En el sector privado, llevarán ventaja las empresas que sepan adaptarse y encontrar oportunidades para innovar en sus procesos productivos. Entre los países, el diferenciador será la capacidad de adecuar sus políticas nacionales para fomentar su propia industria o para atraer a empresas estratégicas que buscan abandonar sitios tradicionales de producción como China. Lo cierto es que tanto empresas como gobiernos deben tomar decisiones pronto para transformar este cisma en nuevas oportunidades.

*Desirée Colomé Menéndez es autora es asociada del COMEXI y maestra en Gestión de Seguridad y Crisis por la Universidad de Leiden.

 

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