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JD Vance y la nueva generación trumpista
Muchos republicanos están tan concentrados en sus propias ideas fijas, y tan seguros de su victoria, que ni cuenta se dan de que el candidato a vicepresidente que acaba de nombrar Donald Trump, JD Vance, no les aporta prácticamente ningún voto adicional.
Si hubiera escogido a una mujer, como Nikki Haley, habría podido atraer a cierto porcentaje del electorado femenino. Si su elección hubiera sido con alguien más centrista, habría podido captar muchos más votos de ese espectro de la política estadounidense (la elección del vicepresidente es muy relevante para muchos en Estados Unidos, a pesar de la poca importancia que en realidad tiene ese puesto).
Si la elección hubiera sido por alguien como Tim Scott, habría podido aprovechar un impulso entre la comunidad afroamericana. O si se hubiera decantado por Marco Rubio (había un impedimento legal pero pudo haberse resuelto), podría haber atraído a más votantes latinos (ambas minorías, afroamericanos y latinos, son poco proclives a votar por los republicanos).
Pero no hizo nada de eso. Trump se decidió por un perfil absolutamente predecible, ultraconservador (mucho más que él mismo, pues los supuestos “valores religiosos” del empresario no son más que una fachada para atraer al voto evangélico), proveniente del cinturón del óxido, que abarca varios estados que tuvieron un pasado industrial pujante y que hoy se hunden en el letargo de un muy pronunciado declive económico y social.
Son básicamente gente blanca, cuyos antecesores tuvieron trabajos bien remunerados en fábricas, acereras, armadoras, etcétera, y que hoy ven cómo esas plantas se han mudado a otros países con mano de obra más barata. JD Vance les habla a todos ellos desde su experiencia personal de haber sobrevivido en un pueblo de Ohio, parte de los Apalaches, en donde las generaciones actuales viven un declive y mascullan su odio contra quienes supuestamente les han arrebatado lo que tenían.
Sí, a todos ellos les habla Vance desde que escribió su famoso libro “Hillbilly Elegy”, una oda a la vida rural. Pero ese electorado ya lo tenía Trump: es su voto duro. Entonces, ¿por qué escogió a alguien que antes lo denostaba y ahora lo idolatra, aparte del hecho de que a una personalidad egocéntrica y narcisista como la de Donald le fascinan los aduladores?
“Heroína cultural”
Vaya que ha cambiado de opinión el flamante candidato a vicepresidente, quien en 2016 escribió que las propuestas de Trump iban “desde lo inmoral hasta lo absurdo”, y calificaba al magnate como “heroína cultural”. En un arranque, le confesó a un amigo que podría ser “el Hitler de Estados Unidos”. Y en una entrevista que ofreció por esas fechas caracterizó al empresario quizá de la manera más acertada posible: “el líder político que ve lo peor de la gente y alienta lo peor de ella”. Hoy lo adora con un celo insensato, con el mismo fanatismo que se observa entre los conversos.
Su libro (y la película que se deriva de él) tiene algunos aciertos, sobre todo que parte de su experiencia personal en esas montañas en las que prima la miseria. Se les conoce como Hillbillies a quienes “forman ese grupo social cada vez más empobrecido y radicalizado”, según se lee en el prólogo. “El resentimiento, la falta de ambición y una combinación letal de victimismo y pesimismo, han hecho que los hillbillies posean una tendencia a la violencia física y verbal, al alcoholismo y las drogas, que se conformen con vivir de los subsidios del gobierno y que sean despreciados por sus compatriotas. Ellos encumbraron a Donald Trump”.
Vance describe el entorno de violencia que vivió y la imposibilidad de su madre de hacerse cargo de él, por su adicción a las drogas. “Hay un componente étnico alrededor de toda mi historia –escribe–. En una sociedad como la nuestra, tan preocupada por la raza, muchas veces el vocabulario pasa del color de la piel (‘negros’, ‘asiáticos’, ‘privilegio blanco’). A veces estas categorías amplias son útiles, pero para entender mi historia, hay que fijarse en los detalles”.
“Quizá yo sea blanco, pero no me identifico con los WASP (blancos anglosajones protestantes) del noreste. En cambio, me identifico con los millones de americanos blancos de clase trabajadora y de ascendencia escocesa e irlandesa que no tienen un título universitario. Para esa gente, la pobreza es una tradición familiar: sus antepasados fueron jornaleros en la economía esclavista del Sur, después aparceros, después mineros del carbón y, en tiempos más recientes, maquinistas y empleados de acerías. Los estadounidenses los llaman hillbillies, rednecks o basura blanca (white trash). Yo los llamo vecinos, amigos y familia”.
Pero esta imagen casi afable, casi admirable del hombre-hecho-a-sí-mismo que logra trascender las adversidades, el prototipo mismo del sueño americano, no se corresponde con el JD Vance actual, que se desempeña como un siervo a las órdenes de su caudillo y que está dispuesto a justificar cualquier actitud y a tergiversar cualquier asomo de verdad. Después del lamentable atentado contra Trump en Pensilvania, salió de inmediato a decir que Biden era el culpable por su retórica violenta, sin detenerse a ver de dónde procede la violencia verbal.
Un perro fiel
Vance concentra todo lo peor del movimiento MAGA (Make America Great Again) que se ha apoderado del Partido Republicano. El nuevo partido ya no tiene ni un rastro de la decencia y civilidad que todavía poseían algunos de sus viejos representantes. Vance es proteccionista, aislacionista, dice que no le importa lo que le pase a Ucrania y por supuesto es un férreo creyente en la Gran Mentira: el bulo de que le robaron a Trump la presidencia en 2020. Es xenófobo, odia a los migrantes y quiere a toda costa imponer aranceles y construir un muro en la frontera con México. Todo lo que declara Donald Trump lo celebra, ya sea que los migrantes “envenenan la sangre de Estados Unidos” o que cualquier ciudadano tiene un derecho cuasi divino de poseer armas automáticas propias de una guerra, que no tienen nada que ver con el gusto por la cacería ni por el derecho a la defensa propia, y que poseen la característica de despedazar los órganos una vez que las balas entran al cuerpo (justo como el arma que un mozalbete apuntó contra el propio Trump en el atentado, en una ironía de la historia).
El nuevo candidato no convenció a todos en el partido, pero una cosa es cierta: con él llega el intercambio generacional de su ala más intransigente y radical. Del Grand Old Party no quedan más que recuerdos, y los trumpistas llegaron para quedarse, ahora también entre los jóvenes políticos como el mismo Vance, de 39 años.
Quizá el cálculo de Trump tuvo que ver con esta visión para el futuro de su movimiento, o quizá le pasó por la cabeza que, si alguna otra vez quiere llevar a cabo algún otro golpe de estado, ya no tendrá a un vicepresidente civilizado que se niegue a seguir sus anticonstitucionales órdenes, como hizo Mike Pence cuando le ordenó que no ratificara la victoria de Joe Biden en el Capitolio, aquel funesto 6 de enero de 2021.
JD Vance muy probablemente habría estirado al máximo la liga de la ley y habría consumado ese acto golpista. Lo que buscaba Trump era un perro guardián, un vasallo febril, alguien que lo siguiera de manera irracional y que lo venerara como a una deidad, para que le ayude a convertir a las masas que aún no le profesan fidelidad. Alguien que, además, les hable a esos fieles con el mismo lenguaje y las mismas palabras con las que ellos se expresan. En JD Vance ha encontrado todo eso.