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Juárez, entre la primavera, los dichos y los hechos

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Foto EE: Especial

“La vida de Juárez -dijo alguna vez su biógrafo, Justo Sierra- es una lección; una suprema lección de moral cívica” Y Sierra, por supuesto, no fue el único que dijo frases célebres inspiradas en el Benemérito. Las reacciones a su favor o en contra que a lo largo de la Historia ha producido don Benito han sido muchas y son resultado de diversos principios y finales. Algunos, dicen que Juárez supo ser el guía de una irrepetible generación de mexicanos que, buscando siempre el apoyo popular y sin más recursos que la honradez, la inteligencia y la pasión por la unidad nacional, lograron restaurar la República triunfando en una lucha que se llevó buena parte de la Historia del siglo XIX mexicano. Otros -a lo mejor todavía encantados por los ojos azules de los emperadores, creyentes de que la riqueza es fuente de toda la bondad, temerosos de pisar terrenos fuera de los atrios de las iglesias- no soportan pensar en el oaxaqueño y han elaborado teorías, incluso hasta inteligentes, que afirman que Juárez fue el inicio de todos nuestros males y de muchas de las equivocaciones de la patria.

Exagerados algunos, muy austeros de pensamiento, otros. Lo cierto es que Benito Juárez evoca un tiempo difícil históricamente hablando. Apareció en el tiempo límite entre un México que socialmente no había dejado de ser virreinal a pesar de casi cincuenta años de independencia formalmente aceptada, en un país de ciudadanos libres según las Leyes de Reforma, la Constitución de 1857 y justo al centro de la verdadera pugna entre liberales y conservadores. Un poco lo mismo de siempre, lector querido, pero no tan poético como las oposiciones entre luz y la negrura, los duros contra los blandos, la izquierda y la derecha, sino en medio de una guerra civil, enfrentando invasores altamente poderosos y pisoteando sangre ajena y propia para evitar la lumbre.

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Por otro lado, para no hablar de ignorancia sino de religión, Juárez fue satanizado por haber decretado la ley de nacionalización de los bienes eclesiásticos que suprimía el poder económico de la Iglesia, criticado por ateo y denostado por su origen indígena. A pesar de que México, en aquel momento, estaba a la vanguardia del continente entero y en cuanto a la separación de los asuntos eclesiásticos y los civiles, los políticos y los religiosos y convertir en leyes, las medidas incómodas para muchos, pero indispensables para la existencia de un estado soberano. Hablando de ello, escribió Carlos Monsiváis:” la derecha y el clero cayeron en su propia trampa porque al demonizar a Juárez, vulgarizaron la imagen del infierno y no obtuvieron grandes convicciones para justificar lo que se decía en la misa y repetían algunos clérigos: "Juárez se quema a diario en las llamas del infierno. No se les ocurra rogar por él".

A pesar de todos los pesares y las legítimas alegrías, Juárez resultó un héroe mítico, personaje que inspiró crónica, pintura, ensayo, narrativa, poesía, arte plástica, cine, danzones y hasta telenovelas. Es protagonista central de nuestra historia ficticia y verdadera. Piénselo usted, lector querido: el día que Juárez nació nacieron todas las flores, porque justo el 21 de marzo es fecha de su nacimiento y empieza la primavera. Por si fuera poco, su leyenda comienza con la admirable y mítica caminata de Guelatao a Oaxaca –que se adorna con el hecho de que fue con pies descalzos-, para después ello escalar paso a paso todos los peldaños del poder con los nombramientos requeridos: regidor del ayuntamiento de Oaxaca, secretario de gobierno, fiscal del Tribunal Superior de Justicia y diputado en el Congreso de 1846. Llegó a la gubernatura de su estado en 1847 demostrando gran capacidad de organización y una administración tan eficiente que al final logró el objetivo primordial de aquel momento: impedir la entrada del dictador Antonio López de Santa Anna a Oaxaca y después encarcelarlo en las tinajas de San Juan de Ulúa para después expulsarlo del país.

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De las leyes, las costumbres y su heroica lucha para mantener viva la República en contra de la invasión imperialista de los Habsburgo, mejor no hablar sino estudiar un poco.  Tal vez leer a sus mejores biógrafos: Justo Sierra en Juárez, su obra y su tiempo; Fernando Benítez en Un indio zapoteco llamado Benito Juárez; Andrés Henestrosa en Los caminos de Juárez, Brian Hamnett en Juárez y también los libros de los otros. Tal vez conseguir los famosos Apuntes para mis hijos, su íntima autobiografía de su puño y letra o recorrer los lugares donde estuvo.

Sepa usted lector querido que afirman que Juárez dijo que habíamos de respetar cada creencia, mirar lo que los tiempos indican y revisitar, reinterpretar y aprender lo que se ignora. No nos consta. Lo que sí sabemos, es que, a pesar de biografías, frases célebres, elogios de fanáticos, insultos de enemigos y lamentables imitadores, Benito Juárez escribió, en un discurso, que quería que la Historia lo  juzgara no por sus dichos, sino por sus hechos.

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