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Kissinger y los dictadores
“Henry Kissinger, criminal de guerra, cumple cien años aún prófugo de la justicia”, así comentó el semanario liberal The Nation el centésimo aniversario del controvertido ex secretario de Estado. El mago de la Realpolitik tiene un legado de lo más cuestionable. Se ganó el epíteto de “estadista mundial” tanto con sus esfuerzos por alcanzar la histórica normalización de las relaciones entre la China comunista y Estados Unidos como con el éxito de sus negociaciones con la Unión Soviética para lograr la firma de importantes acuerdos de desarme y del Acta de Helsinki, pero también fue responsable de apoyo tácito o explícito a atroces dictaduras de Latinoamérica y el sur de Asia. La polémica ha crecido con el tiempo. Documentos desclasificados en 2016 por el Departamento de Estado aportaron nueva información acerca de cómo instigó el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en Chile, de su cercana relación con la dictadura de Videla, de cómo saboteó iniciativas para detener actos represivos en Sudamérica y de su permisividad ante la llamada “Operación Cóndor”.
Los dictadores siempre fueron del gusto del doctor K. En los papeles desclasificados constan sus halagos a los gorilas argentinos (“El Gobierno de Argentina ha desarrollado una destacada labor al exterminar a las fuerzas terroristas”.) y también a Pinochet, (“Usted ha prestado un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende). Una frase suya al entonces canciller argentino quedará para la posteridad: “Si deben hacer cosas desagradables, háganlas rápido”. Esta empatía por los “hombres fuertes” se extendió al sur de Asia con su tolerancia al genocidio perpetrado por dictador paquistaní Yayha Jan contra la minoría bengalí y con el apoyo al dictador Indonesio Suharto en su anexión de Timor Oriental. En África, Kissinger coadyubó con el tiránico rey marroquí Hassan II para impedir la independencia del Sahara Occidental.
Kissinger encarnó como nadie un modelo de relaciones internacionales basado en atender, ante todo, a las “realidades inapelables” imperantes en el mundo y a la necesidad de hacer prevalecer la “seguridad nacional” sobre el respeto a los derechos humanos y la promoción de la democracia. Pero, aunque le sobran admiradores, también son muchos sus detractores. Uno de los más sólidos es Christopher Hitchens, quien lo acusa de crímenes de guerra por haber prolongado, innecesariamente, la Guerra de Vietnam.
El Dr. K mantiene hasta hoy su infatuación con los dictadores. Se ha mantenido cerca de los gobiernos ruso y chino. Todavía resuena en Davos su sugerencia a Ucrania de hacer concesiones territoriales a Rusia para acabar con la guerra (aunque después se arrepintió). Ya antes se había dedicado por años a justificar los abusos de Moscú con sus vecinos mientras forjaba una cercana amistad Putin, quien lo hizo nombrar “profesor honorario” de la Academia Diplomática de Rusia. “Para Rusia, Ucrania nunca puede ser solo un país extranjero”, declaró Kissinger poco después de la invasión a Crimea en 2014. En cuanto a China, el ex secretario de Estado ha prohijado durante décadas una relación multifacética y rentable. Desde el principio de la apertura económica de Deng Xiaoping utilizó su influencia en política exterior y con la élite empresarial para promover cuantiosas inversiones y hasta la fecha dedica buena parte de sus esfuerzos para lavar la imagen del régimen comunista chino. En su libro China (Debate, 2012), Kissinger expuso muy clara su crítica a la política exterior estadounidense hacia China y, en general, hacia regímenes no democráticos, describiendo la insistencia de promover por el mundo la instauración de instituciones democráticas y la defensa de los derechos humanos como un mero “artículo de fe” y advirtiendo a los políticos y burócratas estadounidenses: “Ustedes no deben estar necesariamente de acuerdo con las perspectivas chinas para entender la torpeza de tratar de darle lecciones a un país con una historia de milenios”.