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Opinión

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La Cumbre del Amor o, si se prefiere, en el G20 no hay abrazos

Uno de los triunfos que ha logrado el presidente López Obrador, en función a sus objetivos personales, ha sido que una parte importante de la sociedad y de los medios de comunicación hayan colocado en el pantano del desinterés la presencia de México en el mundo.

El presidente de México viaja frecuentemente a Chiapas, Tabasco, Veracruz, entre otros estados de México, pero no lo hace a Madrid, Londres, París, Tokio, Seúl o San José para defender los intereses de los mexicanos en esos sitios.

Su ausencia en la Cumbre del G20 en India no sorprende por la costumbre que ha impuesto, pero su decisión genera costos.

La presencia en chanclas, pantuflas o crocs de la secretaria de Economía en el evento de bienvenida en Nueva Delhi es una metáfora viva de la informalidad que el Gobierno de México aplica en foros multilaterales.

De facto, México está fuera del G20. Está fuera de las discusiones estratégicas analizadas en foros internacionales porque al presidente no le interesan.

En sustitución de la política exterior, el presidente fabrica ocurrencias. Por ejemplo: la Cumbre del Amor.

Los presidentes de México y Colombia protagonizaron durante el pasado fin de semana la primera Cumbre del Amor; ambos lanzaron al mundo el “antídoto contra el consumo de drogas: el amor”. Así lo dijo el anfitrión, Gustavo Petro.

Un mes después de que Nicolás Petro, hijo mayor del presidente colombiano, reconociera que dinero procedente del narcotráfico fue introducido a la campaña electoral del candidato Gustavo Petro; y cuatro años, nueve meses y nueve días después del inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en los que no pudo controlar el impacto mortal que ha dejado la estela del crimen organizado, ambos políticos dieron a conocer al mundo su “nueva” política para erradicar el consumo de la droga… en Estados Unidos.

“Se trata de cambiar el paradigma”; comentó el sábado la secretaria de Relaciones Exteriores Alicia Bárcena desde Colombia (Reforma, 10 de septiembre).

Cuatro años, nueve meses y nueves días después del primer día de gobierno, habrá que probar un “nuevo paradigma” internacional que, por cierto, y al parecer, ya fue probado en México sin resultados positivos.

La bondad del presidente mexicano floreció en la Cumbre del Amor: “Tenemos la obligación moral y por humanismo debemos de participar en el combate al consumo de fentanilo en Estados Unidos”.

Alicia Bárcena promete llevar este mensaje a “otros foros”. Así lo escribió en Milenio: “Se trata del inicio de un proceso amplio que buscará llevar la voz, acciones y propuestas de nuestra América a otros foros y demostrar las virtudes de un cambio de paradigma en este ámbito” (9 de septiembre).

Suena muy bonito, pero ni siquiera AMLO ha logrado cohesionar a los integrantes de la Alianza del Pacífico. Sus dogmas generan costos a muchos mexicanos. En este caso, a los que viven en Perú.

El tema de las pantuflas o chanclas de la secretaria Raquel Buenrostro es anecdótico frente a la renovación del Acuerdo Global con la Unión Europea o frente a la cancelación de pláticas con Corea del Sur sobre la negociación de un acuerdo de libre comercio. La secretaria no dice nada sobre estos temas.

De no ser por los costos acumulados que ha generado el distanciamiento de AMLO con el mundo, sus anécdotas sobre política exterior serían tomadas en serio.

En el G20 no hay amor. Nos dirían AMLO y Petro.

Twitter: @faustopretelin

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Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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