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Opinión

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La debilidad del Presidente

Foto: Reuters

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La elección presidencial de Estados Unidos tendrá enormes consecuencias en la relación bilateral México-Estados Unidos. Joe Biden ganó. El proceso sigue. No hubo “ola azul”. No tendrá un mandato fuerte. Biden obtuvo el voto popular con un mensaje unificador, pero el país está profundamente dividido. 

La división entre los ciudadanos conduce a una división en el gobierno. Los demócratas tendrán el control de la Casa Blanca y de la Cámara de Representantes, pero los republicanos controlarán el Senado. El populismo seguirá siendo una fuerza política en Estados Unidos y quienes votaron por Trump nunca aceptarán a Biden. El mapa electoral nos dice claramente que los estadounidenses viven en dos mundos separados, cada uno con habitantes que tienen una visión y odios parecidos. 

El Presidente Biden entrará el 20 de enero de 2021 a la Oficina Oval en la Casa Blanca con retos enormes que enfrentar: una situación económica grave, la escalada de la pandemia por el invierno, un ambiente internacional complejo, un gobierno dividido, una burocracia debilitada y un populismo trumpiano lamiéndose las heridas.

La tarea de gobernar será difícil para Biden. Tendrá que negociar y llegar a compromisos con el liderazgo del Senado, en un ambiente de incertidumbre y miedo. Biden no va a recibir cooperación ni apoyo del Partido Republicano. Al contrario, los republicanos se van a reconstruir y golpearán a la Administración Biden para recuperar espacios en la Cámara de Representantes en 2022.

Las iniciativas que el Ejecutivo presente no prosperarán fácilmente en el Senado. Las nominaciones a puestos en la Administración serán atendidas con lentitud o serán simplemente bloqueadas en el Senado. No habrá titulares en muchas dependencias. El Poder Judicial será hostil.

La pregunta permanecerá por muchos meses: ¿cómo reparar el daño que Trump le ha hecho al país? Peor aún, como lo escribió Richard Haass, el Presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, “lo que reveló la elección es que hay un país y dos naciones; y tienen que coexistir”.

La debilidad del Presidente nos obliga a pensar estratégicamente. Desde ahora empieza una nueva era en las relaciones entre México y Estados Unidos. Tenemos que prepararnos con inteligencia y audacia para aprovechar esa aparente debilidad en nuestro favor. Como lo escribí en este sitio hace algunas semanas (El espíritu de Delaware), se nos abre una ventana de oportunidad.

El diseño de una nueva política exterior eficaz hacia Estados Unidos supone que contemos con: a) una organización de analistas capaces, de alto nivel, que puedan planear las políticas de acuerdo con los objetivos y el interés nacionales; b) un conocimiento cabal de la realidad política, económica y social de Estados Unidos; y c) una identificación previa de diferentes escenarios para estar en condiciones de anticiparnos a los problemas. Este equipo debe entender claramente el proceso de definición de la agenda gubernamental de Estados Unidos y el papel que juega el Presidente.

La ejecución de las políticas públicas estadounidenses, que tienen algún impacto en México, está precedida por un largo proceso en donde diversas fuerzas del sistema político de Estados Unidos actúan. No hay “cajas negras”, más bien hay mucho ruido que debemos aprender a aislar a fin de que podamos identificar los participantes y los procesos.

Se puede decir que hay muchos temas y problemas que integran el conjunto de las relaciones México-Estados Unidos, pero son muy pocos, en realidad, los que llegan a la agenda de decisión del gobierno. Por razones estructurales de política interna, el gobierno de Estados Unidos tiene una gran dificultad para formular una política coherente y coordinada hacia México. El proceso de la formulación de la política exterior es complicado, embrollado, desordenado, y eso tiene su origen en las características mismas de un sistema político que se ha transformado en los últimos veinte años.

Entre los participantes estadounidenses que influyen en los procesos de definición de la agenda gubernamental y de generación de alternativas de política, existe un grupo muy visible y otro relativamente oculto a la vista de los gobiernos extranjeros, pero que cada vez se vuelve más importante en la comunidad de Washington.

Es normal que los actores visibles reciban gran atención, por parte de los medios de comunicación, las redes sociales y la opinión pública, si consideramos que entre ellos se encuentran el Presidente, los secretarios del gabinete y altos funcionarios, los miembros del Congreso, los medios de comunicación, los partidos políticos. 

Los actores ocultos son los equipos de asesores de la Casa Blanca, los servidores públicos de carrera y funcionarios de nivel medio, los asesores y asistentes que trabajan en el Congreso, los especialistas, lobbystas, consultores políticos y los académicos. 

Los participantes visibles son los que influyen, en mayor medida, en la definición de la agenda gubernamental, mientras que los actores ocultos tienen una mayor influencia en la propuesta de alternativas y opciones de políticas públicas.

Los estrategas del Gobierno de México necesitan enfocarse, alinear los esfuerzos y actuar con disciplina en la nueva relación bilateral. Pero primero, en un entorno de aparente debilidad del Ejecutivo estadounidense, deben entender bien el papel del Presidente.

En 1908, Woodrow Wilson, entonces Presidente de la Universidad de Princeton, escribió: “El Presidente de los Estados Unidos está en libertad, tanto de derecho como de conciencia, para ser tan grande como pueda. Puesto que es también el líder político de la nación, o está en su decisión serlo, la del Presidente es la única voz nacional ante un problema. Dejémoslo que gane la admiración y la confianza del país y ninguna otra fuerza podrá superarlo. Ocupa el lugar vital de la acción en el sistema”.

Cuarenta y cinco años después, Harry Truman comentaba, al dejar la Presidencia, que le daba pena pensar en el momento cuando el General Eisenhower llegara a la Oficina Oval y ordenara a sus subordinados, acostumbrado a la disciplina militar: “Haz esto, haz esto otro”. Y nada pasaría. Porque el poder del Presidente es el poder de persuadir y convencer a sus colaboradores, no de ordenar.

El poder del Presidente de los Estados Unidos se ve influido, positiva o negativamente, por diferentes factores, entre ellos se encuentran: sus propios atributos personales; su percepción del poder; su popularidad, su reputación y su prestigio; la interpretación que haga de sus facultades constitucionales; el estado que guarde el sistema político; la debilidad o la fuerza de los partidos; las circunstancias económicas prevalecientes; el “gobierno permanente” de burócratas, el equipo de asesores y consultores; los procesos presupuestales anuales; las crisis, las tradiciones y la política.

Un Presidente de los Estados Unidos no puede ser tan grande como quisiera a menos que logre sobreponerse a estas restricciones. En esta tarea, debe tener el carácter y la personalidad adecuados, el sentido de poder que exige el momento político, una gran confianza en sí mismo, la capacidad para tomar las mejores decisiones y el conocimiento de los detalles de las opciones de política.

El Presidente tiene que servir a cinco tipos de clientelas: a los funcionarios del ejecutivo, al Congreso, a sus partidarios, a los ciudadanos y al exterior. Por otra parte, si bien es cierto que el Presidente puede llegar a definir la agenda formal, no puede controlar la generación de opciones de política que se consideran para resolver los problemas y, aunque tome la decisión recomendada, no puede tampoco determinar ni controlar el resultado final durante la instrumentación de la política. Es precisamente aquí cuando el Presidente se ve limitado por los procesos y actores.

Si bien es cierto que el Presidente electo Biden no será la figura omnipotente que muchos desearían, seguirá contando con una gran capacidad para proponer que ciertos temas y legislación sean considerados. El Presidente es uno de los actores que ejerce la mayor influencia en la definición de la agenda gubernamental. Si el Gobierno de México actúa con rapidez y estrategia, puede plantear una nueva alianza de América del Norte, aprovechar la aparente debilidad del nuevo Presidente de Estados Unidos y convertir a la región en un instrumento de fortaleza en la nueva geopolítica, en beneficio de los mexicanos. 

*Javier Treviño Cantú es Director General de Políticas Públicas del Consejo Coordinador Empresarial.

Twitter: @javier_trevino

Podcast: https://anchor.fm/javier-trevi361o

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