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La derrota
El enojo social que acumuló el gobierno de Peña Nieto fue suficiente para abrirle el camino a López Obrador en el 2018. No es el caso para la elección del pasado domingo. Los temas de inseguridad y violencia, de desmoronamiento del sistema de salud y la precariedad de la estructura educativa entre otros pasivos de esta administración, no fueron argumento para descarrilar una campaña presidencial diseñada desde el 2021 cuando la oposición había demostrado su existencia como opción política viable.
Desde el tema de las encuestas para elegir al candidato de Morena, hasta la conformación del equipo de campaña de Claudia, todo estuvo perfectamente calculado para evitar rupturas y hacer coincidir la segunda mitad del sexenio de AMLO con el proyecto de continuidad en la figura de Sheinbaum.
Con un INE dócil y debilitado presupuestalmente, la intervención del presidente en el proceso electoral se dio sin límite alguno. Desde las mañaneras hasta la promoción personal de los supuestos logros de su gobierno, el primer mandatario se mimetizó con su candidata al grado de controlar desde Palacio Nacional todos y cada uno de los mensajes que Morena emitía cotidianamente.
La respuesta de los partidos de oposición fue lenta y tardía. Para cuando una candidata ciudadana como Xóchitl Gálvez apareció en el escenario en un esfuerzo por unificar voluntades y esconder la mala fama de los partidos que la postulaban, el aparato electoral de Morena ya había amarrado buena parte de los votos de los beneficiarios de los programas sociales e incluso de las zonas controladas por los delincuentes organizados.
Con todos los recursos del Estado y una maquinaria electoral reconstruida bajo el modelo del PRI de los años 70, Claudia Sheinbaum se movió en una estrategia de repetir a coro las frases y el lenguaje de López Obrador y con ello atraer al electorado más allá de los límites de su base social.
La alianza de Xóchitl y los partidos opositores desplegó movilizaciones que suponían la posibilidad de un voto ciudadano masivo para derrotar a lo que ya llamaban una elección de estado. El trabajo de campo quedaba en manos de los partidos mientras que las clases medias apostaban por su participación a través de la convocatoria en redes sociales y otros instrumentos de movilización.
Pero esto no sucedió. Los partidos fueron incapaces de sacar a su gente a las urnas, y el voto de la Marea Rosa fue insuficiente para competir. El aparato morenista arrasó sin que la oposición pudiese siquiera meter las manos. Hoy el presidencialismo absoluto ha sido revivido y el equilibrio de poderes está por desaparecer.
Eso fue por lo que votó la mayoría de los mexicanos.