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Opinión

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La discreta renuncia de la embajadora Martha Bárcena

La política exterior mexicana no es prioritaria para el gobierno del presidente López Obrador.

Es importante no olvidar la premisa.

Martha Bárcena nunca imaginó, porque no era su deseo, que terminaría por adelantar su jubilación desde la embajada más estratégica del país, la de Estados Unidos.

El lunes, la periodista Martha Anaya reveló la decisión de la embajadora en su columna, y durante un evento académico, la diplomática confirmó su regreso a México. La tarde del mismo lunes, Bárcena reveló lo que en el medio diplomático ya se conocía: recomendó al presidente López Obrador felicitar a Joe Biden pocas horas después de las elecciones presidenciales el pasado 3 de noviembre. No le hizo caso.

También es públicamente conocida su recomendación al presidente de no viajar a la Casa Blanca en periodo electoral para evitar malos mensajes a los demócratas. Tampoco le hizo caso.

En Palacio Nacional, la embajadora le informó al presidente lo que fuentes extraoficiales de Washington le transmitieron:   la investigación al general Cienfuegos por vínculos con narcotraficantes. Tampoco le hizo caso.

Para la embajadora Bárcena los últimos 40 días han sido los más complejos desde que llegó a Washington. Por un lado, recibió llamadas telefónicas de los demócratas para preguntar la razón por la que el presidente López Obrador no producía el pequeño gesto diplomático que dicta el manual de los buenos vecinos, y al mismo tiempo, encontraba en Palacio Nacional una sorpresiva negación de los hechos consumados: la victoria de Joe Biden.

La soledad en Washington es gélida como lo son sus días invernales. La embajadora Bárcena renuncia de manera discreta por carecer del apoyo presidencial. Hay que decirlo con claridad y sin eufemismos por el bien del Servicio Exterior Mexicano.

El presidente López Obrador nunca quiso poner sobre la mesa los procedimientos que servirían para vincular de manera armónica a la Secretaría de Relaciones Exteriores con la embajada en Washington. Era necesario por los rasgos excepcionales de la legación mexicana en Estados Unidos. La curva de aprendizaje se puede evitar conociendo lo ocurrido durante los últimos sexenios.

Los costos transaccionales de una mala relación entre Marcelo Ebrard y Martha Bárcena terminaron por sobrellevarse gracias a las características del gobierno de Donald Trump: etnocentrista y desarticulado en sus instituciones gubernamentales.

No deja de sorprender que el presidente López Obrador piense que la política exterior no es diferenciable a la doméstica. La carta de felicitación a Joe Biden es una carta de advertencia nada amigable: “Tenemos la certeza de que con usted (...) será posible seguir aplicando los principios básicos de política exterior (...) en nuestra Constitución; en especial, el de no intervención y autodeterminación de los pueblos”. ¿Es el tono del inicio de una relación?

¿Por qué no pedir a la embajadora, que tiene medido el pulso de la vida política en Washington, la elaboración de un borrador de la felicitación? Muy sencilla la respuesta: en la película del presidente López Obrador no hay lugar para coprotagonistas. Tampoco olvidemos esta premisa.

Martha Bárcena concluye más de cuatro décadas al servicio de la diplomacia mexicana de manera digna. Algo que no se entiende muy bien en México es la naturaleza del Servicio Exterior Mexicano. Una de las principales características es que sus miembros no son partidistas, lo mismo defienden a gobiernos priistas, panistas o de Morena. Es importante no olvidarlo porque ayuda a desideologizar las grillas.

El candidato de Ebrard para ir a la embajada es Roberto Velasco. Así lo refleja Templo Mayor de Reforma, columna de trascendidos que se cocina en las dependencias federales.

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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