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Opinión

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La dolarización que quiere Milei, pero no puede

Este fin de semana, ocurrió lo que muchos creían imposible: Javier Milei fue elegido presidente de Argentina. A pesar de los disparates del ganador, como insultos, incoherencias y propuestas sociales absurdas, la derrota de su oponente, Sergio Massa, en las elecciones no debería sorprender. En un país con una inflación anual que supera el 140%, una devaluación de más del 90% en los últimos meses y una constante recesión, elegir al ministro de economía del gobierno en turno era inconcebible.

Una de las propuestas más controversiales de la nueva bestia negra de progresía global fue la dolarización de la economía argentina para frenar la inflación, lo cual, aunque resulta imposible en la situación actual del país, no es un disparate completo.

La dolarización, en términos simples, implica cambiar todo el dinero en circulación, incluyendo billetes, monedas, cuentas de ahorro y deuda (en este caso, pesos argentinos), por dólares u otra moneda. Sin duda esto tiene implicaciones de soberanía al ceder el derecho de señoraje —la creación de moneda— a otro país, y renunciar a la política monetaria, ya que la determinación de las tasas de interés depende de otro banco central, en este caso, la Fed.

Existen antecedentes más o menos exitosos de dolarización en Latinoamérica. Panamá lo ha estado desde 1904, y El Salvador y Ecuador adoptaron el dólar recientemente. En estos últimos casos, se logró controlar la inflación en cierta medida, aunque atravesaron procesos dolorosos y graduales. Pero el caso más emblemático que a menudo se compara con la dolarización es el de la Unión Europea. Aunque se presentó la transición en la UE como una moneda común, en realidad, las monedas fueron ancladas al deutschmark en el periodo previo a la transición del ECU al euro. De esta manera cada país cedió su soberanía monetaria al Bundesbank alemán.

En Argentina, delegar la política monetaria a la Fed podría tener lógica dada la pérdida total de credibilidad del Banco Central de la República Argentina (BCRA). La inflación surge de expectativas y decisiones de los actores económicos sobre la oferta de dinero, y el BCRA ha financiado los crecientes déficits del gobierno argentino imprimiendo dinero. Abandonar esta práctica, asumiendo que esa credibilidad no se puede recuperar, conceptualmente podría funcionar.

Pero el problema no está ahí. Antes que nada, Argentina debe abordar su déficit fiscal. El país lleva años con “déficits gemelos”. Tiene un déficit fiscal crónico derivado de los servicios de la deuda y un Estado que gasta el equivalente al 42% del PIB, que coexiste con un creciente déficit de cuenta corriente, resultado de políticas que básicamente han matado al sector exportador. Esto en conjunto con controles sobre el tipo de cambio, han llevado a un mercado paralelo donde el tipo de cambio es 3x o 4x el oficial. 

Por estas y otras razones, Argentina no tiene los dólares necesarios para la dolarización, estimados en 37,000 millones de dólares. Los déficits han llevado al BCRA a acumular reservas internacionales negativas de 10,000 millones, y el pésimo récord del país impide el acceso a los mercados internacionales para préstamos en dólares. La única vía para la dolarización sería una mega devaluación del peso argentino.

Estas razones, junto con la falta de apoyo legislativo, hacen inviable esta propuesta, aunque conceptualmente tenga sentido. En este caso, como en otros, las realidades institucionales y de los mercados actúan como camisa de fuerza a las locuras de los gobernantes, ya sean de derecha o de izquierda.

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