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Opinión

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La globalofobia de AMLO: un palacio convertido en capilla

El presidente López Obrador no ha logrado demostrar a lo largo de su Gobierno el mínimo indicio sobre la existencia de una política exterior acorde al siglo XXI.

En el inicio de su administración se refugiaba en una frase atractiva y publicitaria: la mejor política exterior es la interior. Al paso de los años lo mejor para él ha sido olvidarla porque su gestión doméstica será recordada por su intento de socavar la democracia mexicana, lo mismo en órganos autónomos como el poder Judicial.

AMLO tuvo la oportunidad de sostener encuentros con mexicanos en Los Ángeles, pero decidió no hacerlo por el bien de Cuba y Venezuela.

El presidente tuvo la obligación de viajar a diversas capitales del mundo para promover inversiones en México, pero prefirió alimentar la imagen de que viajar es de ricos.

AMLO pudo estar presente en cumbres del G20 para interactuar con líderes internacionales, pero eligió no hacerlo.

El presidente pudo haberse convertido en líder regional, pero no quiso cubrir el espacio vacío que dejó Bolsonaro desde Brasil.

AMLO pudo generar expectativas del futuro de adolescentes mexicanos que apoyan al Madrid o al Barcelona, pero prefirió “pausar” la relación con España por lo ocurrido hace 500 años.

El presidente pudo nombrar como embajadores a profesionales en la materia, pero regaló becas a políticos priístas sin experiencia (Quirino Ordaz) o a personas con demandas por acoso sexual (Pedro Salmerón).

Su globalofobia lo llevó a nombrar a Marcelo Ebrard como secretario de Relaciones Exteriores; sin transferirle confianza, la carta que AMLO etiquetó en Ebrard fue la de comodín por si se llegara a comprar pipas de gasolina o vacunas.

La inexistencia de una política exterior no significa la ausencia de intenciones que AMLO ha tenido frente al mundo. Su objetivo es mantener un perfil muy bajo a nivel internacional para esperar reciprocidad.

Si yo no hablo de las masacres a civiles que ocurren en la Franja de Gaza, por instrucción de Benjamin Netanyahu, como respuesta al ataque terrorista de Hamás en contra de 1,400 israelíes, esperaría que ni Israel ni la Autoridad Palestina expresen sus preocupaciones por la violencia incontrolada en territorio mexicano.

Es la escuela que aprendió en el PRI cuando vivía Fidel Castro. La dictadura cubana selló un acuerdo con el PRI para olvidar recíprocamente las balas.

Su política exterior dejará como legado el lavado que hizo a la dictadura de Nicolás Maduro; político señalado como probable autor de crímenes de lesa humanidad luego de la investigación que ordenara la otrora Alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos Michelle Bachelet.

AMLO ordenó la salida de México del Grupo de Lima luego de que la OEA encallara en Cancún en el verano de 2017. Recuerdo haber participado en una mesa de debate con el senador Héctor Vasconcelos en MVS. No se cansaba en repetir que México apostaba por el diálogo. Cinco años después Maduro continúa atornillado en su sillón aterciopelado del Palacio de Miraflores.

El Gobierno de AMLO le obsequió a Maduro la sede mexicana del museo de Antropología para convencer a la oposición de que sus intenciones son de un político demócrata que ha dejado atrás los crímenes de lesa humanidad.

América Latina es un conjunto de capillas donde los países viven amurallados con fronteras ficticias, me comentó Mauricio García Villegas, autor del libro El viejo malestar del Nuevo Mundo (editorial Ariel, 2023). Tiene razón.

AMLO convirtió un palacio en capillita.

@faustopretelin

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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