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Opinión

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¿La revolución de la IA conducirá a una mayor prosperidad?

La inteligencia artificial tiene el potencial de transformar nuestras economías, mercados laborales, sociedades y políticas. Pero, a pesar de los optimistas pronósticos de un auge impulsado por la IA, la historia demuestra que los avances tecnológicos rara vez conducen a mejoras inmediatas en los niveles de vida y, a menudo, conducen a profundas perturbaciones.

CAMBRIDGE. A medida que el crecimiento económico mundial se desacelera, muchos esperan que la innovación tecnológica sea una posible solución. El último informe “Perspectivas de la economía mundial”, del Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, destacó el potencial de la inteligencia artificial (IA) para impulsar la productividad y el PIB. Pero el informe también advierte que, dadas las incertidumbres en torno al alcance del impacto de la IA, tales pronósticos deben abordarse con una dosis de cautela. Si bien la IA podría marcar el comienzo de una era de prosperidad, este resultado depende de cómo evolucionen estas tecnologías emergentes.

La actual ola de tecno-optimismo, junto con la ansiedad sobre las posibles implicaciones de las tecnologías emergentes para los mercados laborales, puede atribuirse a la noción de que la IA es lo que los economistas llaman una “tecnología de propósito general”. Tales innovaciones permean toda la economía en lugar de limitarse a un solo sector.

Las tecnologías de propósito general pueden dividirse en dos grandes categorías: las que revolucionaron la energía, como la máquina de vapor y la electricidad, y las que transformaron la comunicación, como la imprenta y el teléfono. Aunque estas innovaciones suelen tardar años, incluso décadas, en materializar todo su potencial, pueden dar lugar a un aumento de la productividad y a un rápido crecimiento económico.

El mundo se encuentra en medio de dos revoluciones tecnológicas: la transición a una economía de cero emisiones netas y el rápido ascenso de la IA y otras tecnologías digitales. Juntas, estas revoluciones están preparadas para reconfigurar nuestras economías y cambiar nuestra forma de trabajar, los bienes y servicios que producimos y consumimos, y la estructura y dinámica de los mercados financieros. Pero la pregunta sigue siendo: ¿estos cambios radicales se traducirán en un crecimiento económico más rápido?

La historia ofrece valiosas perspectivas sobre cómo podrían desarrollarse estas transformaciones. Una lección clave es que, si bien los avances tecnológicos a menudo parecen graduales y superficiales cuando los experimentamos, sus efectos a largo plazo pueden ser radicales y profundos. La contribución de la energía de vapor y los ferrocarriles al crecimiento del PIB en los siglos XVIII y XIX es sorprendentemente difícil de cuantificar, pero hay una razón por la que nos referimos a ese periodo como la Revolución industrial. Estos avances, plasmados de forma memorable por novelistas como Charles Dickens y Émile Zola, afectaron todos los aspectos de la vida cotidiana de las personas, tanto en el trabajo como en el hogar.

Además, los avances tecnológicos no siempre conducen a mejoras inmediatas en los niveles de vida y pueden implicar enormes trastornos. La invención de la imprenta de tipos móviles por parte de Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV es un excelente ejemplo. Al permitir que la Biblia se tradujera a los idiomas locales y que las copias fueran asequibles para la gente común, preparó el terreno para cambios sociales y culturales de gran alcance.

La consiguiente alteración del control monástico sobre los textos religiosos impulsó el ascenso del protestantismo, que, a su vez, condujo a una serie de brutales guerras religiosas. Max Weber sostuvo célebremente que la ética del trabajo protestante se encuentra en el corazón del capitalismo. Aunque los académicos han cuestionado esta teoría, la imprenta y la proliferación de libros asequibles impulsaron innegablemente las tasas de alfabetización y sentaron las bases para la Ilustración.

La imprenta también desempeñó un papel fundamental en la facilitación de la Revolución industrial, desencadenando una ola de experimentación sin precedentes y fomentando un espíritu de investigación científica. Si bien puede resultar difícil para los economistas académicos establecer un vínculo causal directo entre la imprenta y el crecimiento económico, está muy claro que, sin su invención, el mundo tal como lo conocemos no existiría.

Esto sugiere que deberíamos moderar nuestras expectativas sobre el impacto económico de la IA, al menos en el futuro previsible. Si bien la industria de la IA en sí está preparada para crecer rápidamente, hay pocas razones para esperar que impulse significativamente el crecimiento del PIB en el corto o mediano plazo.

Además, las convulsiones sociales y políticas causadas por la revolución de la IA podrían muy bien eclipsar su impacto económico directo. Si bien los economistas han explorado los posibles efectos de la IA en el mercado laboral y los politólogos han examinado el poder desestabilizador de la desinformación y las falsificaciones profundas impulsadas por grandes modelos lingüísticos, las tecnologías de la información y la comunicación también pueden afectar las normas e instituciones de maneras sutiles pero significativas.

Pensemos, por ejemplo, en el desarrollo de la red ferroviaria, que facilitó el transporte de personas y mercancías, acelerando así el crecimiento de ciudades densamente pobladas y económicamente prósperas. De manera similar, la llegada de la televisión redefinió las aspiraciones de los consumidores y desafió las normas establecidas sobre la participación de las mujeres en la fuerza laboral.

Sin duda, estos cambios son inherentemente impredecibles, pero esa es una razón más para pensar detenidamente en el tipo de sociedad que queremos crear y cómo podemos aprovechar la tecnología para lograrlo. Todas las tecnologías de uso general, incluidos los sistemas de electricidad y alcantarillado, están determinadas por la Debate político y social. Aunque no podemos revertir ni frenar el desarrollo de la IA, los líderes y los responsables de las políticas deben asegurarse de que estas poderosas tecnologías sirvan al bien común, independientemente de que conduzcan o no a un crecimiento económico mensurable.

La autora

Diane Coyle, profesora de Políticas Públicas en la Universidad de Cambridge, es autora de Cogs and Monsters: What Economics Is, and What It Should Be (Princeton University Press, 2021) y de The Measure of Progress: Counting What Really Matters (Princeton University Press, primavera de 2025).

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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