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Opinión

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¿Las sanciones occidentales cambiarán el sistema financiero global?

El aumento del uso de sanciones financieras por parte de los países occidentales como arma de guerra ha creado un nuevo incentivo para que China y otros países exploren formas de minimizar el impacto futuro de medidas similares contra ellos. Las consecuencias a más largo plazo para el sistema financiero mundial podrían ser de largo alcance.

LONDRES.– Frente a los horrores de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, y conscientes de las opciones militares limitadas con las que cuentan, los gobiernos occidentales entendiblemente desplegaron su arsenal económico y financiero. Esas sanciones han sido impuestas a países díscolos antes, por supuesto, con éxito variado, pero nunca con el mismo alcance que hoy en el caso de Rusia.

Específicamente, Estados Unidos y sus aliados incautaron gran parte de las reservas en moneda extranjera del banco central ruso, y cortaron el acceso de algunos bancos rusos al sistema de mensajes financieros SWIFT para transacciones internacionales. El mundo ha aprendido una nueva palabra –“deswifteo”– y el sistema financiero ha sido utilizado como un arma como nunca antes.

Es demasiado pronto para evaluar el impacto de las sanciones contra Rusia; todavía no hay ninguna señal de un efecto decisivo en el régimen del presidente Vladimir Putin o en sus políticas. Pero el daño a más largo plazo para la economía rusa probablemente sea considerable.

Al mismo tiempo, las consecuencias de las sanciones actuales lideradas por Occidente no se limitarán a Rusia y Bielorrusia, sus blancos directos. Otros países se están preguntando si ellos también podrían ser marginados del sistema financiero basado en el dólar si sus gobiernos cruzan una línea roja de Estados Unidos. Los responsables de las políticas en Arabia Saudita están preocupados y, desde hace tiempo, China viene mostrándose ansiosa por su vulnerabilidad a las sanciones financieras norteamericanas.

No sé si hay un ideograma mandarín para deswiftear. Pero Zhou Xioachuan, el exgobernador del Banco Popular de China, se ha referido al riesgo para China de posibles sanciones estadounidenses, y defendió medidas defensivas para aumentar el uso del renminbi en los  mercados globales. Otros han preguntado abiertamente si alguna medida china contra Taiwán provocaría sanciones similares de parte de Occidente.

En los últimos años, China ha tomado medidas para mitigar este riesgo. Por ejemplo, ha creado su propio Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos (CIPS por su sigla en inglés), que tiene el mismo formato de mensajería que el SWIFT, para ofrecer pagos transfronterizos en renminbi entre sus miembros. El CIPS ha crecido rápidamente, con alguna participación activa de bancos occidentales importantes, aunque el volumen de transacciones procesadas allí antes de la guerra de Ucrania era menos del 1% del volumen del SWIFT. Si bien esa cifra probablemente aumente en tanto los bancos rusos desvinculados del SWIFT intenten utilizar el CIPS como sustituto, sus volúmenes de transacciones serán demasiado pequeños como para marcar una diferencia significativa.

Si bien el CIPS hasta el momento no ha amenazado seriamente la hegemonía global de los sistemas de pago occidentales, el desarrollo por parte de China del renminbi digital podría tener un impacto mayor. Muchos bancos centrales están explorando la posibilidad de introducir una moneda digital (Suecia, donde el efectivo está desapareciendo rápidamente, está más avanzada que la mayoría); pero entre las economías más grandes, China lleva la delantera. El “dólar de arena” bahameño puede aspirar a ser la primera moneda de banco central completamente digital del mundo, pero es dudoso que pueda convertirse en un serio rival del dólar.

Los bancos centrales occidentales están avanzando cautelosamente en el terreno de las monedas digitales. Existen cuestiones técnicas que resolver, así como serias preocupaciones en torno de la privacidad. Los ciudadanos tal vez no acojan la idea de que el banco central pueda monitorear cada centavo que gastan. Esas consideraciones no tienen mucho que ver con el Banco Popular de China. Un informe reciente de la Hoover Institution sobre las perspectivas para el renminbi digital lo describe como “una ampliación asombrosa del control autoritario”. Pero, desde una perspectiva occidental, las implicancias internacionales son más serias que las cuestiones de control interno.

El liderazgo chino en el ámbito de las monedas digitales podría aumentar significativamente el uso transfronterizo del renminbi, y los países que participan en la Iniciativa de la Franja y la Ruta ola Nueva Ruta de la Seda hoy están siendo “alentados” a usarlo. El informe de la Hoover Institution, redactado justo antes de la invasión que derivó en la guerra entre Rusia y Ucrania, sostiene que la capacidad de Estados Unidos de implementar sanciones financieras de manera efectiva se reduciría si China lograra promover, a través de su moneda digital, la “yuanización” (otro vocablo nuevo para mí) de los flujos comerciales globales.

Estados Unidos está muy avanzado en el desarrollo y promoción de criptomonedas privadas –vehículos especulativos con altos costos de transacción que ofrecen la perspectiva de mayores retornos para los especuladores astutos–. China, por otro lado, lidera en los sistemas de pago baratos que reducen los costos de las transacciones transfronterizas para los individuos y las empresas en la economía real. Allí podría haber una lección.

Muchas veces se predijo la muerte del dólar, por supuesto, y si bien el porcentaje del dólar estadounidense en las reservas de moneda extranjera globales ha caído del 71% en el año 2000 a apenas por debajo del 60% hoy, actualmente hay pocos indicios de su deceso. Pero el mayor uso de sanciones financieras como un arma de guerra ha creado un nuevo incentivo para China y otros países para explorar maneras de minimizar el impacto en caso de que medidas similares se apliquen en su contra. Las consecuencias a más largo plazo para el sistema financiero global podrían ser de amplio alcance.

*El autor es presidente de NatWest Group.

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