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Opinión

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Lecciones del Super Domingo

Es la transmisión televisiva más vista en el mundo. El pasado domingo su audiencia creció, por primera vez en un lustro. Aproximadamente 100 millones de espectadores sintonizaron la transmisión de Fox de acuerdo con Nielsen y Sports Media Watch.

Así como Leonardo DiCaprio se proclamó “rey del mundo” en la proa del Titanic, los equipos campeones de la NFL se llaman a sí mismos “campeones del mundo”. Aunque sea en un deporte que con esas reglas y características sólo se practica en EU y con variantes en un puñado de países (que nunca podrían competir una hora con los Kansas City Chiefs).

El Super Domingo es también una suerte de competencia comercial donde cada 30 segundos al aire cuestan 5.6 millones de dólares (y donde Fox añadió 2.5 minutos de tiempo comercial para suplir la demanda).

Dice Shelly Palmer que esos comerciales sin “público objetivo” parecen contravenir las reglas más lógicas de la publicidad moderna. Son los anuncios más caros del mundo a pesar de que su público es el menos específico, y, sin embargo, no pueden considerarse desperdicio. En sus palabras: “Hay una diferencia dramática entre 1 millón de personas viendo mensajes personalizados (en sus computadoras) durante el día, y 1 millón de personas viendo el mismo mensaje al mismo tiempo”. Se gesta otro fenómeno: “Veo el comercial, lo comento con un amigo y mi amigo comenta lo que le dije con otro amigo.” La publicidad alcanza un tercer nivel al que de otra manera casi nunca puede acceder.

Los más memorables: Un largo y manipulador comercial sobre un viudo pidiendo a su asistente Google que recuerde a su fallecida mujer. Empatía emocional con una de las empresas que más explota los datos y privacidad de sus usuarios. Efectos especiales a nivel Oscar, actores de Hollywood, crossovers narrativos de las franquicias Disney (Star Wars y Marvel); irreverentes celebraciones de nuevos chocolates Reese’s, Doritos o palomitas con colorante sabor Cheetos; automóviles flotan por galaxias; aseguradoras tratando de ser la más simpáticas; detergentes que quitan manchas imposibles; cervezas light de todos sabores y franquicias de comida rápida asegurando que su oferta es sabrosa y nutritiva y sus clientes son (de todas maneras) incapaces de notar la diferencia. Todos apostando por ser el “comercial más memorable”.

El evento pináculo de la TV aún no migra al streaming. Aunque el acceso vía Internet aumentó (en el 2012 era de 346,000 espectadores; en el 2020, de 2.1 millones), el domingo exhibió que las plataformas online no están a la altura de una demanda masiva. Aplicaciones como la oficial Game Pass, que vendió en todo el mundo suscripciones para a la NFL, se vieron rebasadas “en vivo”: su transmisión se cayó por largos periodos de tiempo durante el partido (aunque después del silbatazo final el video quedó disponible para sus suscriptores).

El año pasado, los Patriots y los Rams habían tenido la audiencia más baja de la década con un juego cerrado y poco emocionante. Fue como ver un torneo de ajedrez. Sólo los amantes de la estrategia y los seguidores de los Patriots lo disfrutaron.

Este fue distinto. Los Chiefs cumplían 50 años sin pisar una cancha en febrero. Su unánimemente querido entrenador quería romper la maldición que lo había acompañado toda su carrera. Del otro lado estaba un fuerte y dominante equipo defensivo. San Francisco tenía la segunda mejor defensa y la capacidad de doblar a sus adversarios en la trinchera del campo de batalla: la línea ofensiva.

El partido fue entretenido. Un juego que dio, como buena parte de la postemporada, la vuelta en los últimos minutos. Kansas City y Andy Reid rompieron la maldición. El estadio se pintó de rojo y el público entonó el grito de batalla de los Jefes: movimientos de tomahawk con el brazo y el políticamente incorrecto canto que muchos nativos americanos llaman “gesto irrespetuoso que perpetúa estereotipos negativos sobre los primeros pobladores de la nación”. La felicidad deportiva no es para todos.

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