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Opinión

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Lo que bien se enseña no se olvida

Foto EE: Especial

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Nuestro afán celebratorio, sobre todo en este mes de mayo, no se limita nada más a un día. Ya pasamos por Día del Trabajo, por el Día de la Madre, y hoy, aunque el santoral indique San Isidro Labrador toca celebrar a los maestros. Esta fiesta, sin embargo, no tiene una historia ni remota, ni mítica y mucho menos religiosa. Su origen se remonta a 1917 cuando un par de diputados, afines al gobierno constitucionalista de Venustiano Carranza presentaron ante el Congreso de la Unión el proyecto de instituir un día para honrar al magisterio, proponiendo que fuera justo el día 15 de mayo. El 27 de septiembre del mismo año, diputados y senadores dieron su aprobación.  El decreto firmado y expedido por el presidente Carranza fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el 3 de diciembre del mismo año y así, la primera conmemoración oficial del Día del Maestro en México se llevó a cabo el 15 de mayo de 1918.

Conviene saber y analizar otras razones del festejo. Y, como buenos alumnos, empezar como se debe: el término “profesor” viene de la voz profesar. En alguno de sus sentidos quiere decir “ejercer una ciencia, un arte o un oficio”. Además, implica “ejercer un oficio con inclinación voluntaria y continua”. Es decir que “profesar” es mucho más que simplemente ejercer o enseñar una cosa con inclinación voluntaria, también equivale a consagrarse y dedicarse a una actividad de manera total; en lo individual y en lo colectivo y tener el compromiso de servir por servir como premisa fundamental. Aquí ya estamos hablando de la vocación.

En cuanto a la palabra “maestro”, habrá que mencionar sus muchos significados: “el que conduce”, “el que guía”, “el que enseña el camino”, y no solamente “el que instruye”. El maestro enseña, instruye y adoctrina, pero, además, es aquel hombre o aquella mujer que tiene un apasionado interés por la enseñanza y sabe cómo hacerlo. Recordemos a William Arthur Ward, lector querido, cuando escribió lo siguiente: “El profesor mediocre, dice. El buen profesor, explica. El profesor superior demuestra. El gran profesor inspira. Porque el maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender, estará tratando de forjar un hierro en frío”.

Los maestros sirven para estructurar el pensamiento. También para ayudar en el proceso de maduración de los niños y así desarrollar capacidades intelectuales, habilidades, destrezas y técnicas. Al final, se supone, nos enseñan a ganarnos la vida, pero al principio, a distinguir entre el rojo y el azul, sumar y restar los objetos del universo, entender lo que nos dicen las letras reunidas y acceder a la lectura y a todas las bondades del conocimiento. Para eso, se supone, sirve la educación. Para eso sirven los maestros. “No es sólo interesante —decía Paulo Freire, un excepcional maestro— sino profundamente importante que los estudiantes perciban las diferencias de comprensión de los hechos, las posiciones a veces antagónicas  en la apreciación de los problemas y en la formulación de las soluciones. Pero es fundamental que perciban el respeto y la lealtad con que un profesor analiza y critica las posturas de los otros.”

El maestro es una persona a la que se le reconoce una habilidad extraordinaria para enseñar y compartir sus conocimientos con otros. Uno de los elementos más influyentes en la vida social. Como su materia de trabajo es la cultura, su objetivo es transmitirla de una generación a otra y su método aconsejar y orientar, crear opinión tanto individual como colectiva. Aunque hoy parezca que muchos niños  no aprenden tan bien como deberían, los maestros no enseñan porque saben muy poco y parezca que los alumnos no tienen una idea muy clara del objeto de su existencia, ni están muy seguros de si vale la pena el esfuerzo por aprender o si es que los libros sirven para alguna cosa. (No se vaya a poner a pensar en estadísticas nacionales sobre la educación o la lectura, lector querido, porque lo embargará una tristeza con doble S).

Los maestros deben dominar un cúmulo de interminables materias: desde las normas cívicas hasta los principios éticos y morales, todo lo que sería imprescindible para que un alumno se convirtiera en un hombre de bien. La tarea, estará usted de acuerdo, es titánica y todos nosotros sólo pobres aprendices. El maestro es sinónimo de sensei, una suerte de gurú o guía, como lo fueron Jesús, Buda, Mahoma y Confucio y, también que, en caso de fallar, será el responsable de que muchos espíritus permanezcan ignorantes.

Hoy, vale la pena recordar a María Montessori cuando dijo que la mayor señal del éxito de un profesor era poder decir: “Ahora los niños trabajan como si yo no existiera”. No olvidar a nuestros históricos profesores — Gabino Barreda, José Vasconcelos, Ignacio Manuel Altamirano, — y ver qué hacemos con aquella frase de Justo Sierra -el Maestro de América- cuando escribió que la grandeza de un pueblo se mide en su educación.

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