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Lo que necesita la nueva izquierda
La nueva izquierda que está surgiendo en Europa y Estados Unidos debe enfrentarse frontalmente tanto a la nueva estructura de la economía como al imperativo de productividad. Sólo entonces se convertirá en el auténtico movimiento político del futuro y en una alternativa creíble contra la extrema derecha populista actual.
CAMBRIDGE. Las recientes elecciones en Francia y el Reino Unido, junto con la actual campaña presidencial de Estados Unidos, reflejan los dilemas que enfrentan los partidos de izquierda cuando intentan crear nuevas identidades y presentar alternativas creíbles a la extrema derecha. Fue la extrema derecha la primera que aprovechó la reacción contra el neoliberalismo y la hiperglobalización que creció tras la crisis financiera mundial de 2008. Hace una década, uno podía quejarse con razón de la “abdicación de la izquierda”.
Hay que reconocer que los partidos de izquierda se encuentran hoy en una mejor posición. El Partido Laborista en Gran Bretaña acaba de ganar de manera aplastante, poniendo fin a 14 años de gobierno conservador. La coalición de izquierda Nuevo Frente Popular (NFP) en Francia tiene muchas más posibilidades de detener el ascenso de la extrema derecha que las fuerzas centristas aliadas con el presidente Emmanuel Macron. El presidente estadounidense, Joe Biden, ha llevado a su país a territorio inexplorado con nuevas políticas industriales y ecológicas, aunque va por detrás de Donald Trump en las encuestas.
Como lo indican las dificultades de los demócratas en Estados Unidos, todavía queda mucho trabajo por hacer para la izquierda. La edad de Biden y su evidente incapacidad para convencer al público de su aptitud mental son gran parte del problema. Pero también lo es el mensaje contradictorio que los demócratas han estado enviando sobre lo que realmente representan y a quién representan.
Éste es un problema que afecta también a otros partidos de izquierda. Como ha demostrado Thomas Piketty, los partidos de izquierda se han desvinculado de su base tradicional de clase trabajadora y han virado hacia la élite educada.
La izquierda aún tiene que forjar una identidad que se ajuste a las realidades actuales. ¿Cómo deberían reposicionarse? ¿Deberían centrarse en la redistribución, como parece haber hecho el NFP en Francia? ¿Deberían defender la responsabilidad fiscal, como el Partido Laborista del Reino Unido? ¿Deberían adoptar políticas industriales al estilo Biden, y con qué propósito? ¿Cómo deberían manejar cuestiones como la inmigración, el medio ambiente o los derechos de las personas transgénero, sobre las cuales la élite cultural tiene puntos de vista muy diferentes a los del público en general?
Si la izquierda quiere recuperar fuerza política, debe regresar a sus raíces y representar una vez más los intereses de los trabajadores. Esto significa centrarse de lleno en empleos buenos, seguros y productivos para los trabajadores sin título universitario. El aumento de la inseguridad económica, la erosión de la clase media y la desaparición de buenos empleos en las regiones rezagadas estuvieron en el centro del ascenso del populismo de derecha. Sólo revirtiendo estas tendencias podrá la izquierda presentar una alternativa creíble.
La dificultad es que las viejas estrategias no funcionarán. Los trabajadores sindicalizados del sector manufacturero constituyeron el núcleo de apoyo a los partidos de izquierda en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. También fueron la base de la clase media.
Hoy en día, la industria manufacturera emplea una proporción cada vez menor de trabajadores en Estados Unidos y Europa. La mayor parte de la fuerza laboral está en los servicios. Cuando Biden asumió el cargo en enero de 2021, la proporción del empleo manufacturero en Estados Unidos ya se había reducido al 8.5 por ciento. Hoy está por debajo del 8.2%, a pesar de todos los esfuerzos de su administración para revitalizar la industria manufacturera. Algunos países europeos, como Alemania, tienen una mayor proporción de empleo manufacturero, pero ninguno ha logrado evitar una disminución con el tiempo.
Los partidos de izquierda aún no han afrontado plenamente este hecho. Nada de lo que dicen sobre la relocalización, competitividad, digitalización y transición verde parece realista cuando se trata de empleos. Tampoco el proteccionismo contra China. Las estrategias que se centran en la industria manufacturera tienen un atractivo político considerablemente menor cuando la mayoría de los trabajadores no están en la industria manufacturera y no tienen perspectivas realistas de ser empleados allí.
Las políticas redistributivas también tienen problemas. Hay argumentos sólidos para hacer que los sistemas tributarios sean más progresivos y aumentar las tasas impositivas para las personas con mayores ingresos. Unas mayores transferencias sociales y un mejor seguro social ayudarían, especialmente en Estados Unidos, donde las redes de seguridad social siguen siendo débiles. Pero las transferencias de ingresos no compensan a los trabajadores por la pérdida de dignidad y reconocimiento social que acompaña a la desaparición de buenos empleos. Tampoco reparan el colapso de la vida social y comunitaria que se produce cuando las fábricas cierran o se trasladan a otro lugar.
Lo que la izquierda necesita, entonces, es un programa creíble para crear empleos buenos y productivos en toda la economía, especialmente en las regiones rezagadas y para los trabajadores con educación inferior a la universitaria. El objetivo representativo de un programa de este tipo no es un trabajador del sector automotriz o del acerero, sino un trabajador del sector asistencial o del comercio minorista.
Además, la innovación favorable a los trabajadores debe estar en el centro del programa. Impulsar los salarios y el empleo, al mismo tiempo, requiere innovaciones organizativas y tecnológicas que mejoren la productividad de los trabajadores menos educados. A diferencia de la automatización y otras formas de tecnologías que ahorran mano de obra, las innovaciones favorables a la mano de obra ayudan a los trabajadores comunes y corrientes a realizar una mayor variedad de tareas más complicadas. Las herramientas digitales que confieren experiencia son un ejemplo.
Porque la innovación y la productividad son fundamentales para esta agenda, las políticas necesarias parecen políticas industriales exitosas de antaño. Podríamos llamarlas políticas industriales para los servicios o, mejor aún, políticas productivas para el trabajo. Se basan en asociaciones intersectoriales locales existentes y programas nacionales de innovación, pero con un enfoque en servicios y tecnologías que absorben mano de obra y que son complementarios a la mano de obra menos educada. Mis colegas y yo hemos esbozado variantes de tales programas para Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
Una nueva izquierda debe enfrentarse frontalmente tanto a la nueva estructura de la economía como al imperativo de productividad. Sólo entonces se convertirá en el auténtico movimiento político del futuro y en una alternativa creíble a la extrema derecha.
El autor
Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Harvard Kennedy School, es presidente de la Asociación Económica Internacional y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy (Princeton University Press, 2017).
Derechos de autor: Project Syndicate, 2024.