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Opinión

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Los muertos de julio

A diferencia de septiembre —de pura fiesta verde, blanca y colorada— con sus increíbles festividades para los de aquí y los de allá, en este mes abundan personajes —héroes y villanos nacionales—  que perdieron la vida en julio.

Foto: Especial

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Es pleno verano. El sol está muy alto, el cielo más azul que nunca, la lluvia ya está cayendo y los días prometen tranquilidad y descanso. Sin embargo, en cuanto a la agenda vacacional, las notas de viaje o los caprichos del clima, el paseo podría no ser tan terso. Basta recorrer el calendario para darnos cuenta de que estamos en un mes muy relevante de las efemérides nacionales, pero también mucho más funesto que gozoso.

A diferencia de septiembre —de pura fiesta verde, blanca y colorada— con sus increíbles festividades para los de aquí y los de allá, en este mes abundan personajes —héroes y villanos nacionales —  que perdieron la vida en julio. Se registra en el mismo período, la desaparición de hombres vinculados a los tres movimientos sociales más importantes de nuestra historia: la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana y también la muerte de otros muchos,

Muchos recuentos fúnebres de julio están registrados en otros calendarios y latitudes y no son precisamente de connacionales. Uno de los primeros asegura, por ejemplo, que cuando Pedro de Alvarado, general español conquistador, acudió para enfrentar a los indígenas rebeldes de las batallas de Nochistlán y el cerro del Mixtón, los dioses originarios decidieron quitarle la vida tirándole a su propio caballo encima. Y la fecha se conmemoró cada 4 de julio a lo largo de casi 200 años. Sin embargo, en los anales de nuestra historia contemporánea nacional, tal memoria y tal recuerdo se perdieron.

No así, el recuento de otras muertes, más cercanas, más sentidas y también de julio. Porfirio Díaz falleció el 2 de julio ya era 1915, ya exiliado en Francia, un año después de terminada la presidencia del usurpador Victoriano Huerta y mientras la Revolución tomaba vuelo peleando por el poder y la justicia.

El 5 de julio de 1858 falleció Valentín Gómez Farías, ex presidente de México, precursor de la Reforma, forjador del pensamiento liberal y muy bien avenido en la memoria de la Historia. Revolucionario y no muy recordado —aunque también fue presidente —,  Adolfo de la Huerta también halló el eterno reposo en julio, el día 9, pero de 1955.  El mismo día, aunque de una fecha anterior, en que Juventino Rosas perdió la vida. Un fallecido que no fue héroe nacional. ni aguerrido militar, lector querido, pero sí un músico que se volvió leyenda por haber compuesto el vals Sobre las olas.

Avanzando el calendario veraniego, los fallecimientos se volvieron más tristes, solemnes y estruendosos: el 17 de julio de 1928, por ejemplo, asesinaron a Avaro Obregón. Como todo magnicidio, fue el artero producto de la ambición, la venganza y el engaño. Durante muchos días no se habló de otra cosa que no fuera el maestro de dibujo que se le había acercado al final de la comida que lo homenajeaba para asesinarlo en presencia de decenas de invitados. Sin olvidar a la maligna madre Conchita, acusada de complicidad y tildada más de demoníaca que de angelical. Cientos de crónicas y escritos hablaron de cómo la Revolución se ensuciaba y se hacía pedazos, igual que el mantel ensangrentado y los platos rotos que habían quedado en las mesas después de aquella tertulia en La Bombilla. (Muchos años después, Jorge Ibargüengoitia, escribiría El atentado, una farsa teatral donde se aseguraba que las últimas palabras de Obregón habían sido para pedir más cabrito y frijoles).

Un día después, el 18 de otro julio sombrío, el de 1872, murió Benito Juárez en sus habitaciones de Palacio Nacional. De una angina de pecho, dijeron, y también contaron cómo se había resistido a que se lo llevara la muerte, había dado órdenes a sus ministros y lamentado no poder terminar el libro que estaba leyendo.

Allí no acabó ni el mes, ni la desaparición de los héroes que nos dieron desasosiego o patria: el 20 de julio de 1923 murió Francisco Villa porque también lo mataron, y fue un 26 julio, pero de 1811, cuando asesinaron a Ignacio Allende por sus ideas de libertad e independencia.  Para cerrar el mes, un 30 de julio, apenas un año después de dar el Grito, Miguel Hidalgo y Costilla fue sacado de su prisión y fusilado. Y la leyenda –que todavía está grabada en la memoria— detalló que hicieron falta más de tres descargas de cinco fusiles para que cayera muerto a tierra, porque las balas le atravesaron la mano que se había puesto en el pecho, no le habían llegado al corazón. 

Usted, tranquilo. Ya sabíamos que una golondrina no hace verano, lector querido, pero un zopilote tampoco. De Historia y hechos cotidianos, como la misma muerte, es cómo se construyen la vida y sus vacaciones.

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