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Opinión

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Man on the Moon

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha presentado en la COP 25 Chile de Madrid un conjunto de iniciativas para que en el 2050 Europa deje de contribuir al aumento del carbono en la atmósfera.

Este es el principal factor que propicia el efecto invernadero, que eleva la temperatura y desencadena cambios en el medio ambiente de alcance incierto pero que la evidencia científica señala como muy severos si se mantienen las tendencias actuales, con mayor frecuencia y virulencia de fenómenos como incendios o inundaciones. 

Además, el aumento sostenido de las temperaturas repercute negativamente en la productividad y en el empleo, y por tanto en el bienestar económico de la población (y en el bienestar en general incorporando la salud). No hay posibilidad de prueba y error con el único planeta habitable que tenemos a nuestra disposición. Por poca probabilidad que tuviese la panoplia de riesgos físicos en perspectiva, desde un punto de vista meramente prudencial lo razonable es ponerse manos a la obra desde ya. 

Un plan que en Europa combina distintas tareas en diferentes ámbitos (sector energético, industrial, construcción, movilidad), y que por su ambición la presidenta de la Comisión considera equiparable al que EU. impulsó durante más de una década para mandar al hombre a la Luna. Una metáfora bien certera para ilustrar el objetivo de lograr algo por primera vez.

Las emisiones de carbono a la atmósfera son el resultado del crecimiento de la población y del PIB per cápita, a lo que se añade la intensidad en el uso de energía y de emisiones de carbono que se requieran por cada unidad de PIB. En un escenario en el que sigue aumentando la población y en el que se aspira a que también aumente el bienestar, el desafío es hacer un uso más eficiente de la energía (menos intensivo) y con un mix menos rico en carbono.

El nivel de desarrollo ayuda, ya que aunque con grandes diferencias entre países, a partir de cierto nivel de renta las emisiones de carbono crecen más lentamente. Lo que no ha ayudado han sido las señales de precios de la energía, que no han incorporado los costes del deterioro medioambiental. 

La corrección de esta externalidad negativa del funcionamiento del mercado es lo que requiere de la intervención de las autoridades a través de regulaciones, impuestos y subsidios, que reviertan situaciones en las que las intervenciones de las políticas pueden ir, incluso, en sentido contrario, subvencionando el consumo de energías fósiles. Con todo ello, a nivel global las tendencias actuales de consumo energético siguen sin ser consistentes con el objetivo de limitar el calentamiento a 1.5ºC-2ºC adicionales al nivel preindustrial, como planteó el Acuerdo de París.  

El mundo está al borde de una transformación económica para tomar en consideración la sostenibilidad medioambiental. Aunque es imposible cuantificar con certeza la intensidad y la duración de las políticas necesarias para mitigar el cambio climático, todo indica que no hacer nada para evitarlo será mucho más caro que abordar una transición energética bien diseñada. 

El clima es un sistema demasiado complejo, más incluso que los procesos de negociación necesarios para armar acuerdos globales, que para ser efectivos han de alterar los precios relativos de bienes y servicios de primera necesidad (afectando a equilibrios políticos). 

Políticas que afectarán también al valor de activos financieros y no financieros: ¿cuánto valen las reservas de petróleo en el balance de empresas y Estados si se considera que su extracción puede no ser posible o ser mucho más cara con un impuesto global al carbono? ¿Y las inversiones realizadas en el sector automotriz de combustión? Y finalmente, donde hay incentivos para que sean otros los que paguen los costes de transición, que son mayores para los niveles de renta más bajos, para los que habrá que diseñar medidas de mitigación que habrá que pagar igualmente, porque nada es gratis.

La sostenibilidad es la nueva globalización: a largo plazo positivo, pero con una distribución muy desigual de ganadores y perdedores. Un proceso que habrá que gobernar también, para evitar que el futuro de la especie humana tenga que pasar por viajar fuera de una Tierra inhabitable. A la Luna, por ejemplo.

* Economista Líder del área de Modelización Económica y Análisis de Largo Plazo de BBVA Research.

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