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México y España
México y España han vivido épocas de mayor o menor distanciamiento a lo largo de su relación bilateral. Sabemos que, entre 1821, año de la consumación de la independencia de México y 1836, fecha en que España reconoce formalmente dicha independencia, las relaciones entre ambos países se mantuvieron tensas. Sabemos también que, a pesar de las relaciones formales, el impasse establecido no modificó sustancialmente las relaciones económicas entre ambas naciones, pero no se podría haber dado por sentado que la relación bilateral entraría a una etapa constructiva, sin que ocurriesen cambios significativos en ambos lados del Atlántico.
Uno de esos momentos de cercanía se produjo en los prolegómenos de la segunda invasión francesa a México, a principios de 1861, cuando el general Juan Prim y Prats decide retirar a las tropas españolas, tras llegar a un acuerdo sobre la deuda mexicana con el gobierno del presidente Juárez. De este lado, recordamos a la época de la Reforma como la segunda independencia de México guiada por la generación de los liberales encabezados por Juárez.
Del otro lado, durante el llamado Sexenio Democrático iniciado en 1868, en donde también tendría un papel relevante el propio general Prim, se hermanaban los ideales de justicia, democracia y progreso de ambas naciones, que incluyó la breve experiencia de la I República española en 1873.
Sin embargo, el final del siglo XIX atestiguó la inercia de las relaciones bilaterales, con las filias y fobias entre España y la antigua Nueva España, que mantuvo el intercambio comercial, así como la cercanía cultural y la regular migración de jóvenes españoles que huían de su obligación militar en la guardia del rey y preferían aventurarse a “hacer las Américas”.
El inicio del siglo XX, con la etapa retardataria del porfiriato, que básicamente conculcó la aplicación de la Constitución de 1857 y traicionó los ideales democratizadores y de justicia social que ella inspiraba, aguijoneó en México esa tercera transformación de la vida política, económica y social de nuestro país, de la que podremos hablar en otra ocasión.
En España, la decadencia de la monarquía de Alfonso XIII y su incapacidad de establecer una democracia liberal, condujo a la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) que sólo contribuyó al desprestigio de la monarquía y dio paso a una época luminosa, aunque fugaz, con el establecimiento de la II República, como alegremente cantara Guty Cárdenas en México en 1931.
El 14 de abril de ese año se recuerda la epopeya republicana española en que, tras la celebración de elecciones locales, los partidos republicanos y socialistas tuvieron un avance sin precedentes en las preferencias de los electores. Es verdad que no triunfaron, pero el impacto de su inesperado crecimiento provocó la salida de Alfonso XIII, que allanó el camino para la formalización del régimen republicano, que supondría el establecimiento de un régimen democrático por primera vez en la España del siglo XX.
Después de casi un siglo de relaciones formales, ese fue el momento de mayor acercamiento entre ambas naciones, ahora sí, hermanas repúblicas con proyectos políticos semejantes.
Este año se cumplen 90 años del establecimiento de relaciones diplomáticas a nivel de embajada, cuando México y España vivieron una verdadera época de oro de sus relaciones bilaterales.