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Opinión

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México y el mundo de la próxima presidenta

La administración que encabezará Claudia Sheinbaum tendrá retos económicos bastante complejos desde el principio. Los que más se han mencionado en los últimos meses son, con razón, de naturaleza fiscal. Pero esa complejidad no para en el serio desbalance entre ingresos y gastos del sector público, sino que se engarza con elementos adicionales que pueden implicar un freno al crecimiento económico y sobre todo al bienestar de la población.

Entre esos puntos de presión adicional en la economía se encuentra, desde luego, el hecho de que la nuestra es una economía muy abierta desde hace treinta años, con uno de sus motores principales en el comercio exterior. Lo que pasa en otros lugares incide en nuestro país.

No me detengo sino a mencionar, entre paréntesis, que de ahí surge buena parte de la preocupación por las reformas que quizás se aprueben en septiembre y cambien profundamente el tejido institucional de México.

¿Y qué está pasando en otras partes? Pues al menos tres cosas me parecen esenciales: hay elecciones en Estados Unidos, avanzan los nacionalismos y el cambio tecnológico se acelera.

Elecciones al norte del Río Bravo

Será muy importante lo que pase el 5 de noviembre próximo, cuando los estadounidenses elijan a su próximo presidente. Esa decisión siempre es importante para quienes vivimos y trabajamos en México, pero en esta ocasión será de particular interés, por tres razones principales.

En primer lugar, porque coincide con nuestro ciclo político, que se caracteriza por afectar el desempeño de la economía en el primer año de gobierno. Durante el arranque de los últimos cuatro sexenios, el crecimiento de la economía mexicana ha sido -0.5% en 2001, 2.1% en 2007 (empujado por unos precios muy elevados del petróleo), 0.9% en 2013 y -0.3% en 2019.

En segundo porque es probable una segunda presidencia de Donald Trump –con todas sus peculiaridades, por decir lo menos–, quien comparte con Biden –y con Sheinbaum– un talante proteccionista, pero cuyas acciones y reacciones son menos predecibles y contrarias a los intereses mexicanos cada vez que eso le resulta necesario o apetecible.

Por último, la elección en los Estados Unidos resulta muy importante porque el T-MEC, que el próximo primero de julio cumplirá sus primeros cuatro años de vigencia, pasará por su primera revisión en 2026, misma que puede ser un trámite sencillo para extender la vigencia del tratado más allá de 2036, pero que también puede convertirse en una pesadilla y una fuente de incertidumbre para muchos agentes económicos en los tres países.

De lo anterior se desprende la particular importancia que tendrán los equipos que lideren la embajada mexicana en Estados Unidos y la Secretaría de Economía.

Nacionalismos variopintos por todas partes

Transformaciones más profundas y de largo plazo se mezclan con los cambios inmediatos en México y su vecino del norte. Quizás lo más importante sea que, junto con las democracias liberales, las reglas del comercio global son cuestionadas, criticadas y modificadas formal o informalmente. Un ejemplo de ello me parecen precisamente los mecanismos de solución de controversias, más formales y claros, y las reglas para las revisiones periódicas establecidas en nuestro tratado comercial con América del norte.

Además, como hemos visto en las últimas semanas, los nacionalismos crecen o se sostienen en todas partes, sea en las elecciones europeas del fin de semana pasado, o las de la India, Rusia y en cada vez más países de América. Los nacionalismos de todos colores trastocan, junto con esas reglas comerciales, a los procesos productivos y a las cadenas de suministro.  De ahí que, en mi opinión, cualquier lectura sobre el nearshoring debe ser primero una lectura de economía política.

La tecnología avanza más que las habilidades y la infraestructura

Por si fuera poco, junto con estos cambios de reglas y de procesos, nos encontramos en una época de cambios tecnológicos muy acelerados. Tanto, que las habilidades de los trabajadores y la infraestructura que se necesita para su implementación van por detrás y perdiendo cada vez más terreno.

Es verdad que las universidades –o el sector educativo en un sentido amplio– no existen ni deben existir únicamente para desarrollar trabajadores hábiles o servirle al mercado laboral, pero es un hecho que la mayoría de nosotros fue a la escuela en parte para ser competentes y así acceder a la movilidad social.

Pero a diferencia de hace algunos años, ahora la tecnología avanza más rápido y la capacidad de formar trabajadores que puedan usarla avanza igual o más despacio. Esto implica que en muchos lugares la formación de eso que llamamos “capital humano” depende también de las empresas, sobre todo de las más grandes o con más recursos. Y si eso es así, entonces se pueden ampliar las brechas de productividad que ya existen dentro de los países, pero también entre los países.

Lo mismo puede pasar con la infraestructura para aprovechar las nuevas tecnologías. Pensemos por ejemplo en redes eléctricas inteligentes, en las que las baterías de los vehículos puedan servir para regular la demanda de energía de hogares y negocios, además de ser, obviamente, máquinas que transportan personas y mercancías.

También podemos pensar en la infraestructura hídrica que se requiere para el enfriamiento de centros de almacenamiento de datos, como los que existen en Noruega y aprovechan el agua de las cascadas. Estos desarrollos requieren de muchos recursos y no todos los países los tienen. Las desigualdades internacionales se pueden profundizar.

Así pues, estoy de acuerdo con que las finanzas públicas representan uno de los más grandes desafíos económicos para la administración de la próxima presidenta, porque parecen una cubeta agujerada, con fugas por todas partes: la situación financiera de Pemex, las pensiones que no cesan de crecer y el pago de intereses de la deuda en un ambiente de tasas de interés elevadas, por nombrar unos ejemplos. El contexto global en que gobernará Claudia Sheinbaum sólo le añade capas de complejidad. Ojalá se lo tome en serio.

Ingeniero y economista. Es profesor por asignatura en El Colegio de México y Director de Economía en el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), donde acompaña investigaciones sobre energía, finanzas públicas, comercio exterior y mercado laboral, con un enfoque en la sostenibilidad.

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