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Opinión

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Microeconomía competitiva

Para que un país tenga un desarrollo económico y social ascendente, se necesita de cuatro fuerzas económicas concurrentes. Ellas son las siguientes: 1. Una macroeconomía estable. 2. Una microeconomía competitiva. 3. La inversión en capital humano. 4. Una vasta red de relaciones con el exterior. A este conjunto se le denomina “la telaraña del desarrollo”.

Una mayor articulación entre macroeconomía y microeconomía refuerzan la competitividad. Sin afectar a las fuentes macroeconómicas de la competitividad –inflación baja y declinante, estímulos al ahorro y a la inversión, deuda externa e interna manejable, tipo de cambio competitivo– caben diseñar las políticas microeconómicas: capacitación, innovación y difusión tecnológica, infraestructura, ventajas competitivas, reconversiones productivas de actividades económicas. En suma, romper inercias. Esto jala la potencialidad de ramas económicas no promovidas suficientemente.

México tiene niveles muy bajos de competitividad. En un estudio reciente del Instituto para el Desarrollo Administrativo (IMD) con sede en Suiza y que estudia periódicamente a un conjunto de 67 economías mundiales, determinó que México está en la posición 55, peor incluso que en 2018 cuando llegó a la posición 51. Por contra, los países que están en los más altos niveles de competitividad son Singapur, Suiza y Dinamarca.

En el pasado existieron en nuestro país instrumentos muy importantes para la competitividad de las empresas. Sobresalieron los fondos de fomento para la pequeña y mediana industria con créditos a tasas subsidiadas; aportaciones de capital a las empresas que necesitaban capital de riesgo; estudios de preinversión para analizar mercados y sus potencialidades; soporte científico y tecnológico para darles opciones productivas a las nuevas inversiones. Esto desapareció al igual que la política industrial que le daba base institucional. Quedó, sin embargo, esta experiencia valiosa en los estados de Jalisco, Guanajuato y Querétaro.

También se afectó a la actividad económica general, como se advierte con los mediocres incrementos en las tasas de crecimiento de 2 y 2.5 por ciento. Contrastan con las tasas de 6% obtenidas durante el periodo 1950-1980, que se beneficiaron de la gran recuperación económica mundial en los 30 años de posguerra.Para el próximo gobierno hay buenos augurios. Habrá una política industrial que permitirá vincular el nearshoring con cadenas de producción nacional. Se dará una concurrencia con las actividades de la nueva Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación. Asociado a ello, la creación del Consejo Nacional de Desarrollo Regional y Relocalización, para coordinar acciones que en el país se necesitan para atraer mayores inversiones.

Todo este conjunto de cambios nos vincula más a Estados Unidos, fuente primordial de la inversión extranjera en México, destino de una alta proporción de las exportaciones mexicanas, origen de las remesas en dólares del exterior por el trabajo que realizan trabajadores mexicanos. Es una cuestión geoestratégica y política.

smota@eleconomista.com.mx

Escritor y licenciado en economía, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. De 1984 a 1990 fue embajador de México ante el Reino de Dinamarca, donde se le condecoró con la orden Dannebrog.

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