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Opinión

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Morena, candidatos y encuestas

En democracia, la selección de un candidato presidencial requiere de un proceso para contrastar ideas, visiones, proyectos, estilos de liderazgo. Eso conviene a los partidos, para poder escoger a su mejor candidato, y a los ciudadanos, que van a tener más elementos para ejercer mejor su derecho al voto. Ese tipo de procesos requiere de reglas, de espacios para el debate, de momentos en los que los aspirantes dejan sus responsabilidades, legislativas, o ejecutivas, para dedicar su tiempo a plantear su propuesta. Los métodos de selección pueden ser varios, esos están determinados por las tradiciones políticas de cada país, lo que sí deben de garantizar es certeza, esto es, que sean claros y verificables.

En esa lógica, los procesos de selección no pueden partir de que uno de los contendientes es el favorito de un actor político prominente, o del aparato del partido. En ese caso no se requiere de un proceso de supuesta competencia, eso sería una simulación, basta una designación, lo que tendría un déficit de legitimidad. Lo que se necesita es un proceso en el que los aspirantes cuenten con condiciones mínimas, de certeza y de equidad, para poder competir.

En el caso de Morena, el presidente López Obrador ha planteado un proceso de selección de candidatos que culmine en una encuesta. Un proceso sin favoritos. Eso es un claro acierto. Algo parecido a la elección del candidato de la izquierda en 2012, momento en el cual, gracias a la claridad en reglas, a la credibilidad de quienes realizaban las encuestas y a la madurez política de los que participaron, el método hizo posible seleccionar a un candidato aceptado por todos. Eso permitió en ese momento mantener la unidad de la izquierda, un paso muy importante para lo que sería la eventual llegada al poder de ese proyecto seis años después. Ese debe de ser el camino a seguir, un proceso en el que exista el espacio para presentar y valorar los proyectos, y que concluya con un método de selección certero.

En los últimos años, México ha vivido un profundo proceso de cambio de sus instituciones y condiciones de competencia política. Hoy, la disputa electoral se presenta en términos muy distintos a los del pasado reciente, gracias a la inclusión de nuevos actores, de izquierda, que han llevado a la arena pública nuevos temas y demandas que habían sido ignoradas por la clase política tradicional, como las que buscan reducir las brechas de desigualdad como meta última de las acciones de gobierno.

En este contexto, es importante que los partidos y coaliciones se fortalezcan por medio de mecanismos claros para la participación política electoral, que permitan a los ciudadanos conocer y valorar las opciones, con prácticas que permitan la deliberación de los temas públicos y el tomar juntos las mejores decisiones de política. Los procesos electorales son la oportunidad para decidir entre todos el futuro que queremos para el país, eso pasa porque los partidos garanticen la oportunidad efectiva de participación, con esquemas que favorezcan la discusión de proyectos e ideas.

Quienes aspiran al poder deben ser capaces de explicar a detalle ¿para que lo quieren?, ¿cuál es su visón del país?, ¿a que se comprometen?, explicar cómo entienden los problemas públicos, poner a escrutinio su trayectoria y resultados, esos son los términos correctos en los que se deben de plantear las elecciones.

Las próximas semanas serán fundamentales para que Morena establezca con claridad tiempos y procesos para asegurar que la selección de su candidato permita primero la deliberación de ideas sobre el futuro de México, de cómo mantener lo ganado y construir lo que falta, la continuidad con cambio, y después hacer uso de mecanismos ciertos y transparentes para escoger al abanderado a la elección presidencial. Si eso se puede lograr, seguiremos consolidando un país que profundiza en su democracia, y que busca la igualdad y la prosperidad.

Twitter: @vidallerenas

Licenciado en Economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), cuenta con una Maestría en Política y Gestión Pública por la Universidad de Essex, Reino Unido y un Doctorado en Administración y Gerencia Pública por la Universidad de York

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