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Nacionalismo y democracia
Los populistas asumen posiciones nacionalistas porque éstas tienen un contenido épico que gusta a la sociedad. Putin integra en su discurso las glorias de los zares con las costosas hazañas de la barbarie estalinista y sus propias ambiciones de una gran potencia. Trump con sus excesos verbales invoca al nacionalismo violento y desprecia a todos los países. A nosotros los mexicanos nos reprocha que les robamos el trabajo, a los chinos que les copian sus ideas industriales y a los europeos que se aprovechan de Estados Unidos para sacar gratis su defensa.
Actualmente, según diversas estimaciones, 70% de la población mundial, esto es 5,400 millones de personas viven en países que tienen gobiernos dictatoriales o autoritarios lo que significa una regresión democrática.
Los populistas son parásitos de la democracia, viven de ella a través de elecciones que ganan para legitimarse. Su arma es la descalificación de las instituciones, la insatisfacción social y las promesas regresivas.
Así como se vivió el gobierno nefasto de Trump en Estados Unidos, que además está buscando la reelección, no es descabellado pensar que en Francia pueda llegar al poder el oportunista de derecha Le Pen que cínicamente dijo: “Socialmente soy de izquierda, económicamente de derecha. Y siempre con Francia en el centro de mis pensamientos”.
Lo que hay que aceptar es que la democracia no funciona en automático. Se necesita de las mediaciones de los partidos políticos. Es imposible sin ellos. Cuando entran en crisis se crean rendimientos institucionales muy precarios y el abstencionismo electoral se constituye en la respuesta a la percepción de sus deficiencias.
Ante las crisis institucionales y económicas de América Latina, ahora se plantea de manera insistente fomentar su integración, como una forma de cooperación para resolver los problemas nacionales y regionales. Para ello se usan las palabras pueblo, nacionalismo, patria, que con frecuencia y así lo revela la historia, son base para construir mitologías excluyentes.
Una gran limitante para el desarrollo de América Latina es el precario Estado de derecho. No puede disociarse la libertad de la justicia porque son dos valores que deben ir juntos. Son necesarios los derechos sociales fundamentales como son la educación, el trabajo y la salud. Constituyen la condición previa para un mejor ejercicio de la libertad.
La crisis democrática latinoamericana asociada a un déficit social y a problemas económicos solo se va a resolver con una política de desarrollo económico y social que permita mayores inversiones, más empleo y una mayor productividad en un contexto de amplias relaciones internacionales. Y una advertencia de John Maynard Keynes, el ilustre economista inglés: “Los dos vicios que marcan el mundo económico en que vivimos son que el pleno empleo no está garantizado y que el reparto de la fortuna y del ingreso es arbitrario y desigual”.